lunes, 2 de mayo de 2022

LORÍN

 

LORÍN 

Lorín es el nombre de un loro encarcelado en la casa de Maraya, su jaula es grande, sin embargo, para él, es estresante no tener espacio para ejercitar sus alas ni la oportunidad de disfrutar de alguna que otra conquista femenina.

En los momentos en que Lorín acumula gran cantidad de energía, sin poderla liberar, que en libertad compartiría con alguna fémina de su especie, vienen a su pensamiento las imágenes de los pájaros en conquista que trinan alrededor de su jaula y que, por demás, furtivamente picotean las frutas que Maraya le trae a diario. Frota su zona sexual contra la rama seca de guayabo que está dentro de la jaula y emite un arrullo casi imperceptible. Los pájaros aprovechan esos largos encuentros oníricos con la rama para robarle su comida.

De todos los alimentos que Lorín disfruta, la guayaba le es especial, pues esta fruta hace que aumente la cantidad de su plumaje y sus colores verde y rojo se tornan brillantes junto al amarillo que rodea sus ojos. Los visitantes que vienen a disfrutar del festín servido en su jaula, para distraerlo, trinan frases que sobresaltan la hermosura de su cuerpo, plumaje y color; él se llena de vanidad y parlotea con fuerza para indicar gracias. Algunas veces ulúlala, lenguaje que aprendió de un búho que se refugia en un árbol cercano. Sin embargo, la dama de las mañanas, la que le dice: Lorín-Lorín-Lorín, le trae arepas venezolanas, de harina pan; las recibe y las degusta como una entrega de amor.

Lorín es único, de su especie, en el entorno. En alguna oportunidad Maraya leyó, en voz alta, las aventuras de Saint-Exupéry, quien indicó “pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor”, le encantó la arrogancia de la rosa de aquel planeta lejano, a la que Principito le brindaba especial atención, por su hermosura y esplendido color rojo. Se dijo para sí mismo – seré como ella--, --de seguro atraeré para mí la atención de Maraya. En lo sucesivo la arrogancia se convirtió en su proyecto de vida, en su finalidad primordial.

Lorín observaba que su jaula estaba incluida en otra jaula, que a su vez contenía otra jaula, con techo de teja y sus respectivas rejas, a los lejos como a veinte metros de distancia había otras vallas como las de su casa, sólo que, de mayor anchura y grosor, en el espacio entre ellas podría escapar, pensó para sí. Sin embargo, los tres perros: Horus, Ares y Mufasa no podían superarlas a pesar de los intentos que hacían.

--Una jaula dentro de otra jaula, que feo es el mundo-- pensó Lorín,

--¿por qué habrá tantos encierros?

Por un momento sintió lástima por los perros que como él estaban encerrados de por vida. También por Maraya,

--Ella se las ingenia para salir de la jaula con techo de teja y de la reja circundante, por una hendija que luego cierra con sumo cuidado para que otros, de afuera, imagino, los dueños de la jaula grande no se enteren que ella, puede escaparse por horas y entrar de nuevo.

-- Que extraño Maraya retorna a voluntad propia el encierro mayor— admiraba Lorín.

Lorín es buen observador, desde su claustro, nota que la cárcel mayor no tenía rejas en la parte superior y por ahí entraban graznando las guacharacas a engullir los frutos del guayabo que le daba sombra a su hábitat de jaula. Él, por arrogancia las denunciaba con graznidos de desesperación. Maraya salía con rapidez y las ahuyentaba. Todos los días, por la mañana, hacía lo mismo, denuncia tras denuncia para lograr que su alimento no fuese consumido por otros. De esta forma se ganó el desprecio de las guacharacas, ellas, nunca más le volvieron a dirigir un graznido.  Poco le importó, estaba en la fase de ascenso en la arrogancia.

Lorín notó que él tenía ciertos rasgos que lo diferenciaba de los demás, era multicolor, las guacharacas no, son marrones y feas, su cabeza es mayor que a la de las demás aves, sin embargo, menor que la de los perros y mucho menor que la de Maraya. Entendió que la inteligencia dependía de esa proporción y del tamaño del cuerpo. Guacharaca de cuerpo grande, cabeza pequeña es sinónimo de poca inteligencia; colibrí pequeño, cabeza pequeña y proporcional, en número áureo, a su cuerpo equivalente a gran inteligencia.  Lorín se siente filósofo por las comparaciones que es capaz de realizar.

Cuando Maraya le lleva arepas rellenas, los perros saltan alrededor de su jaula, él comienza con los graznidos de denuncia y Maraya, presta, se acerca, a ahuyentar el acoso de los perros. Ares, Mufasa y Horus acordaron vengarse de Lorín en la menor oportunidad que se presentara. Se lo anunciaron, sin embargo, estaba seguro que ellos no pueden traspasar el rejado de su encierro residencia.

Cuando estaba en soledad, sin la presión de las guacharacas y de los perros, sin la premura del hambre, y sin la bella visita del colibrí que tanto admiraba, repudiaba la creación del hierro que hacía que los humanos tuvieran derecho a mantenerlo a él en tan dolorosa condición inanimal, inhumana, inverosímil, innatural. En esos momentos adiaba a Maraya por tenerlo preso, sin derechos, repudiaba las migajas de comida que le traía.

Junto a Maraya, Lorín notaba, que habitaba otro animal, parecido a ella, de su especie, con la cabeza del mismo tamaño, salvo que las delgadas plumas de su cabeza son cortas y el resto del cuerpo totalmente desnudo y sin protección, tiene la capacidad de quitarse el extraño plumaje y colgarlo, cerca de mi jaula, en una cuerda, cuando radia el sol. Él, siempre se ve triste, que extraño, sabe abrir la puerta de su encierro, lo he visto hacerlo, y regresa de nuevo con la misma tristeza. Será que es mentira que existen otros seres de cada especie, y yo estoy equivocado en pensar que hay alguien parecido a mí, pensaba Lorín, y mi esfuerzo filosófico está totalmente infundado. Debo salir de este encierro y averiguar que hay más allá de las rejas grandes.

Para Lorín salir de la pequeña reja, le era muy difícil, aunque aprendió abrir la puerta. La última vez que lo hizo, se dio cuenta que las plumas de sus alas estaban cortadas, no pudo emprender vuelo, Mufasa el perro grande, lo capturó y lo cargo por todo el solar dentro de sus fauces, Maraya se dio cuenta a tiempo y logró que lo soltara.  Las heridas dejadas por los dientes en su emplumado cuerpo duro más de ocho días para que sanaran, el miedo y la depresión estuvo con él más de lo debido, no entendía por qué fue mutilado; Sus alas, decía él, era su principal belleza. Se dio cuenta que estaba realmente solo y que su encierro es permanente. Adiós ansias de libertad y compañía.  

Recordó el momento en el que pudo ocurrir la mutilación y de las manos de quien, supo que, gracias su capacidad de análisis filosófico, que realmente no era amado, solo un objeto para aliviar algún tipo de depresión de la cual no era culpable. Afiló su pico con las rejas aceradas y tomó la decisión de no dejarse tocar más nunca. En lo sucesivo defendió su encerramiento con tenacidad y orgullo. Lo podrán enrejar, concluía para su interior, pero nunca le quitarán su libertad interior.

La decisión de no dejarse mutilar de nuevo, aunque decisiva, decayó pocos días después. Maraya, la que lo mutiló, no volvió acercarse a su entorno, el síndrome del apego del capturado con su captor hizo efecto demoledor en él; vio cuando Maraya abrió de puerta mayor de la gran reja, esa que en pocas oportunidades se usa, salió y no regresó jamás.

Su corazón se llenó de luto, el canto de Maraya, Lorín-Lorín-Lorín, ahora sólo estaba en sus recuerdos. La arepa rellena no llegó más a su jaula, el lavado matutino del envase de la comida ya no se realiza, las guacharacas no son espantadas, los perros merodean permanentemente su jaula y le roban la escasa comida que trae el humano de plumaje corto, un día sí, un día no; un día sí, dos días no. El colibrí que tanto le encantaba no regresó.

Lorín obnubilado con tanta tristeza decidió escapar, revisó el plumaje de sus alas y su cola y notó que las tenía completas. Planificó escapar por sobre la jaula, por donde entraban las guacharacas, allí no había rejas. No intentó, volar desde la puerta, la confianza en el vuelo de era su fuerte, subió a la jaula y tuvo miedo lanzarse al aire y volar y volar. Recordó que aún no sabía, nunca antes lo había hecho. En su empeño de libertad no estuvo atento al movimiento de los perros, cuando se dio cuenta que saltaban para capturarle, intentó volar, no pudo hacia arriba, lo hizo horizontalmente, batió dos veces sus alas, no fue suficiente. Se sorprendió ver que un perro en plena cacería puede saltar a gran altura, nuevamente las fauces de Mufasa lo apretaba con rigor y los otros: Horus y Ares, competían por su cabeza. Por segundos sintió que el mundo se oscureció en su totalidad, cuando la luz regresó vio que a tres metros de distancia su cuerpo era destrozado por Mufasa.

Dr. Edgar B. Sánchez B.