domingo, 20 de agosto de 2017

CARTA A LUCÍA


CARTA A LUCÍA


Lucia, mi Olga Lucia, mi saludo de siempre. Sé que al recibir esta misiva, estarás feliz al lado de tu hermosa hija, con quien compartí, siendo niña, momentos que mi memoria conmemora con agrado y bienestar. Para ella saludos fraternales. Dile, de mi parte, que siempre la apreciaré y que es un inmenso placer haberla conocido desde párvula.
Son innumerables los momentos que vienen a mi memoria, todos gratos, en los que con lujosos detalles, paseo virtualmente por aquellos lugares de la geografía venezolana que compartimos juntos, sobre todo: los tachirenses, los merideños y los aragüeños. Las playas. Del Táchira recuerdo con especial atención: Palo Grande, La ruta a la Casa del Padre, Boca de Monte, tu finca rumbo al páramo El Zumbador, Peribeca, la ruta boscosa de Palo Grande a Peribeca, la Universidad Católica, tu casa de hospedaje y la escuela cercana, donde estudiaba tu hija y yo la buscaba al terminar la jornada educativa del día. Tantos gratos momentos compartidos. De Mérida, todos fueron bellos, solo uno quisiera borrar, el fuerte contacto con el techo del segundo nivel de mi apartamento, sobre el cual no indico detalles, sé que entenderás cual es el momento que traigo a mi memoria y que relato en ésta.
Que hermosa, bella lucía, es la forma en que te conocí: un día caluroso en nuestro pueblo Colón de las palmeras, bello gentilicio. Nosotros, intencionalmente, buscamos las gélidas montañas del Zumbador para compartir con nuestros amigos, de los cuales iba uno de mis sobrinos, el más amado: Alfredo. No nos conocíamos, solo había un encuentro fortuito en un restaurante de nuestro pueblo, eso no impidió que organizamos la velada que abrió la ventana celestial para que mi corazón tuviera la oportunidad de llenarse de rayos de luz, que hoy, a pesar de no tenerte a mi lado, a pesar de la distancia y de las fronteras interpaises, ha permitido que estés en mí, que vivas en mí, que me acompañes siempre en mis pensamientos, nunca más las sombras de la soledad y la tristeza perturban mi ser, pues siempre estás en mí. Pueblo bendito, bendito ese día, bendito el restaurante, bendito mi sobrino por ser parte de la escena del día, bendita la oportunidad que permitió conocerte. Recuerdo, quisiera escribirlas, las conversaciones con horas completas, que tuvimos por teléfono.
Ese día, cuando hicimos el asado en la montaña, no estaba indispuesto de salud, sin embargo tu presencia me embriagaba, me hacia temblar, mi atención hacia a ti desvinculaba la atención hacía mí, por ello el abrigo que debí usar para contrarrestar el frío no lo tomé en cuenta, y, cuando mi fortaleza sucumbió, mis manos se enfriaron a tal extremo que la hipotermia las inutilizó para realizar las faenas propias del compartir haciendo y creando.
Recuerdo con sumo placer, agotado por la hipotermia de mis manos, que levantaste tu abrigo y permitiste que mis manos adquirieran calor de tu cuerpo, directamente en contacto con tu piel, calor salvador, calor sublime, calor que uso aún para sentirme vivo y amado, esos momentos inolvidables me dan vida y siento lo hermoso que es vivir para tener oportunidad de disfrutarlos. No solo mis manos se calentaron, mi imaginación voló por rumbos sin horizontes donde habitan, en noosfera, las hermosas ideas de Platón.
Haber tenido calor de tus manos, de cuerpo, de tu piel, de tu impetuosidad de confortable juventud, de tus ojos verdes como plantíos de páramo, es confortable para mis sentimientos. Cuando salía de la hipotermia, comencé a mentir y seguí temblando por aprendizaje, mi imaginación voló por agrestes montañas intransitadas y sentí que debía escalar toda la ruta planificada en los últimos momentos, en esos momentos presentes y tu, aunque seguro estoy, estaba entrada de la completa recuperación, permitió que siguiera disfrutando del calor emanado de tu cuerpo.

Aunque, en este momento de recuerdos, haya perdido el calor de tus manos, de tu cuerpo, de tus palabras, de tu compañía por la lejanía en que vives, no dejó nunca de pensarte y recordar nuestros momentos. Mi imaginario de ti es abundante y detallado, acumula todo lo que hay y lo uso para sentir tu calor, tu fortaleza tu pasión.

En mi cotidianidad, cuando realizo caminatas para resarcir mi salud, detallo la playa de Catica, donde  juntos disfrutamos del ardiente sol y de mi ardiente imaginación que, cual habitante del aire, buscaba la mejor visual posible para disfrutar tu hermoso cuerpo tendido en la arena, bronceándose, blanco al principio, con matices bromisios luego, y candente rojillo al final de la tarde. Está abuso con el astro rey fue riesgozo, aunque permitió, por los días siguientes, durante un mes, mis manos frotaran tu piel, toda tu piel, con cremas ricas en vitamina E, para entonces abundantes en las farmacias. 

Es especial, para mi memoria, la primera vez que desnudamos nuestros cuerpos para disfrutar la entrega, en aquella casa, la casa de la playa, la casa que abrió mi felicidad, la casa que he adornado, en mi interioridad, con pinturas de arco iris extendidas con pinceles de pétalos de rosas reforzados con alas de mariposas azules. 
Con el amor que siempre te tendré, espero que estés bien y encontrarte de nuevo en mi camino de vida, te ama y te recuerda por siempre:
Edgar Bautista Sánchez Briceño

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