DUELO
Todos hemos pasado por muchas etapas, y aún faltan un sin número
de ellas. Las etapas continúan después de la muerte física, pues creo en la
continuidad de los logros obtenidos por el ser y grabado en lo vital de la
esencia.
Los logros, en los que cada uno se esfuerce por obtener, serán
aprovechados por la naturaleza en su planificación lenta, continua a fin de proseguir
con la evolución hacia una globalidad integrada y equitativa.
Cada saber es necesario. Para usar una analogía común, somos
pendrive, guardamos gran cantidad de información, somos parte de una red concienciada
para el logro de la integración con seres de otros mundos con los cuales
interactuamos, sin que, la mayoría de nosotros, sepamos que lo hacemos.
Hay duelos que siempre están, entre ellos: Por la madre o
por un hijo que mueren, por la tierra en la que nacimos y ya no es nuestra, por
los amigos de la infancia feliz y estudios de primaria, por los compañeros de
bachillerato, por un amor que no se consolidó, por la casa que hubo que
venderse para contribuir en la salvación de una vida, por un matrimonio que se
desintegró, por lo que se perdió en una imprudencia vial, por lo que pudo ser, por la desaparición de un amigo, por
el rechazo de la familia, por el estilo de gobierno que merecemos y nos fue
arrebatado, por la pérdida del trabajo.
Los duelos se atenúan, que bueno que es así, nuestro cerebro
recibe el impacto de lo negativo, nos prepara para la rápida acción, contribuye
en distintas propuestas de solución y luego trata, resuelta la emergencia, de
volver al estado de comodidad que hubo tenido antes del impacto. No siempre el
retorno es sencillo.
El duelo de la muerte de un hijo deja una impronta casi
imborrable, años de duelo devienen, Heráclito, filósofo griego introdujo esta
última palabra: “proceso de nacimiento y desarrollo en que el objeto llega ser”,
en nuestro caso el duelo.
Tuve la desdicha de sentir un duelo en estos términos, mi
hijo de 20 años murió en un accidente, quince minutos antes estuvo en casa, yo
estaba dormido, no pude evitar que en su estado quisiera regresar a su ambiente
de fiesta. Veinte años después, aún mi interior reclama.
El duelo por muerte de la madre nunca se olvida, siempre
está ahí, cuando emprende el viaje, aunque sea de edad avanzada, su presencia
terrenal pareciera que se mudara en nosotros. Comienza el yo interior, el temor
de Dios, a hacer los reclamos por lo que no se hizo para llenarla de felicidad.
Se le recuerda. Sin embargo, nada es suficiente, en retorno, que iguale la
entrega de este extraordinario ser. Química y en conciencia la madre da, el
todo por el todo, para que sus hijos alcancen el máximo de felicidad posible. El
duelo por la madre, aunque se atenúe, siempre estará.
Yo tuve, aún lo tengo, duelo por un amigo músico, José Luis
Covarubios, requintista y guitarrista de máximo nivel, cantante de múltiples
canciones, acostumbraba dar conciertos de dos horas seguidas. Tuvo la
oportunidad de compartir con José-José en una tertulia que este músico internacional
promovió, para el encuentro, en una sala de fiestas de Caracas, capital de
Venezuela. A pesar de ser un caballero
del compartir murió y fue enterrado en soledad por causa del covid19. Aún me
hace llorar recordarlo.
La tierra también produce entornos de duelo, sobre todo en
aquellos en que el odio los condujo hacia otras latitudes del mundo, por no
encontrar oportunidades de trabajo en país su país de origen, como es el caso
venezolano y, más reciente: Ucrania. Por
la matanza a la que está siendo sometido. Es imposible que podamos escribir las
palabras adecuadas que pudieran acercarse a este sentimiento de duelo. La mayoría
de los habitantes del mundo no tienen remota idea de lo que puede sentir un
desplazado ucraniano. Todo por odio y ansias de poder.
En definitiva, los duelos, aunque son parte del diario
vivir, son acercamientos a la muerte, son cambios bruscos en lo que somos.
Algunos no lo superamos solos, requerimos de la intervención de los que nos
aman o un profesional. Creo que nadie puede orientarnos a conllevarse con un
duelo.
Dr. Edgar B. Sánchez B.