LORÍN
Lorín es el nombre de un loro encarcelado en la casa de
Maraya, su jaula es grande, sin embargo, para él, es estresante no tener
espacio para ejercitar sus alas ni la oportunidad de disfrutar de alguna que
otra conquista femenina.
En los momentos en que Lorín acumula gran cantidad de
energía, sin poderla liberar, que en libertad compartiría con alguna fémina de
su especie, vienen a su pensamiento las imágenes de los pájaros en conquista
que trinan alrededor de su jaula y que, por demás, furtivamente picotean las
frutas que Maraya le trae a diario. Frota su zona sexual contra la rama seca de
guayabo que está dentro de la jaula y emite un arrullo casi imperceptible. Los
pájaros aprovechan esos largos encuentros oníricos con la rama para robarle su comida.
De todos los alimentos que Lorín disfruta, la guayaba le es
especial, pues esta fruta hace que aumente la cantidad de su plumaje y sus
colores verde y rojo se tornan brillantes junto al amarillo que rodea sus ojos.
Los visitantes que vienen a disfrutar del festín servido en su jaula, para
distraerlo, trinan frases que sobresaltan la hermosura de su cuerpo, plumaje y
color; él se llena de vanidad y parlotea con fuerza para indicar gracias. Algunas
veces ulúlala, lenguaje que aprendió de un búho que se refugia en un árbol
cercano. Sin embargo, la dama de las mañanas, la que le dice: Lorín-Lorín-Lorín,
le trae arepas venezolanas, de harina pan; las recibe y las degusta como una
entrega de amor.
Lorín es único, de su especie, en el entorno. En alguna
oportunidad Maraya leyó, en voz alta, las aventuras de Saint-Exupéry, quien
indicó “pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona
mayor”, le encantó la arrogancia de la rosa de aquel planeta lejano, a la que Principito
le brindaba especial atención, por su hermosura y esplendido color rojo. Se
dijo para sí mismo – seré como ella--, --de seguro atraeré para mí la atención
de Maraya. En lo sucesivo la arrogancia se convirtió en su proyecto de vida, en
su finalidad primordial.
Lorín observaba que su jaula estaba incluida en otra jaula,
que a su vez contenía otra jaula, con techo de teja y sus respectivas rejas, a
los lejos como a veinte metros de distancia había otras vallas como las de su
casa, sólo que, de mayor anchura y grosor, en el espacio entre ellas podría
escapar, pensó para sí. Sin embargo, los tres perros: Horus, Ares y Mufasa no
podían superarlas a pesar de los intentos que hacían.
--Una jaula dentro de otra jaula, que feo es el mundo--
pensó Lorín,
--¿por qué habrá tantos encierros?
Por un momento sintió lástima por los perros que como él
estaban encerrados de por vida. También por Maraya,
--Ella se las ingenia para salir de la jaula con techo de
teja y de la reja circundante, por una hendija que luego cierra con sumo
cuidado para que otros, de afuera, imagino, los dueños de la jaula grande no se
enteren que ella, puede escaparse por horas y entrar de nuevo.
-- Que extraño Maraya retorna a voluntad propia el encierro
mayor— admiraba Lorín.
Lorín es buen observador, desde su claustro, nota que la cárcel
mayor no tenía rejas en la parte superior y por ahí entraban graznando las
guacharacas a engullir los frutos del guayabo que le daba sombra a su hábitat de
jaula. Él, por arrogancia las denunciaba con graznidos de desesperación. Maraya
salía con rapidez y las ahuyentaba. Todos los días, por la mañana, hacía lo
mismo, denuncia tras denuncia para lograr que su alimento no fuese consumido
por otros. De esta forma se ganó el desprecio de las guacharacas, ellas, nunca
más le volvieron a dirigir un graznido. Poco
le importó, estaba en la fase de ascenso en la arrogancia.
Lorín notó que él tenía ciertos rasgos que lo diferenciaba
de los demás, era multicolor, las guacharacas no, son marrones y feas, su cabeza
es mayor que a la de las demás aves, sin embargo, menor que la de los perros y
mucho menor que la de Maraya. Entendió que la inteligencia dependía de esa
proporción y del tamaño del cuerpo. Guacharaca de cuerpo grande, cabeza pequeña
es sinónimo de poca inteligencia; colibrí pequeño, cabeza pequeña y
proporcional, en número áureo, a su cuerpo equivalente a gran
inteligencia. Lorín se siente filósofo
por las comparaciones que es capaz de realizar.
Cuando Maraya le lleva arepas rellenas, los perros saltan
alrededor de su jaula, él comienza con los graznidos de denuncia y Maraya,
presta, se acerca, a ahuyentar el acoso de los perros. Ares, Mufasa y Horus
acordaron vengarse de Lorín en la menor oportunidad que se presentara. Se lo
anunciaron, sin embargo, estaba seguro que ellos no pueden traspasar el rejado
de su encierro residencia.
Cuando estaba en soledad, sin la presión de las guacharacas
y de los perros, sin la premura del hambre, y sin la bella visita del colibrí
que tanto admiraba, repudiaba la creación del hierro que hacía que los humanos
tuvieran derecho a mantenerlo a él en tan dolorosa condición inanimal,
inhumana, inverosímil, innatural. En esos momentos adiaba a Maraya por tenerlo
preso, sin derechos, repudiaba las migajas de comida que le traía.
Junto a Maraya, Lorín notaba, que habitaba otro animal,
parecido a ella, de su especie, con la cabeza del mismo tamaño, salvo que las
delgadas plumas de su cabeza son cortas y el resto del cuerpo totalmente desnudo
y sin protección, tiene la capacidad de quitarse el extraño plumaje y colgarlo,
cerca de mi jaula, en una cuerda, cuando radia el sol. Él, siempre se ve
triste, que extraño, sabe abrir la puerta de su encierro, lo he visto hacerlo,
y regresa de nuevo con la misma tristeza. Será que es mentira que existen otros
seres de cada especie, y yo estoy equivocado en pensar que hay alguien parecido
a mí, pensaba Lorín, y mi esfuerzo filosófico está totalmente infundado. Debo
salir de este encierro y averiguar que hay más allá de las rejas grandes.
Para Lorín salir de la pequeña reja, le era muy difícil,
aunque aprendió abrir la puerta. La última vez que lo hizo, se dio cuenta que
las plumas de sus alas estaban cortadas, no pudo emprender vuelo, Mufasa el
perro grande, lo capturó y lo cargo por todo el solar dentro de sus fauces,
Maraya se dio cuenta a tiempo y logró que lo soltara. Las heridas dejadas por los dientes en su
emplumado cuerpo duro más de ocho días para que sanaran, el miedo y la
depresión estuvo con él más de lo debido, no entendía por qué fue mutilado; Sus
alas, decía él, era su principal belleza. Se dio cuenta que estaba realmente
solo y que su encierro es permanente. Adiós ansias de libertad y compañía.
Recordó el momento en el que pudo ocurrir la mutilación y de
las manos de quien, supo que, gracias su capacidad de análisis filosófico, que
realmente no era amado, solo un objeto para aliviar algún tipo de depresión de
la cual no era culpable. Afiló su pico con las rejas aceradas y tomó la decisión
de no dejarse tocar más nunca. En lo sucesivo defendió su encerramiento con
tenacidad y orgullo. Lo podrán enrejar, concluía para su interior, pero nunca
le quitarán su libertad interior.
La decisión de no dejarse mutilar de nuevo, aunque decisiva,
decayó pocos días después. Maraya, la que lo mutiló, no volvió acercarse a su
entorno, el síndrome del apego del capturado con su captor hizo efecto
demoledor en él; vio cuando Maraya abrió de puerta mayor de la gran reja, esa que
en pocas oportunidades se usa, salió y no regresó jamás.
Su corazón se llenó de luto, el canto de Maraya, Lorín-Lorín-Lorín,
ahora sólo estaba en sus recuerdos. La arepa rellena no llegó más a su jaula,
el lavado matutino del envase de la comida ya no se realiza, las guacharacas no
son espantadas, los perros merodean permanentemente su jaula y le roban la
escasa comida que trae el humano de plumaje corto, un día sí, un día no; un día
sí, dos días no. El colibrí que tanto le encantaba no regresó.
Lorín obnubilado con tanta tristeza decidió escapar, revisó
el plumaje de sus alas y su cola y notó que las tenía completas. Planificó
escapar por sobre la jaula, por donde entraban las guacharacas, allí no había
rejas. No intentó, volar desde la puerta, la confianza en el vuelo de era su
fuerte, subió a la jaula y tuvo miedo lanzarse al aire y volar y volar. Recordó
que aún no sabía, nunca antes lo había hecho. En su empeño de libertad no
estuvo atento al movimiento de los perros, cuando se dio cuenta que saltaban
para capturarle, intentó volar, no pudo hacia arriba, lo hizo horizontalmente,
batió dos veces sus alas, no fue suficiente. Se sorprendió ver que un perro en
plena cacería puede saltar a gran altura, nuevamente las fauces de Mufasa lo
apretaba con rigor y los otros: Horus y Ares, competían por su cabeza. Por segundos
sintió que el mundo se oscureció en su totalidad, cuando la luz regresó vio que
a tres metros de distancia su cuerpo era destrozado por Mufasa.
Dr. Edgar B. Sánchez B.