lunes, 6 de abril de 2020

LA PORFIRADA Y EL ARCOÍRIS


LA PORFIRADA Y EL ARCOÍRIS

A Maraya nadie la convencía de que el “arcoíris” fuese peligroso, era porfiada, ya había sufrido varias vicisitudes por tener ese temperamento. No escuchaba a los mayores. Como tenía el don del la contemplación, los observaba cada vez que salían y embellecían el firmamento húmedo soleado. 

Por las tardes esperaba, en un ventanal,  para ver llegar, a la casa de sus padres, a los trabajadores de la siembra en la hacienda Barrancas, sobre todo en los días de invierno soleado. Esta hacienda está ubicada  cerca de un pueblo que adoptó el nombre de Gurumito, porque un presidente, por equivocación lo pronunció así, en vez de Guaramito, lo dejaron con este nombre por considerar que el mandatario era un enviado especial de la naturaleza y que su equivocación era vaticinio positivo para la zona. Ocurrió todo lo contrario. Con el tiempo, desde la luz de los hechos ocurridos, esta zona fronteriza se transformó en asiento de contrabando de todo tipo, por lo que allí asisten delincuentes en búsqueda de fortuna fácil, reforzados por uniformados cobradores de vacuna.    
           
Mariaya notaba que los obreros caminaban relajados y nunca atemorizados, incluso cuando dos vistosos arcoíris vestían el cielo,  sobre todo si trabajaban en las riberas de la quebrada Cascarí. Todos los signos mostraban que no lo consideraban peligroso, al menos no, al extremo como lo indicaba su progenitor.

Sus padres insistían que el fenómeno aunque hermoso en el cielo representaba peligro y que  tenía una enorme cabeza de caballo con la que bebía agua en esa quebrada, precisamente la Cascarí, en la que tanto ella le gustaba bañarse y nadar en los profundos y extensos pozos naturales. Incluso, su padre lo sabía, que a ella le encantaba cuevear, es decir, sacar a mano, sin ningún tipo de instrumento mecánico, los peses y cangrejos que se protegían en cuevas formadas alrededor de las piedras en las profundidades de los pozos de agua.  

No vayan al río, insistía su padre a la porfiada Maraya, allí bebe el arcoíris con su enorme cabeza de caballo, mientras abreva se escucha el estruendo que hace, es algo así como cuando las personas, mal educadas en la mesa, absorben comida. Mientras más escuchaba la advertencia, más curiosidad despertaba en ella, pensaba en sus adentros que su padre junto con los obreros habrían descubierto en el río algún tipo de riqueza y que se mostraba con más avidez en épocas de lluvia y que el cuento del arcoíris con cabeza de caballo abrevando era sólo para meterle miedo y el secreto se preservara, ya que según decía ella contaría a todos los demás, como con otras cosas ya había hecho.

Un día organizó una excursión al río con sus cuatro hermanos, todos menores que ella, esperó que el ambiente aunque soleado presagiara chubascos. Usó como escusa, para salir de casa, que iría a buscar leña, trozos de árboles secos, para poder  cocinar en los días venideros por cuanto estaba escaseando el combustible con rapidez. Así logró vencer la vigilancia de sus padres y se acercó a la corriente de agua, que se mostraba serena y tranquila. En el cielo se formaba un prometedor arcoíris, se veía, aunque distante, que uno de sus extremos se posaba precisamente por donde el río pasaba, de seguro bebía agua allí. Quería sorprenderlo, decía ella para sus adentros, caminaría por la mismísima rivera, tanto como fuere necesario, para lograrlo.

Así que caminó y caminó por largo tiempo, siempre por el lecho de la corriente, en la medida que se acercaba, escuchaba con más claridad el ruido que producía cada vez que succionaba agua, no se daba por enterada que esas señales sólo indicaban que venía, hacia ella, una crecida violenta de las aguas. Sólo por su  ilusión, presentía que se acercaba a su soñado multicolor celeste. En tal deslumbrante embelesamiento, no consideró la posibilidad que sus menores hermanos, y ella,  estaban en gran peligro.

Un enorme caudal de violentas aguas sorprendió a Maraya y a sus hermanos, todos fueron arrastrados río abajo, con tal violencia, que lenguaje alguno no podrá describirlo tal como realmente ocurrió. Como pudo, gracias a la destreza aprendida de tantas excursiones realizadas para cruzar a nado la quebrada, atrapó a uno de sus hermanos y lo  protegió, con grandes esfuerzos, a pesar que la corriente la estrujaba con violencia, salió a la orilla con él enganchado a su cuello. Ya a salvo, le costó convencerlo que ya podía soltarla sin riesgo algunos. No, no la soltó, se aferraba con ahínco, Maraya llegó a sentir que la ahogaba.

Los otros tres hermanos desaparecieron para nunca encontrarlos. En la soledad de la tragedia, alejada de los malecones de la quebrada,  con su pequeño hermano en brazos, se dio cuenta, que la cabeza enorme de caballo del arcoíris, que relataba su padre, era una parábola, y significaba prevención, el ruido sencillamente que producía al abrevar solo era un indicador de los enormes volúmenes de agua que se acumulan en la cabecera de la quebrada Cascarí producto de afluentes que nacen en las montañosas tierras.

Por su porfía, no logró  a tiempo interpretar el mensaje de su padre.  No sabía cómo regresar a casa y contar lo que había ocurrido, cuando lo hizo, en medio del dolor recibió una zurra de parte de su papá. A la semana siguiente optó por irse de la casa, no soportaba las reprimendas de dolor con las que su familia le acusaba. El duelo nunca le abandonó su estado de ánimo.

Cuando Maraya tuvo hijos, su primero le nació recién cumplidos los dieciocho, les hablaba sin mensajes cifrados detrás de metáforas, convencida logró comunicarse con fluidez y claridad. Las metáforas sólo las usaba para relatar la forma como sus padres le enseñaron.

Dr. Edgar B. Sánchez B.

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