lunes, 30 de marzo de 2020

OCCACIO DEL PALMAR

BOCCACIO DEL PALMAR

Asumo el reto planteado por un singular Boccaccio del Palmar, así es como lo conozco, otros como el insigne, magnanime y eximio profesor José Rafael Pernía del NURR, quien, cual emulación de El Decamerón nos invita a escribir relatos de las jornadas que hubo ocurrido en el taller marabólico. Ambrosiaco lugar en la Morita trujillana, paraíso de momoyes en profundas tabernas del Tucutucu.

Fueron muchos los personajes que asistimos a tan exitosas jornadas de reflexión organizadas por el mapuche, cada uno tendrá la oportunidad de relatarlas en este intento decameroniano y ser parte de las 1001 novelas y seremos, si la naturaleza nos ayuda, ser como Dantes, Boccaccio o Petrarca, bases de la literatura palmareña-marabolica-moritiana-palmareña.

En una de las jornadas yo, Edgar Bautista Sánchez Briceño, nacido en Colón, estado Táchira, Trujillano desde el 15 de enero de año del señor 1954, ocurriósome la costumbre de siempre relatar como orgulloso semental  que mi primera hija nació mucho antes del cumplimiento del año 18 de mi nacimiento, asunto que repetía cada vez que podía pues me sentía, aún es así, que fui premiado por la providencia de tan hermosa hija. Sin embargo, siempre hay un personaje que trata de usar las circunstancias individuales y fabulosos momento para producir risa y amenidad.

Tomás Salas, profesor, también de mi pueblo Colón, me preguntó, no sin antes organizar a los otros jornaleros, ¿Edgar, a quien salió usted tan culión?, ¿de tu mamá o por tu papá?

Ahora amigos lectores, les pido se ubiquen en aquellos años, en los que señalamientos como estos eran una clara invitación a tomar armas y enfrentar la ofensa y recuperar el honor mancillado.

Pues así ocurrió. Yo tome un cuchillo, marca tres canales, de esos usados para la labranza. Y todo ira y músculos, me abalancé sobre el ofensivo Tomás Salas.  Nadie salió al paso para disminuir mi impulso y disminuir el riesgo mortal, todos reían estruendosamente como si se hubiese echado el mejor chiste posible. Tomás palideció y eso hacía que su rostro irónico reluciera con más plenitud.

En todo caso, los escasos  metros que habían entre el ofensor y el ofendido fueron suficientes para que el iracundo Edgar, es decir, yo, calmara sus ímpetus y retornara a las cervezas, que en cantidad, lucían en la nevera.
Para el colmo, ya libados todos, como a las 3 de la madrugada, Tomás lanzó una afirmación, Edgar aún no me has contestado la pregunta. Y nuevamente el taller se llenó de burlas y sarcasmos.  

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