BOCCACIO DEL PALMAR
Asumo el reto planteado por un singular Boccaccio del Palmar,
así es como lo conozco, otros como el insigne, magnanime y eximio profesor José
Rafael Pernía del NURR, quien, cual emulación de El Decamerón nos invita a escribir
relatos de las jornadas que hubo ocurrido en el taller marabólico. Ambrosiaco
lugar en la Morita trujillana, paraíso de momoyes en profundas tabernas del Tucutucu.
Fueron muchos los personajes que
asistimos a tan exitosas jornadas de reflexión organizadas por el mapuche, cada
uno tendrá la oportunidad de relatarlas en este intento decameroniano y ser
parte de las 1001 novelas y seremos, si la naturaleza nos ayuda, ser como
Dantes, Boccaccio o Petrarca, bases de la literatura
palmareña-marabolica-moritiana-palmareña.
En una de las jornadas yo, Edgar
Bautista Sánchez Briceño, nacido en Colón, estado Táchira, Trujillano desde el 15 de enero de año del señor 1954,
ocurriósome la costumbre de siempre relatar como orgulloso semental que mi primera hija nació mucho antes del
cumplimiento del año 18 de mi nacimiento, asunto que repetía cada vez que podía
pues me sentía, aún es así, que fui premiado por la providencia de tan hermosa
hija. Sin embargo, siempre hay un personaje que trata de usar las
circunstancias individuales y fabulosos momento para producir risa y amenidad.
Tomás Salas, profesor, también de
mi pueblo Colón, me preguntó, no sin antes organizar a los otros jornaleros, ¿Edgar,
a quien salió usted tan culión?, ¿de tu mamá o por tu papá?
Ahora amigos lectores, les pido se ubiquen en aquellos años, en los que señalamientos como estos eran una
clara invitación a tomar armas y enfrentar la ofensa y recuperar el honor
mancillado.
Pues así ocurrió. Yo tome un
cuchillo, marca tres canales, de esos usados para la labranza. Y todo ira y músculos,
me abalancé sobre el ofensivo Tomás Salas. Nadie salió al paso para
disminuir mi impulso y disminuir el riesgo mortal, todos reían estruendosamente como si se hubiese echado el mejor chiste
posible. Tomás palideció y eso hacía que su rostro irónico reluciera con más
plenitud.
En todo caso, los escasos metros que habían entre el ofensor y el
ofendido fueron suficientes para que el iracundo Edgar, es decir, yo, calmara sus
ímpetus y retornara a las cervezas, que en cantidad, lucían en la nevera.
Para el colmo, ya libados todos, como a las 3 de
la madrugada, Tomás lanzó una afirmación, Edgar aún no me has contestado la
pregunta. Y nuevamente el taller se llenó de burlas y sarcasmos.
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