sábado, 4 de abril de 2020

EL QUE SIEMBRA TIERRA AJENA HASTA LA SEMILLA PIERDE

EL QUE EN LO AJENO SIEMBRA HASTA LA SEMILLA PIERDE

Una de las culturas, por la que siento respeto, aunque por todas, en sus respectivas formas, hay belleza, es la cultura suiza. Ellos, al menos eso es lo que he oído de los que viajan o leído de tantos relatos que nos llegan de escritores que resaltan lo positivo. “Que los suizos han desarrollado niveles de respeto muy elevados”. Traigo a colación, aunque esto también ocurre en otros escenarios del mundo, por ejemplo, el saber escuchar en silencio, una presentación musical, dancística o teatral, sin interrumpirla, dicen que disfrutan cada detalle hasta el final, sin aplausos. Esto me parece admirable por cuanto,  en el caso de los constructores de sonido, donde tengo alguna escuálida experiencia,  el mejor regalo que se le puede brindar a un músico es escucharlo y permitir que el artista sienta lo que logra con su ejecución, es decir, cuanto es capaz de llenar los espacios de la interioridad del ser de cada uno de los seres que le asisten, y, por supuesto, recibir, terminada la obra, una buena dosis de aplausos y si es de pie mejor.  

Otra, que también, es objeto de admiración, para ese pueblo, es  la cantidad de idiomas con la que se comunican, aunque esto no indica que tengan para lograrlo un valor especial, por cuanto,  lo único que se requiere es vivir en tan ventajoso lugar rodeado de países con distintos idiomas.
Lo que si admito, que es una virtud desarrollada y colectiva, y esto quisiera sembrarlo en mi pueblo, es el respeto por lo ajeno, no lo ajeno en cuanto propiedad individual, sino lo ajeno en cuanto propiedad colectiva, claro está, en Suiza, lo desarrollado en la propiedad colectiva cuenta con la aprobación consensuada y es parte de la estructura escrita del estado. 

En este pueblo las propiedades colectivas, llámese: islas de las avenidas, jardines de las urbanizaciones, zonas verdes, declives extensos en las vías de circulación rápida, plazas públicas y riberas de los ríos. En esas locaciones lo que un Suizo siembra nunca es tocado por los que no lo hicieron nada para que ocurriera. Es cultural y protegido por las leyes, más aún, el que lo hace, aparte de beneficiarse del fruto inmediato de su dedicación, el lo mediato es estimulado, por cuanto, las siembras son consideras para deseable del embellecimiento de la ciudad.

En nuestro caso, los lechosos y cambures de nuestro vecino, al final de la calle dos, hay que respetarlos, sólo él puede recoger los frutos de su siembra, claro si el uso de ese terreno para tal fin es consensuado,  a los otros les corresponde disfrutar la belleza que esto genera.

Sobre el jardín de la parte última de calle tres, así como el que adorna la cancha, no es correcto que sea violentado, cosechado, por los que muy poco o tal vez nunca,  contribuyeron en su mantenimiento y ornato,  es claro que sólo los vecinos aledaños son los que gota a gota proveen el agua, limpieza y abono, en los momentos aciagos de veranos inclementes y no son los vecinos distantes.
Lo malo de la costumbre de cosechar lo que no hemos sembrado, no es tan solo el recolectar, sino tomar de la planta hasta destruirla, prácticamente arrancarla de pata. Sé que los que este tipo de hábitos negativos no cambiarán nunca, pues, los que lo practican no se siente aludidos, por cuanto siempre han sido así, sin embargo cambiar algunos modelos de comportamiento por otros que han sido exitosos es tarea de las comunidades organizadas, los personeros con su acción diaria, generan bienes culturales de alta valía.

Debo aceptar que la comunidad no ha escrito y propuesto las normas para el cosechamiento y estilo de ornato, es bueno hacerlo, para ello le sugiero revisar las formas de cooparticipación de otras comunidades exitosas entre ellas las ciudades Suizas. Mientras esto no ocurre no destruyamos lo que otros, sudor a sudor, han logrado para que nuestro espacio se vea hermoso y sirva de vitrina de gente organizada

Dr. Edgar B. Sánchez B.

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