ARDÍN AGÓNICO
Mi jardín enluteció, acá frente a mí, encontró un cristofué
su muerte, es posible que haya creído que fuese un buen lugar para hacerlo. A
diario nos visitaba, le brindábamos presentes frutales, los recibía con
beneplácito y los degustaba poco a poco, con marcada paciencia, bajo la
atención de nuestras miradas, él lo sabía. No le gustaba que lo observáramos,
lo decía con el nerviosismo de sus alas atentas. No permitía fotografías, que
extraño, poseía tanta bellas en sus coloridas plumas y en su ágil y agraciada
figura. Respetamos su privacidad.
Permanecía en los guanábanos, aguacates o limonarias todo el
día, allí aplacaba su tristeza en nuestra compañía, le gustaba; solo exigía que
no lo observáramos tanto, nunca le hicimos caso, no quería que nuestra mirada
captara su tristeza.
Por las noches desaparecía, tendría algún pequeño lugar
externo a su casa original, de la cual lo habrían botado, donde reposaba su
insomnio sin el calor familiar que nublaba su razón, en ese lugar de tristezas
envejecidas encontraba alguna limosna de dicha, algún recuerdo de amor, de
familia, de desprendimiento, de altruismo.
ÉL se sabía complicado, conocía su arrogancia, también su
amor por la familia. Cuando estaba lejos añoraba regresar a su casa y cuando
estaba cerca de casa los recuerdos de incomprensión lo torturaban. Recordaba
todos sus errores cometidos que lo lanzaban al otro día, así todos los días, a
buscar olvido en lugares. Esa es la razón por la que venía a mi jardín.
Cuando un pájaro envejece no tiene cabida en los nichos en los
que ayudó criar a su familia, ni en los nuevos construidos por su prole, los
hijos y su esposa lo abandonan a su suerte.
Intentamos que nuestros árboles fuese su hogar y construyera
en ellos su refugió, él no lo sintió así. Él sabía que, aunque lo amaramos,
para nosotros era únicamente un adorno, lo sentía así por la forma en que lo
mirábamos.
Sabía que mi jardín, también su jardín, que deseábamos que
fuese su hogar, era sólo el lugar de alimentación. Creo, tenemos indicios
indemostrables, que la noche anterior a su muerte fue desplazado a la fuerza de
aquella que fuese su casa nocturna y en el agobio, sin lograr ver, la mayoría
de los pájaros no ven de noche, se orientó por instinto al jardín que compartía
con nosotros y los perros, estos últimos que, si tienen orientación nocturna,
lo ataparon y le dieron muerte, las sombras ocultaron su identidad.
Al otro día cuando fuimos a llevarle alimento, debajo de la
cacerola donde comía, le encontramos muerto, aún sin el rigor mortis, lágrimas
de dolor póstumo vertió nuestras almas, conjeturamos que su tristeza acabó,
pues los pájaros repudiados de su hogar sufren profunda desolación.
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