lunes, 24 de abril de 2023

UNA DAMA VESTIDA DE BLANCO (corregido)

 

UNA DAMA VESTIDA DE BLANCO

Cuando uno de mis hermanos estuvo hospitalizado en el central de salud de San Cristobal, Táchira, Venezuela, yo, dado el evidente cansancio físico de sus hijos, ofrecí quedarme una o dos noches, para acompañarlo, José Antonio, mi otro hermano, fue conmigo la primera noche. Lo hice, con sumo agrado, por cuanto, el que ahora requería cuidados, fue apoyo sólido para que yo logrará mi proyecto personal.

En el transcurrir de la segunda noche,  lamento no haber acompañado más, el agotamiento hizo presa de mí. A las dos de la madrugada bajé hacia una habitación del mismo hospital, que estaba disponible para el descanso, mi hermano la ocupó antes de la intervención quirúrgica desde la cual pasó a terapia intensiva y no salió de allí.

Esta habitación quedaba a seis largas escaleras en forma de espiral con igual número de pisos abajo del destinado para la terapia oncológica intensiva. Ubicada en un ala del hospital en la cual eran atendidos los pacientes que por sus posibilidades podían apoyar económicamente al centro de salud. Por cierto, los trámites para el ingreso, a este tipo de atención, fueron facilitados por el médico que lo operó catorce años atrás en su primera lucha contra el Cáncer.

Quien haya estado como acompañante en un ambiente hospitalario entenderá a profundidad el agotamiento que genera, sobre todo si sus recursos económicos son limitados. Allí, en ese espacio para el logro de la salud, brotan, de los acompañantes, en forma natural silenciados llantos y lamentos continuos y solidaridades que brotan de manera espontánea. La atención que nace para apoyar un ser querido se fortalece, sin embargo pronto cobra su precio al cuerpo.

Con marcado estoicismo, mi hermano enfermo, pasó sus últimos días. Es de hacer notar, que mantuvo su ecuanimidad ante la frontera indeleble de la vida y del mundo paralelo. Se mantuvo sólido cual roca del más fino cristal. Emuló acrecentado su acostumbrado tesón, tal como fue su tránsito por la familia y por la comunidad de vecinos que tanto respetó, formó y educó. Recibió entusiasta y desinteresado apoyo de los vecinos de la comarca en la cual vivía. 

Debo destacar, que la vivencia de acompañarle fortaleció los cambios deseados a mi personalidad;  para bien por supuesto. Tuve la oportunidad de ser su punto de apoyo en un merecido baño a su maltratado cuerpo, ante improvisados depósitos de agua y lograra refrescar la acostumbrada limpieza de su cuerpo que ya se preparaba para permitir el vuelo, cual águila, hacia mundos que sólo imaginamos.

Mi hermano fue así, siempre firme, siempre amable, siempre resiliente, siempre preparado para afrontar los retos y dejar con ellos un ejemplo a seguir.

El piso oncológico ya comenzaba a sentir el abandono gubernamental, las puertas rechinaban con ruido estruendoso, no había agua por las tuberías, todos los insumos había que comprarlos y la habitación de descanso para los familiares de los enfermos lucia deteriorada.

LA EXPERIENCIA

Me he alejado, por la emoción de relatar sobre mi apreciado hermano, del propósito inicial del relato. Expresaba que, a las 2 a.m. decidí transitar las escaleras desde el piso oncológico hasta el segundo.

En la ruta encontré una enfermera con atuendo de reluciente blancura, que acompañaba con una sonrisa que llenaba su bello rostro de excelsa alegría. En sus manos el equipamiento usual para aplicar tratamientos hipodérmicos.

Me sentí acompañado, no es fácil caminar solo, al menos no para mí, tengo una imaginación sin control alimentada por cuentos de terror de los obreros de la finca en la que me criaron, caminar por las escaleras de un hospital a las 2 a.m. es productor de imágenes que hacen que los pies tiemblen en cada paso que se dé en anchas escaleras  de escalones fieles a los estandar propuestos por los manuales de ingeniería, desde cuyos bordes se puede mirar hacia la profundidad iluminada a diez pisos más abajo.

Dormí con profundidad.

Al otro día, ya avanzada la mañana, subí de nuevo al piso de cuidados intensivos, allí con rostros atónicos estaban los acompañantes de los otros pacientes. Yo estuve presto acompañar en búsqueda de medicamentos sugeridos por los médicos para el tratamiento oncológico estomacal.

Me preguntaron, a boca de jarro, que experiencia tuve de mi inocente y osada travesía, por las escalera, en la madrugada de esa mañana. 

- ¿A qué horas bajó?

- Respondí, a las dos de la mañana

- ¿Viste a alguien en la escalera?

- Si. Una enfermera que subía a dispensar un tratamiento médico.

Todos intercambiaron miradas.

El interrogante prosiguió.

-A esa enfermera, todos los que hemos bajado de madrugada, nunca solos, no somos capaces, la vemos que sube.

- Dicen que murió, hace aproximadamente diez años de un infarto, en el preciso momento que aplicaba un tratamiento oncológico. Narran, los que relatan las experiencias de los que la conocieron, que fue muy responsable e incansable en su trabajo y que sube a concluir el último y que lo hará por siempre por cuanto el paciente que atendía murió una hora después.

-El espíritu quedó errante- comenta una segunda persona.

-De haber logrado terminar, el tratamiento, el paciente atendido se hubiese salvado- agrega un tercero.

-He escuchado que todo aquel que la ve se calmará de alguna dolencia de la que esté padeciendo -concluye un cuarto hablante.

-Nunca bajaré solo, menos a esa hora- cierra un quinto.

Luego, superada la impresión, acompañe  a los que buscaban el tratamiento a un centro de abastecimiento de insumos médicos, en su vehículo, color verde, creo, en el que el compró las bolsas contentivas de los nutrientes para la distanansia. 

Veinte años más tarde, cuando me aventuré a escribir este relato, solicité detalles y me comentaron que los otros miembros de la familia también la vieron, cuando bajaban las escaleras, aproximadamente la misma hora. La cofia que lucía, la enfermera nocturna, poseía la pequeña cruz roja, aditivo que diez años atrás se había dejado de usar. Para mi sano juicio, doy gracias a mi desconocimiento histórico de la vestimenta. De saberlo hubiese corrido despavorido y de seguro no sería yo el que cuenta este relato.

Edgar B. Sánchez B.

GUARDIANES AL ACECHO

 GUARDIANES AL ACECHO

San Jacinto es un pueblo, que pertenece a Trujillo, estado Trujillo, cuenta con una población aguerrida a sus costumbres y a  su historia. Los vecinos hablan con orgullo sobre Miranday (donde reposan los espíritus) que otrora fue un centro nocturno donde los músicos se daban cita, entre ellos Laudelino Mejías, autor de la mundialmente conocida pieza musical  “Conticinio” (el momento de mayor silencio en la noche). Posee: mercado municipal, una agropecuaria, casa de policía, prefectura, Iglesia, plaza central con estatua de Monseñor Carrillo, dos puentes vehiculares y peatonales para cruzar al otro lado del Rio Castán, Una bomba de gasolina, un ambulatorio, varios puntos de comida y lugar de encuentro de cantantes de karaoke, entre los que destaca “La tertulia de Alejor” con su pescado y pollo a la broster y las noches de los viernes y sábados en las cuales podemos escuchar interpretaciones de excelentes cantantes, que se dan cita en este karaoke incentivados por la atractiva personalidad de sus dueños anfitriones, también está el karaoke "la Morena", hay dos vías que conducen a páramos distintos: La Cristalina y Ortiz, una buen número de canapiales y una veintena de perros caseros que prefieren vivir en la calle.

Los perros se han apoderado de algunas de las calles, la defienden con tesón, ladridos y dientes; toda la jauría se agrupa en torno al líder a la menor señal de alarma. Son perros de mediano tamaño con peso máximo por cuanto están bien alimentados.

Antonio delgado es uno de los pocos que puede transitar la calle “del poder” sin temor a los aullidos de emergencia, toda la jauría se abalanza sobre él para mostrarle aceptación y cariño, sus colas son molinetes en su presencia. En esos momentos de encuentro especial entre Antonio y los canes, sugiero a todos sus amigos, no acercarse a saludarle, quienes lo han intentado son testigos que los ladridos cambian a una tonalidad agresiva y todos lo repiten al unísono.

La puerta de la casa de Antonio emite un sonido inaudible, para el humano, cuando se abre, sin embargo todos los que estemos en las cercanías, sobemos que el dueño saldrá a recibir las luces del alba; los perros perfilan su atención y sus cabezas las orientan hacia su casa.

Siempre veremos a Antonio Delgado, con pesadas bolsas contentivas de retazos de ganado vacuno, aviar y porcino; su casa huele a sabrosos sancochos cocidos a leña de naranjo y limón, con su olor los perros entran en letargo de plácemes, están seguros que se prepara el manjar para la nostra ora. Habrá suficiente para todos.

Antonio Delgado es un biofilo, con suficiente madures para no caer en el síndrome de bambi, su compasibidad y defensa se activa cuando escucha el gemido que emite algún perro al ser pateado por un transeúnte no deseado, Antonio va un paso más allá sin pasar el umbral, dice: todo ser vivo debe autodefenderse. Sin embargo su rostro se llena de angustia cuando escucha un síntoma de maltrato.  No acepta el falso lenguaje inclusivo de que los perros son familia y como consecuencia los hijos de estos ejemplares cuadrúpedos son nietos. Lo considera una horrenda abstracción facilista construida por una sociedad indolente que genera vocablos y situaciones proximistas con el fin de ocultarse y apoyar la indolencia.

Los Perros de San Jacinto, se han trasformado en guardianes de sus pobladores. Ahora más, pues los ambientes nocturnos han crecido, los que disfrutan de noches de farra, saben que la frontera sensible entre el disfrutar e el ir más allá, está, como guardianes al acecho, protegida por: Guadalupe, Marbella, Negro y La marica.

Todos sabemos que los perros son territoriales, Kaicer controla las cercanías de parque Román Valecillos, en la vía que conduce al páramo De Ortiz, dos compañeros de género le acompañan. Yo, particularmente, tuve que obsequiarles galletas, trozos de pan, arepas hechas en casa, para ganar algo de aceptación, ahora son mis amigos y salen a saludarme cada vez que frecuento el lugar. El territorio de Kaicer es distinto al de Guadalupe.

Es tal la afición cariñosa que tiene la comunidad con estos compañeros de vida que recuerdan los nombre de generaciones pasadas, entre ellos a: Coralmin de Ramón Terán, Fusil de Atilio Parilli, Nerón de Antonio Pacheco, Nei de José La Paz, Tigre de Pablo Barreto, quien esperaba a que Don Pablo abriera el portón del garaje para salir y morder a todo aquel que se acercara a la unidad de transporte; como olvidar al perro Lazo de Ricardo Núñez y Gasofia que se subía a todos los carros cuyo dueño le mostrara algo de cariño.

 Dr. Edgar B. Sánchez B. 

jueves, 13 de abril de 2023

PINCHOS

 PINCHOS

Para quienes no son venezolanos, la palabra pincho es usada en mi país, para signar un sabroso preparativo, muy oloroso y aliñado, que se vende al público, por lo usual, en los festejos patronales. Es carne anclada a un fino trozo de madera de punta aguda, acompañada de papa o yuca, que al fuego directo es abrazada.
En mi ciudad es costumbre que las fiestas se realicen alrededor del estadio que está alejado de todo poblado, el cual se encuentra en las afueras y cuenta, a su favor, con dos vías de cuatro canales vehiculares, más otra que conduce a un nuevo centro habitacional que se ha ido desarrollando en la parte superior y que, usualmente, denominamos el mirador.
El estadio es un escenario creado primordialmente para el béisbol, aunque en su perímetro, en forma de círculo, se practica otros deportes, entre ellos, la caminata. Desde la distancia, sobre todos desde las cimas turísticas, el estadio, para los de imaginación, se parece la cabeza de un ave que desea emprender el vuelo hacia otro mundo y regresar de nuevo a su lar nativo.
En los momentos en que en el derredor del estadio de llena de fiesta y golosinas, la carne asada en pinchos hace su olorosa presencia. Beco es el nombre de unos de los personajes que es atraído por la delicia del pincho. Se acerca con un ramillete de perros que le acompañan amarrados a su cinto, con la esperanza que sacie sus hambrientos estómagos.
Los que comen los sabrosos pinchos de vez en cuando brindan migajas de carne a los perros de Beco, sin embargo, se extrañan, que a pesar de lo hambrientos que están los animales, sólo huelen el brindis, no lo consumen.
Beco es famoso en la comunidad de consumidores de pinchos por estar siempre acompañado de una jauría de al menos nueve especímenes, lo extraño es que al día siguiente pasa con otra jauría distinta de la anterior.
Una característica resaltante del señor de los perros, es el consumo excesivo de carne. Allá en la curva donde vive, en un improvisado rancho de paja y zinc, al borde de la carretera trasandina, en la fría montaña, mirador de la ciudad principal, siempre hay, en el improvisado fogón de leña, una olla de diez litros de capacidad en la que se cuece un sancocho de verduras de la zona con abundante carne de costilla y osobuco.
El olor se esparce por todo el ambiente y la imaginación delirante de los que por allí transitan, se hace eco de incontables relatos sobre el contenido del cilíndrico envase con tapa y agarraderas que burbujea sobre la fragua. Los perros amarados al horcón cercano se mueven nerviosos, con ladridos que más bien parecen llantos, en su vano intento de escapar. Sus finos olfatos no soportan el olor que emite el almuerzo de Beco.
Por la mañana de todos los días, el ladrido de los perros deja de escuchase, la comunidad es testigo que todos los días Beco baja al pueblo, sobre todo cuando el estadio está de fiesta, cargado con un saco de cabuya tejida, que con esfuerzo sostiene en su espalda anclada a su cabeza. Por las tardes todos se enteran de que Beco va subiendo a su rancho por el aullido lastimero de los nuevos peros que le acompañan.
La comunidad en la que vive Beco, lo tienen por hombre loco y peligroso, él lo sabe y le conviene. Usa el pánico que su presencia imparte para robar hortalizas para sus sancochos en los predios cultivados. Por plena vía trasandina se desplaza con cambures robados.
Cuando Beco murió, su ausencia fue percibida, por cuanto el olor de su cuerpo en descomposición competía con el de los perros muertos por sed e inadmisión amarrados al horcón del sacrificio.
La comunidad a la que Beco pertenecía prohibió el consumo de pinchos, hasta determinar si una extraña afección aparecida pudiera tener como precedente el consumo de tan sabrosos presentes de feria.
Sin embargo, la prohibición no era necesaria, los relatos sobre Beco y los perros que lo acompañaban, se hicieron famosos por sus propios medios, por mucho tiempo, la comunidad dejo de consumir comida rápida que llevara carne. Incluso dejó de asistir a un restaurant que al perder su clientela se vio obligado a cerrar sus puertas.
Dr. Edgar B. Sánchez B.
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