EL QUE EN LO AJENO SIEMBRA HASTA
LA SEMILLA PIERDE
Una de las culturas, por la que
siento respeto, aunque por todas, en sus respectivas formas, hay belleza, es la
cultura suiza. Ellos, al menos eso es lo que he oído de los que viajan o leído
de tantos relatos que nos llegan de escritores que resaltan lo positivo. “Que
los suizos han desarrollado niveles de respeto muy elevados”. Traigo a colación,
aunque esto también ocurre en otros escenarios del mundo, por ejemplo, el saber
escuchar en silencio, una presentación musical, dancística o teatral, sin
interrumpirla, dicen que disfrutan cada detalle hasta el final, sin aplausos.
Esto me parece admirable por cuanto, en
el caso de los constructores de sonido, donde tengo alguna escuálida experiencia,
el mejor regalo que se le puede brindar
a un músico es escucharlo y permitir que el artista sienta lo que logra con su
ejecución, es decir, cuanto es capaz de llenar los espacios de la interioridad
del ser de cada uno de los seres que le asisten, y, por supuesto, recibir,
terminada la obra, una buena dosis de aplausos y si es de pie mejor.
Otra, que también, es objeto de
admiración, para ese pueblo, es la
cantidad de idiomas con la que se comunican, aunque esto no indica que tengan
para lograrlo un valor especial, por cuanto, lo único que se requiere es vivir en tan
ventajoso lugar rodeado de países con distintos idiomas.
Lo que si admito, que es una
virtud desarrollada y colectiva, y esto quisiera sembrarlo en mi pueblo, es el
respeto por lo ajeno, no lo ajeno en cuanto propiedad individual, sino lo ajeno
en cuanto propiedad colectiva, claro está, en Suiza, lo desarrollado en la
propiedad colectiva cuenta con la aprobación consensuada y es parte de la
estructura escrita del estado.
En este pueblo las propiedades
colectivas, llámese: islas de las avenidas, jardines de las urbanizaciones,
zonas verdes, declives extensos en las vías de circulación rápida, plazas
públicas y riberas de los ríos. En esas locaciones lo que un Suizo siembra
nunca es tocado por los que no lo hicieron nada para que ocurriera. Es cultural
y protegido por las leyes, más aún, el que lo hace, aparte de beneficiarse del fruto
inmediato de su dedicación, el lo mediato es estimulado, por cuanto, las
siembras son consideras para deseable del embellecimiento de la ciudad.
En nuestro caso, los lechosos y
cambures de nuestro vecino, al final de la calle dos, hay que respetarlos, sólo
él puede recoger los frutos de su siembra, claro si el uso de ese terreno para
tal fin es consensuado, a los otros les
corresponde disfrutar la belleza que esto genera.
Sobre el jardín de la parte
última de calle tres, así como el que adorna la cancha, no es correcto que sea
violentado, cosechado, por los que muy poco o tal vez nunca, contribuyeron en su mantenimiento y
ornato, es claro que sólo los vecinos
aledaños son los que gota a gota proveen el agua, limpieza y abono, en los
momentos aciagos de veranos inclementes y no son los vecinos distantes.
Lo malo de la costumbre de
cosechar lo que no hemos sembrado, no es tan solo el recolectar, sino tomar de
la planta hasta destruirla, prácticamente arrancarla de pata. Sé que los que este
tipo de hábitos negativos no cambiarán nunca, pues, los que lo practican no se
siente aludidos, por cuanto siempre han sido así, sin embargo cambiar algunos
modelos de comportamiento por otros que han sido exitosos es tarea de las
comunidades organizadas, los personeros con su acción diaria, generan bienes
culturales de alta valía.
Dr. Edgar B. Sánchez B.
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