jueves, 13 de abril de 2023

PINCHOS

 PINCHOS

Para quienes no son venezolanos, la palabra pincho es usada en mi país, para signar un sabroso preparativo, muy oloroso y aliñado, que se vende al público, por lo usual, en los festejos patronales. Es carne anclada a un fino trozo de madera de punta aguda, acompañada de papa o yuca, que al fuego directo es abrazada.
En mi ciudad es costumbre que las fiestas se realicen alrededor del estadio que está alejado de todo poblado, el cual se encuentra en las afueras y cuenta, a su favor, con dos vías de cuatro canales vehiculares, más otra que conduce a un nuevo centro habitacional que se ha ido desarrollando en la parte superior y que, usualmente, denominamos el mirador.
El estadio es un escenario creado primordialmente para el béisbol, aunque en su perímetro, en forma de círculo, se practica otros deportes, entre ellos, la caminata. Desde la distancia, sobre todos desde las cimas turísticas, el estadio, para los de imaginación, se parece la cabeza de un ave que desea emprender el vuelo hacia otro mundo y regresar de nuevo a su lar nativo.
En los momentos en que en el derredor del estadio de llena de fiesta y golosinas, la carne asada en pinchos hace su olorosa presencia. Beco es el nombre de unos de los personajes que es atraído por la delicia del pincho. Se acerca con un ramillete de perros que le acompañan amarrados a su cinto, con la esperanza que sacie sus hambrientos estómagos.
Los que comen los sabrosos pinchos de vez en cuando brindan migajas de carne a los perros de Beco, sin embargo, se extrañan, que a pesar de lo hambrientos que están los animales, sólo huelen el brindis, no lo consumen.
Beco es famoso en la comunidad de consumidores de pinchos por estar siempre acompañado de una jauría de al menos nueve especímenes, lo extraño es que al día siguiente pasa con otra jauría distinta de la anterior.
Una característica resaltante del señor de los perros, es el consumo excesivo de carne. Allá en la curva donde vive, en un improvisado rancho de paja y zinc, al borde de la carretera trasandina, en la fría montaña, mirador de la ciudad principal, siempre hay, en el improvisado fogón de leña, una olla de diez litros de capacidad en la que se cuece un sancocho de verduras de la zona con abundante carne de costilla y osobuco.
El olor se esparce por todo el ambiente y la imaginación delirante de los que por allí transitan, se hace eco de incontables relatos sobre el contenido del cilíndrico envase con tapa y agarraderas que burbujea sobre la fragua. Los perros amarados al horcón cercano se mueven nerviosos, con ladridos que más bien parecen llantos, en su vano intento de escapar. Sus finos olfatos no soportan el olor que emite el almuerzo de Beco.
Por la mañana de todos los días, el ladrido de los perros deja de escuchase, la comunidad es testigo que todos los días Beco baja al pueblo, sobre todo cuando el estadio está de fiesta, cargado con un saco de cabuya tejida, que con esfuerzo sostiene en su espalda anclada a su cabeza. Por las tardes todos se enteran de que Beco va subiendo a su rancho por el aullido lastimero de los nuevos peros que le acompañan.
La comunidad en la que vive Beco, lo tienen por hombre loco y peligroso, él lo sabe y le conviene. Usa el pánico que su presencia imparte para robar hortalizas para sus sancochos en los predios cultivados. Por plena vía trasandina se desplaza con cambures robados.
Cuando Beco murió, su ausencia fue percibida, por cuanto el olor de su cuerpo en descomposición competía con el de los perros muertos por sed e inadmisión amarrados al horcón del sacrificio.
La comunidad a la que Beco pertenecía prohibió el consumo de pinchos, hasta determinar si una extraña afección aparecida pudiera tener como precedente el consumo de tan sabrosos presentes de feria.
Sin embargo, la prohibición no era necesaria, los relatos sobre Beco y los perros que lo acompañaban, se hicieron famosos por sus propios medios, por mucho tiempo, la comunidad dejo de consumir comida rápida que llevara carne. Incluso dejó de asistir a un restaurant que al perder su clientela se vio obligado a cerrar sus puertas.
Dr. Edgar B. Sánchez B.
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Benilda Cova, Miguel Manzanilla y 4 personas más

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