domingo, 31 de octubre de 2021

UNA DAMA VESTIDA DE BLANCO

UNA DAMA VESTIDA DE BLANCO (primero)

UN RELATO SÓLO PARA NOSOTROS: Cuando mi hermano Fortunato estuvo hospitalizado en el central de salud de San Cristobal, Táchira, Venezuela, yo, dado el evidente cansancio físico de sus hijos, apreciación personal, ofrecí quedarme una o dos noches, para acompañarlo, José Antonio, mi hermano, fue conmigo la primera de ellas. Lo hice, con sumo agrado, por cuanto fue un precursor sólido, igual que: Ciro, Flor y Elodia, Lucrecia,  para que logrará mi proyecto personal, graduarme en una carrera universitaria.

En el transcurrir de la última noche, lamento no haber acompañado más, el agotamiento hizo de mí su presa. A las dos de la madrugada bajé hacia la habitación, en el mismo hospital, que estaba ahora disponible para el descanso y que él, Fortunato, ocupó antes de la intervención quirúrgica desde la cual pasó a terapia intensiva y no salió de allí. 

Esta habitación quedaba a seis largas escaleras en forma de espiral a igual número de pisos abajo del destinado para la terapia oncológica intensiva. Ubicada en una de las alas del hospital en la cual, son atendidos los pacientes que por sus posibilidades podían apoyar económicamente el centro de salud. Por cierto, los trámites para el ingreso, a este tipo de ambiente, fueron facilitados por el médico que operó a Fortunato, catorce años atrás en su primera lucha contra el Cáncer.

Quien haya estado como acompañante en un ambiente hospitalario entenderá a profundidad el agotamiento que genera, sobre todo si sus recursos económicos son limitados. Allí, en ese espacio para el logro de la salud, brota en forma natural los silenciados llantos y lamentos continuos y solidaridades que brotan de manera espontánea. La atención que nace de un ser querido se fortalece, pero muy pronto el cuerpo cobra.

Con marcado estoicismo, pasó mi hermano enfermo, sus últimos días. Él siempre fue estoico. Es de hacer notar, que mantuvo su ecuanimidad ante la frontera indeleble de la vida y la proximidad del mundo paralelo. Se mantuvo sólido cual roca del más fino cristal. Emuló acrecentado su acostumbrado tesón, tal como fue su tránsito por la familia y por la comunidad de vecinos que tanto respetó y logró formar y educar. Recibió entusiasta y desinteresado apoyo de los vecinos de la comarca en la cual vivía. 

Debo destacar, que la vivencia de acompañarle fortaleció mis cambios, para bien. Tuve la oportunidad de ser su punto de apoyo para que se sostuviera firme ante improvisados depósitos de agua y lograra refrescar con renovada y acostumbrada limpieza su cuerpo que ya se preparaba para permitir el vuelo, cual águila, hacia mundos que sólo imaginamos.

Fortunato fue así, siempre firme, siempre amable, siempre resiliente, siempre preparado para afrontar los retos y dejar con ellos un ejemplo a seguir.

El piso oncológico ya comenzaba a sentir el abandono gubernamental, las puertas rechinaban con ruido estridente, el agua no llegaba por las tuberías, todos los insumos necesarios para el acompañante y paciente había que comprarlos y la habitación de descanso para los familiares de los enfermos lucia deteriorada.

EXTRAÑO ENCUENTRO 

Me he alejado, por la emoción  que en mi produce hablar sobre Fortunato, del propósito inicial de este relato. Expresaba que, a las dos de la madrugada, decidí transitar las escaleras desde el piso oncológico hasta el segundo, según ha corregido por su hija Odilsa Magaly, mi sobrina.

En la ruta encontré una enfermera con un atuendo de reluciente blancura, a la que acompañaba con una sonrisa que llenaba su bello rostro de excelsa alegría. En sus manos llevaba el equipamiento usual para aplicar tratamientos hipodérmicos.

Me sentí acompañado, no es fácil, al menos para mí, caminar por las escaleras de un hospital a las dos de la mañana, escaleras anchas y escalones fielmente calculados siguiendo los estándares propuestos por los manuales de ingeniería, desde cuyos bordes si puede mirar hacia la profundidad iluminada a diez pisos más abajo.

Es conveniente traer a colación que Elodia, hermana de Fortunato, hubo de estar por un mes seguido en el ambiente oncológico, el mismo en el que murió su hermano. Ella cuidó con esmero de madre a su hija Lorena en sus últimos días de la fase de tan mortal enfermedad. Ella relata que la veía cada madrugada que bajaba por las escaleras con el fin de llevar muestras de su hija para ser estudiadas en los laboratorios, otrora gratuitos, ubicados en la planta baja del centro hospitalario. Ella expresa que también agradece no estar enterada que la cofia con la pequeña cruz roja de la hermosa enfermera se había dejado de usar diez años atrás.

Dormí con profundidad.

Al otro día, ya avanzada la mañana, subí de nuevo al piso de cuidados intensivos, allí con rostros atónicos estaban los acompañantes de los otros pacientes y ya había llegado, desde Colón, Freddy Omar, el hijo de Fortunato, Presto para continuar con las búsquedas de medicamentos sugeridos por los médicos.

Fredy Omar me pregunto, a boca de jarro, pues los otros acompañantes le habían comentado mi inocente y osada travesía, por las escaleras, en la madrugada de esa mañana.  

-         ___ ¿A qué horas bajó tio?, preguntó Freddy Omar.

-        ___ A las dos de la mañana__, respondí con naturalidad. Sin saber el objetivo del interrogatorio. 

-         ___ ¿Viste a alguien en la escalera?__ continuó preguntando Freddy Omar. 

-          ___ Si. A una enfermera que subía a dispensar un tratamiento médico__, contesté.

 Todos en el recinto oncológico intercambiaron miradas, pues sabían la intensión del interrogatorio.

__ A esa enfermera, todos los que hemos bajado de madrugada, la vemos que sube__, Prosiguió Freddy Omar. 

__ Dicen que murió, hace aproximadamente diez años de un infarto, en el preciso momento que aplicaba un tratamiento oncológico__ continuo Freddy Omar, como si creyera firmemente en el relato, que otros acompañantes de personas en etapa final l e habían contado. 

__ Narran__ continuó Freddy Omar,  __Que los que tuvieron la experiencia de conocerla y recibir atención de ella, que fue muy responsable e incansable en su trabajo y que sube siempre a concluir el último tratamiento, el que ella dejó de atender luego de sufrir un trágico accidente automovilístico cuando se desplazaba hacia acá, hacia esta sala oncológica. 

__ Dicen__ continuó Freddy Omar, __ que lo hará por siempre por cuanto el paciente que atendía murió una hora después, por no recibir el tratamiento preescrito por su médico.

__El espíritu quedó errante__ interviene uno de los oyentes.

__De haber logrado terminar, el tratamiento, el paciente atendido se hubiese salvado__, agrega un tercero.

__ He escuchado que todo aquel que la ve, se mejorará de alguna dolencia que padezca__ concluye un cuarto hablante.

__Nunca bajaré solo, menos a esa hora__ cierra un quinto.

Luego, superada la impresión, acompañe a mi sobrino Freddy Omar Sánchez Cáceres, su nombre completo, a un centro de abastecimiento de insumos médicos, en su vehículo, color verde, creo, en el que el compró las bolsas contentivas de los nutrientes para mantener la distanasia.  

Veinte años más tarde, cuando me aventuré a escribir este relato, solicité a mi sobrina Odilsa Magaly y lectura para afinar detalles y me comentó que también la vio, cuando bajó las escaleras, aproximadamente la misma hora, motivada por el cansancio y que portaba en la cofia poseía la pequeña cruz roja, aditivo que diez años atrás se había dejado de usar. Para mi sano juicio, doy gracias a mi desconocimiento histórico de la vestimenta. De saberlo hubiese corrido despavorido y de seguro no sería yo el que cuenta este relato.

Creo que es digno acotar que no todos los que transitan las escaleras a esa hora de la madrugada ven a la dama de reluciente blanco y excelsa sonrisa. Por tanto, no reciben el bienestar de salud que propicia el encuentro. 

Dr. Edgar B. Sánchez B.



domingo, 17 de octubre de 2021

NOMBRES PROPIOS

NOMBRES PROPIOS: (*Dios*, dios).

Es social, por cuanto la escuela formal lo enseña, que los nombres propios se escriben con primera letra mayúscula, así que sólo hay que esforzarse en saber cuándo una palabra es o no un nombre propio.

Los nombres personales o singulares para animales, son nombres propios, aunque, en las personas, varios pueden ostentar uno de ellos, son propios por cuanto su sonido lo enfoca.

Hay nombres que, dependiendo del contexto, son o no propios. Por ejemplo, *Dios* o dios. Si se usa desde monoteísmo, como los católicos o protestantes se debe escribir, *Dios*, por cuanto, para estás religiones *Dios* es único, por ende, es nombre propio. Sólo se refiere a la única divinidad que lo merece.

Sin embargo, en religiones politeístas como las griegas, escandinavas, hindúes y otras, la palabra “dios” es una categoría que hace alusión a seres sobrenaturales: dios Zeus, dios Thor, diosa Urisha, diosa Vishnu, diosa Shiva, diosa Ramá, dios Neptuno, dios Marte, dios Horus, dios Poseidón.

Así que, si eres monoteísta y usas la palabra dios, debes escribirla con mayúscula: *Dios*.

 

Dr. Edgar B. Sánchez B.