UNA
HISTORIA PARA RECORDAR
El
matrimonio
Mamá, María Sotelia Briceño Romero, se casó muy joven. 15 o 16 años, Con el galán Waldino Sánchez Alviarez, un
prometedor y astuto novio, de piel cobriza, pecoso, de contextura delgada,
brazos tallados por el hacha, la pala, el machete, la soga, las riendas del
caballo, mirada profunda y decidida, que ofrecía a la bella quinceañera ser la
dueña de las aldeas: Arenosa, Peronilo, el Cedro, Quebraditas y parte de Orope,
donde compró, en cada una, una finca , la última en Orope. Todos sus hijos, Ciro, Fortunato, Otilia, Flor María,
Elodia, Lucrecia, Gonzalo, Custodia, José Antonio, Edgar Bautista, Olga
Marlene, Consuelo, salvo Nancy Josefina, que vino al mundo en el hospital Las
Mercedes, vieron luz atendidos por parteras, comadronas, Herminia Osorio una de
ellas, en total 17 hijos, cuatro de ellos murieron nonatos o neonatos.
Mamá fue
siempre gordita, mejor decir, robusta y elegante, gustaba de vestidos con
diseños únicos, trabajadora, amante de jardines, árboles frutales, gallinas,
pavos, potros y palomares, de cuyos pichones le preparaba a papá hervidos para
que mejorará su fortaleza y así su prole fuese resistente y sana, ya lo habrán
notado, ¿verdad que sí?.
Mamá
enfrento con éxito muchas situaciones adversas, una de las más fuertes, quizá, fue cuando Consuelo convulsionó, en la finca San Isidro, a la una de la
madrugada, con alta temperatura corporal, más allá del umbral de su resistencia, Mama
viajó a Colón, en plena lluvia, con
neblina vistiendo el suelo, con torrenteras temporales que llegaban a
las rodillas, con dos obreros, siempre amigos de la familia, los hermanos
Mercedes y Ramón Chacón, este último, tiempo después, si hizo parte de la
familia pues, se casó, ahora divorciados, ¡que raro!, con una prima bella,
llamada Juana, de la vertiente de tía Margarita, hermana de papá. En todo caso
mi hermana Consuelo superó su primer reto, con las consecuencias que todos
conocemos, parális parcial, brazo y pierna izquierda, y, que no ha sido impedimento para ser la exitosa vendedora que es.
Mamá
siempre apoyó a su esposo para que adquiriera bienes inmuebles, mas no bienes
muebles, por ello compraron, para comodidad de la familia, dos casas en el
pueblo, con fin de montar una venta de carne, y para que mis dos hermanas
Elodia y Flor María, estudiaran en las Escuela de Labores, en la que Elodia tuvo
grandes éxitos, sin no lo creen, vean las bellezas de lencería que diseña su
hija Carolina, Gladys y también Lesbia, junto con ella y ayuda de Celestido, su esposo. Lesbia diseñó el moisés donde dormiría
Edliany hija de Edgar.
VIRTUDES (tenía muchas)
Mamá,
Sotelia, tenía como virtud, apoyar a los hijos y nietos para que estudiaran,
nos levantaba a: Rafael, Rogerío, Edgar, Nancy, Alfredo, Olga, Consuelo,
Fernando; todos los días a las 4 de la mañana, en la nomenclatura actual a las
3, a esa hora nos hacia café, rezaba el
rosario, por ser mariana, y dormía un rato, era muy dormilona, no
desaprovechaba los momentos para el descanso, eso nunca fue impedimento para
cumplir con sus obligaciones, se levantaba a las seis, nos hacia el desayuno y
así bien comidos íbamos al liceo. Por cierto, cuando vivía en la finca, mamá no
se levantaba para hacer las arepas, eso lo hacían las muchachas, que como
hermosas mujeres, su belleza inducia a los obreros a pararse y compartían con ellas,
molinando el maíz y preparando el guiso del desayudo, por cierto, nunca faltó
el café con leche. Aclaro, no se escucho jamás que alguna de las muchachas
aceptaran galanterías de algún obrero, en todo caso, cinco mujeres hermosas
engalanaban la cocina, en turnos por semanas.
A
mamá le gustaba ir a misa, como devota católica que era, viajaba a Maracay con
frecuencia, pues Ciro le asignó una mensualidad que siempre cumplió, creo, y
perdonen mi arrogancia que tuvo, en algún tiempo, predilección por mí, que luego
la trasladó a Nancy, seguidamente a Yraima, su nieta, y a Consuelo que siempre
durmió con ella. Le gustaba ordeñar, de ahí la fortaleza de sus brazos, su
vocabulario era fluido y sin palabras obscenas, no recuerdo, hablo
singularmente, que si castigó a alguien lo hizo sin crueldad. Relata Nancy como
anécdota “jejeje y yo la orinaba cuando dormía a su lado hasta mis 18 años,
bueno me daba té de flores y hojas de poleo, jejeje, y me daba para el estómago
leche de higuerón, que horrible”.
Solidaridad
Mamá,
por muchos años, preparó una garrafa con leche, que papá todos los días llevaba a Fortunato, para sus hijos, los amaba con especial sentimiento,
también le llevaba un litro de néctar de vaca a una señora llamada Carmela
Labrador, que vivió en el cedro, finca de nosotros, por muchos años, eso si,
esta idea siempre fue inducida por Nancy, por cierto, papá compraba carne
aparte para su última hija, pues era comelona de esta delicia, Fortunato compró
una finca al pie de San Isidro, que luego usó como inicial para adquirir la
finca de Quebraditas, comprada a los Pulidos. Como anécdota,
Un hermano de la Señora Carmela Jesús Herrera es el abuelo de Yodexer esposo de
Nancy, bisabuelo de Yornelcy y --------, tuvo una parcela en las cercanías de
la finca Quebraditas, cerca de Marcelo Labrador. Alfonzo dueño de trozo de
terreno aledaño de San Isidro era hijo de Carmela Herrera. No tengo memora para
indicar si Jesús visitó a su hermana en la finca del Cedro.
Fortunato
fue muy unido a todos, el guía de la familia,
pero en especial a Gonzalo que compraba panela y la revendía en San
Cristóbal, en su camioneta Fargo, roja por cierto. También recogía las naranjas
de la zona y los mamones, incluyendo, al tiempo, los de San Pedro del Río,
donde lo adoraba su segunda familia, los suegros. Gonzalo, siendo muy joven, 18
años, tal vez, se hizo cargo de la finca San Isidro, lugar, primera residencia
de su único matrimonio, del que nacieron tan hermosos retoños. Como agregado,
cuando Gonzalo tuvo el accidente automovilístico, en el que hubo un descenso,
papá movilizo todo lo concerniente para su liberación.
Gonzalo
siempre tuvo en la vena el espíritu de agricultor, lograba a un sólo tiempo,
sembrar grandes extensiones de tomate y pimentón, sus siembras preferidas; fue,
junto a Fortunato el impulsor, de la construcción a pico y pala, de los ramales
carretero, a la finca y luego del
trapiche a las cañas, por cierto cuento una anécdota, Antonio y Edgar que eran
niños, peleaban por la carretilla, creían que sólo era para jugar, a la semana
de construcción de la vía lloraban para que no los mandaran a buscarla.
Gonzalo
le gustaba viajar, por eso conoció Biscucuy, a través de amigos de la familia:
Rodrigo y Arturo hijos de Suplicio y Paulina, de los Palmares, allí trabajó
como ayudante de una venta de repuestos usados para carros. Entre tantas cosas
que admiramos de él resalta su pasión por el cuatro y la fluidez rítmica de su
mana derecha. Estoy seguro que aún estará ensayando, por cierto parte de
herencia de Gaudy, como excelente músico que es de la trompeta, viene de este
agricultor-chofer-viajero-trapichero y trovador del cuatro.
EL
CASAMIENTO DE SU PRIMERA HIJA
A
mamá, contaba ella, cuando los diálogos con sus hijos le motivaban, por cierto
era más bien reservada, de pocas palabras y de muchas oraciones marianas, le
afectó cuando se casó, todavía quinceañera, Otilia su primera hija, sobre todo,
eso lo comenta la misma Otilia, que en su primera noche de matrimonio tuvo que
atender en la finca los compromisos de comida para un gran caudal de obreros
que tenía, su recién esposo, Luis Alfonzo Cárdenas, con quien compartió, tantos
lugares, tantas fincas, tantas fortunas y desfortunas, tantos hijos, la más
bella, pienso yo, pues, la aprovecho todo lo que puedo, es la finca que
compraron a sólo 10 kilómetros de Cata, Interesado resulté, no importa todos la
han aprovechado, sobre todo, la sombra del hermoso árbol de mamón en el fondo
de la casa, la piscina que construyeron,
las gallinas que corren libres por toda la casa, y su hijos, son como mis
hermanos, como los hijos de todos, Rafael, Landys, Alfredo, con ustedes vale la
expresión, los amo, los amamos todos sus tíos y tías.
La
casa y los nietos
Mamá
no visitaba con frecuencia, pero se llevó a su casa al mayor de los hijos de
Otilia, sus primeros pasos los dio delante de su abuela materna, les cuento, y
como dice Roberto Carlos, aplicado a sus nietos, estoy seguro que parafraseo su
corazón, “no me pregunten cual ha sido el mejor, a todos ellos le entregue el
corazón, no me pregunten con quien fui más feliz, no se los voy a decir, no se
los puedo decir” por cierto a Rafael, uno de los pocos a quien se le reía sus
chiste, te acuerdas Rafael cuando le decía que la inmensa barriga que tienes no
le permitía verse el…., por si fuera poco, Nancy, la nieta, la hija de
Lucrecia, a la que papa llamaba botoncito, nació en compañía de Sotelia, ¡como
lloró papa cuando se la llevaron para Maracay¡, por cierto Gerardo, enamoro a
Lucrecia, cuando ella estaba planchando, ese era su negocio, en el corredor de
la casa, y el muy enamorado no le importo que yo escuchara sin frases de
fantasía, a mi hermana le gusto, de eso estoy seguro, ya tienen como 40 años de
casados, o acaso no creen que a mi hermana, mi quea, le haya gustado los
palabras armoniosas del galán a caballo, chamarras, sombrero y recién afeitado
y con el cabello bien cortado, a la usanza de la época.
Confianza
administrativa
Mamá,
a pesar que fue una excelente administradora del hogar, no se intereso asuntos
económicos, y tenía predilecciones, para estos detalles, con Ciro, Fortunato,
Elodia y Olga, entiendo por ser ellos los más asentados, y de opinión
cuidadosa, por ejemplo, a Olga siempre le confiaba la información respecto a si
tenía platica o no, así decía ella, platica, platica, y le recomendaba que
revisará, si le habían hecho algún depósito, generalmente de Ciro, Nancy y en
algunas oportunidades, otros, otro ejemplo, Fortunato, siempre le visitaba
todos los sábados y le traía, por muchos años, la carne de la semana, comento
algo que me duele haber participado, nato, pidió a mama, una vez, la sala para
guardar, de vez en cuando, la panela, y nosotros con ínfulas de sifrinos no lo
permitimos, que error, mamá se molestó y nos reclamó con fortaleza y lloró, aún
así, ganamos y no se volvió a guardar la panela en la sala. Mamá le gustaba
hablar con Elodia, siempre admiró su cuidado en el expresar sus ideas, por
cierto Edgar vivió en casa de su hermana como tres años, incluso cuando Elodia
vivía en Caracas por asuntos de trabajo y por casi un año estudio residenciado
en su casa, gracia Celestino que por siempre ha demostrado ser noble y
colaborador, de Ciro por demás está describir que siempre fue líder en la
familia, a todos los demás, discúlpame, tienen otras virtudes, pero desde el
punto de vista que acá planteo, estos son los que mas recuerdo.
La
mudanza
A
mamá le gustaba vivir en el cedro, cambió de parecer cuando la hormigas
cazadoras invadieron la casa y costó sacarlas, eso si, esta invasión limpió la
casa de otros insectos. Estas hormigas se instalaron por un tiempo en un mueble
que llamábamos caja, un mueble de madera, como de un metro por 2 metros, donde
se guardaba ropa y tenía un compartimiento con llave, ahí papa guardaba los
documentos de propiedad, esta mueble siempre lo trasladaban a donde vivieran,
la última estancia fue en el llamado cuarto de las muchachas, en la finca San
Isidro, por cierto, detalle curioso, este cuarto era totalmente sellando con
una ventana como a dos metros de altura y con 10x20 centímetros cuadrados de
área, estoy seguro, que si hubieran intentado escaparse por ahí, sería
imposible. En la casa siempre hubo comida en abundancia, y todo aquel que
llegaba comía.
Tolerancia
Muy
pocos sabían que tenía mamá en su pequeña caja con llave, recuerdo un vez, con
lagrimas, expresó se me han acabado las esperanzas, que dolor, no entendí en
ese momento que significaba, ahora que el arcano tiempo me acompaña y triste
voy al malecón, entiendo la profundidad de sus lágrimas. Ojo le gustaba
sobremanera que la sacaran a pasear. Agrega Olga “ A Mamá le gustaba compartir
con sus hijos los visitaba siempre, pero a las 6 de la tarde tenia que irse
para no dejar sola a consuelo, el ultimo viernes la paso conmigo en mi casa le
gustaba en la parte de atrás para ver los pájaros y dotaros de cambur para que
llegaran a comer. recuerdos de papa era que no le gustaba que pasara por detrás
de él cuando se estaba afeitando, cuando el dormía teníamos que hacer silencio
era muy estricto y creo que todos nosotros mantenemos esa costumbre de respetar
el sueño de las personas”, y Nancy con su puntote de arena no dice que: “Mama
era muy respetuosa con las creencias de los demás tanto es así que compartió
con flor siendo de religiones diferentes, me enseñó a recibir los sábados con
los hijos de flor y los teníamos que llevar a su iglesia que quedaba antes de
la cruz de la misión en el Topón.. Los niños de Flor acompañaban a mamá e rezar
el rosario claro después venia un gran helado donde la sra. Ramona....Una
anécdota siempre yo he sido de ideas de izquierda y he leído toda la filosofía
de FIDEL CASTRO y me ha gustado la música de Ali primera cuando me mude a
puerto Ordaz lo único que tenia era una licuadora y mama me la envió pero
dentro del vaso de la licuadora me envió un afiche del Che que rompió y Olga me
envió un mensaje diciéndome que ahí estaban los restos del Che jejeje así era
mama yo escuchaba las casetttes de Alí con Alfredo mi hermano y amigo en la
parte de atrás de la casa donde están las matas de guineo”
Construyendo
el futuro
Una
las primeras propiedades que los esposos Sánchez Alvíarez Briceño Romero
obtuvieron, fue la finca de La Arenosa, por cierto, una vez se quemo casi en su
totalidad, incluyendo trapiche y parte de la casa, papá, contaba mama, en su
esfuerzo por ganarle a las llamas, se quemó la cara, y el tiempo se encargo de
recuperarla. Que tiempos difíciles, y pensar que a veces nos amilanamos con
menos, ejemplo digno de contar y de seguir. En esta finca nació Ciro, e sector
se llamaba riacito, en muchas oportunidades fuimos con él a preparar sancochos
y bañarnos en el río homonimo. Luego
compraron la finca de montefresco, en cuya casa de bahareque vivieron muchos
años, teniendo como vecinos a Marco Antonio que tocaba la guitarra, o un
cuatro, no recuerdo que era, en honor a una pasión solitaria, con nombre, pero
sin respuesta, verdad hermana, los detalles no los conozco, también era vecina
Herminia, con su hijos frutoso, Luis, Gustavo, y algunas muchachas. En la parte
baja de la finca, tenía una propiedad Luis Alfonzo Cárdenas, pastizales, podían
sostener, por dos meses, 60 reses, que compartía con papá a cambio de los
pastos del cedro, muchos son los momentos que acompañe a papá llevando a paser
las animales. Una anécdota triste papá tuvo la desfortuna de ver, ya muerto, al
niño de 12 años, que destrozaron, con arma blanca, camino al Peronilo, la crisis le duro mucho
tiempo, y a Antonio y a quien le escribe les restringió las salidas por algún
tiempo, superada la etapa volvimos a transitar el camino, ya no era y nunca fue
el mismo camino, los árboles olían distinto, las flores no tenían el mismo
color y la risa de mujer que habitaban casa aledañas cambiaron de timbre. La
última parte de la finca del Montefresco, se le dio, en solidaridad, al
amigo-obrero, que perdió un brazo
triturado por el trapiche, en una molienda de caña. Deseo dar mi interpretación
de los considero que era la estrategia de esta finca: era la finca sostén
alimenticio, tenía: aguacates, apio, ocumo, ñame, guineos, café, naranjas,
mandarinas, y, todo absolutamente todo, se consumía en la casa. Que tiempo hermosos, y una de las mías en esa
finca aporreando frijol con Tomás Chacón no intoxicamos de tanta aguacate que
comimos acompañada de guineos recién cosidos y queso, agrega Olga “en la finca
de la arenosa, estaba en el sector Riacito, allí nació su primer hijo, Ciro,
cuando el venía de visita, en algunas oportunidades, íbamos, en familia a
bañarnos en el rio que él disfrutó en su infancia, allí preparamos senda
comelona”
La
chef
Mamá,
tenía varias especialidades culinarias, una de ella, ya hice el comentario, era
el hervido de pichón de palomo, exclusivo para papá, otro, El mico: un
plato preparado con guineos verdes molidos en la piedra del queso, segundos
después en que el queso había sido amasado, esa mezcla iba al horno de la
cocina estufa, y luego, lo repartía para todos, recuerda Olga que “Mama se
sentaba en el corredor a sacar el queso, ahí echaba un sueñito, mientras
apretaba el queso para sacarle el suero, ella le gustaba estar sin zapatos, por
eso cuando la sorprendía una visita, cual castigo, se quedaba allí, donde la
encontrara, pues le daba pena que la vieran descalza”. Otro es la sopa de arroz, Yornelcy Vivas, su nieta, recuerda que “se llamaba sólo arroz con leche” a mi me costaba comerlo, aún me
cuesta, a los demás, mis hermanos, se chupaban los dedos cuando le servían, era un
plato preparado con arroz cocido a punto de asopado, se le agregaba, trozos de
papa, en cuadritos pequeños, cilantro, ajo y leche en abundancia, ojo con sal,
no se le echaba azúcar, Olga corrige
“sólo llevaba, arroz, cebolla en rama y cilantro y que lo demás son
agregados de otros”. Custodia dice: "Yo lo preparo arroz leche sal cebolla junka yo no le echo cilantro bastante leche para la cena con arepa"
Otro
plato era la sopa de papa, esa, si esa, que ahora llaman pizca andina, claro
también se llamaba así cuando ella la hacía, y saben una cosa, llevaba, además
de lo tradicional, trozos de carne azada y machacada con una piedra. Ahora, a
chuparse los dedos, los días viernes o sábados, cuando papá mataba cochinos, en
plural, cochinos, desde la cinco de la mañana, preparaba frituras con las
viseras, todos, nos moríamos por un poco más, la chanfaina rara vez la hacia,
pero le quedaba muy sabrosa, el morcón, un relleno de viseras, ajo, cebolla,
papa, y otros ingredientes, y el envase, el estomago del cochino, quedaba que
se podía cortar en raciones, como se corta el pan.
Todos
los días había arepa de maíz recién molido, con queso y café con leche. Sobre
el fogón, a modo de ahumador, había varias pieles de cochino (garra), pescado
seco, carne de res seca, nunca hubo pollo ahumado, que Gonzalo si lo logró. Los
sábados eran especiales, la delicia de esos días era el plátano verde
sancochado, sólo posible si se llevaba del mercado, la yuca se compraba por
sacos y se enterraba en arena para preservarla, a mamá le gustaba el chayote y
el apio con queso y mantequilla, cocinaba jojoto en grandes cantidades,
comelona para todos, en el cuarto de atrás se depositaba el maíz con todo y
tusa, que había de aporrearse para separarla y así cocinarla, recuerden que el
maíz se comía pelado con cenizas de la cocina.
También
acostumbraba comer, con guineos recién cocidos, aceite con sal, muchos de
nosotros, aunque peligroso plato, aún lo comemos, claro está, a escondidas.
Yraima nos dice que no dejemos de recordar que “otra de las costumbres de nona
era una olla de aguamiel que solía acompañar al desayuno”. Y nos dice Olga “la
sopa de costilla, arroz, papa y cebolla se comía los sábados pues, mataban
reses en quebraditas, se cocinaban con muchos guineos, ¡que rico!. Cuando
sobraban cambures maduros, mama, después de la cena, los cocinaba y les
agregaba leche en abundancia y queso,
ese plato se comía caliente, lo llamábamos chipola. Cuando había cosecha
de maíz se cocinaba, en una olla grande, los jojotos” y también hacíamos
hallacas de jojoto, que sabrosa. De igual forma. Yornelcy recuerda, las
frituras con “las tripas de pollo, después de lavarlas, nona las freía, Carlitos y yo nos matábamos por comerlas, le hacíamos
cacería, si yo las agarraba primero, corría, para que Carlos no me las quitara,
jejeje”, y en enl a misma temática
culinaria Olga resalta “mama freía la piel del pollo. Decía: eso no cae mal, la
grasa quedaba en el perol” y el batido dice Yornelcy “de la leche con malta, a
la que agregaba, no se que, pero le daba dulzor”, y saben que, Olga Jeedmary,
con cierto sarcasmo, sonriendo, aclaró, era huevo crudo, licuado, abuela le
tenía su punto y le quedaba sabroso.
Mamá
degustaba, sometiéndose voluntariamente al paladar, de chayota cocidas,
acompañas con cuajada y boruga. La boruga se hacía con las formaciones solidas
de la leche y del suero, batidos con un poco de
agua, luego exprimida, que solíamos llamar también natilla.
Mamá
mimada
En
la finca, luego que las muchachas crecieron, mamá no se despertaba tan de
madrugada, ya el sol tempranero radiaba las montañas cuando ella decía buenos
días hijos, a veces, tal vez, por razones de compromiso matrimonial, se
levantaba con la cabeza enrollada, protegida por una pañoleta. Sospechábamos
que papá, esa noche, no había dormido en la cama pequeña, de 80 centímetros
de ancho. Por cierto hasta muy grandes,
Edgar y Antonio, dormían en esteras, y por miedo a salir fuera de la casa, se
orinaban en la cama.
A
mamá, dice Nancy, “le encantaba las comidas que Olga hacía, sobre todo, cuando
preparaba el rico pollo con papas choreadas, no se por qué, nunca volvió
hacerlo, hazlo de nuevo hermana, eso si, cuando la familia esté reunida,
alrededor de la mesa de madera, que está el rincón de Cirilo. Además hacía
tortas que Jesús las decoraba, Recuerdo que mamá esperaba que yo llegara para
hacer las hallacas aprendí de ella, y aprendimos a comerlas sin cochino para
compartir con Flor, eso se hizo costumbre, mamá preparaba la masa y cortaba las
hojas, de las matas de guineo del fondo de la casa, armábamos las hallacas,
entre todas nosotras, las mujeres que convivimos con ella, Olga, Yraima y yo,
con alguito de ayuda de Yornelcy, jejeje. Nos quedaba bien ricas. Mamá era
feliz, en su casa rodeada de sus hijos, nietos, bisnietos” y también
tataranietos. Cuando murió de estos últimos había como veinte.
A
mamá le gustaba, sentada en el sardinel de la casa de San Isidro, ver a papá
desgranando maíz de sus tusas, para alimentar las gallinas, so pretexto, para
que los huevos tuvieran ñemas rojitas. Gran cantidad de palomos salvajes venían
confiados a comer, no se ahuyentaban, papá decía que esa era una forma de
recompensar a la naturaleza por tantos vienes recibidos, y el hacerlo, ayudaba a
que las lluvias fueran benignas. Cuando el tiempo era muy seco se organizaba
una misa para que las lluvias preñaran la tierra de humedad y las semillas resucitaran para llenar de frescos
retoños los pastizales y las plantas de cambur.
No
por casualidad llovía al poco tiempo de la misa y eso reforzaba la creencia, el
sacerdote, planificaba la misa, con precisión astronómica, usaba, sin lugar a
dudas, las predicciones de los hermanos
Rojas en su almanaque, y la homilía se daba cerca de la temporada de invierno,
y parecía que la magia del encuentro en oración influía en el claro cielo para
que las nubes se formaran y los cristales de agua llamaran al arco iris, que
con cabeza de caballo, bebiera de los ríos, subiera el agua y comenzará la
temporada de riego natural. Es bueno recordar, que el almuerzo, al cura, lo
hacia Carmen la esposa de Fortunato, nosotros nos dábamos por invitados y
aprovechábamos las comelona. Me atrevo asegurar, salvo la comida preparada por
Custodia, que la de Carmen lleva la sazón que paladar alguno haya tenido la
oportunidad de degustar, y quien haya probado estas delicias, de sus manos,
jamás dirá que otro plato se de superior sintonía con lo que se desea encontrar
en una comida. Envidio, por la cercanía a tan magno sabor, a Fredy y a Odilsa,
y a los hijos de Odilsa y a los hijos de Fredy,
y a su esposa y a Carmen misma.
Mamá
nunca aperaba la bestia de paseo, esperaba que papá trajera la mula negra al
corredor de la casa, la vistiera con su montura particular, pues debía ser más
grande que las demás para que su singular estructura pélvica cupiera. Se
montaba en su mula ayudada con una silla de cuero que papá le sostenía y rienda en mano, cariñoso
esposo, iba y le habría los falsos, los
portones para los que no entienden esta nomenclatura, Olga dijo, en alguna
parte del presente relato, que eran tres. Como aditivo a su montura iba la
ruana de cuadros, impermeable que la protegería si lloviera. Nunca uso, los
chamarros, ni las polainas, ni las espuelas, ni la mandola: de mando, un instrumento
construido con palo de vero al cual se le anexaba un cuero delgado de ganado
con el fin de golpear al animal para que caminara más rápido, también existía
con palo más largo, el chuco, con el que litigábamos el ganado bien sea
porcino, vacuno o caballar. La ruana la he tenido yo desde que papá murió, la
uso con frecuencia cuando paso el páramo del Águila del Estado Mérida.
De
las comidas que no nos acostumbró, ahora lo disfruto, son las chayota cocidas,
las comía con cuajada y boruga, esta última, es la remembranza de la familia,
se acumulaba la natilla de la leche y también del suero, se batía con un poco
de agua, se exprimía, y a comerla, es
uno de preparativos que mamá hacía y que nuestra memoria del sabor no olvidará.
La chayota papá las llevaba como un acto especial de enamoramiento, de
conquista y reconquista. Mamá aceptaba con gusto estas atenciones y lo
recompensaba con el consomé de pichón de palomo.
Fortunato
de papá heredó el hábito de llevar a su esposa también regalos comestibles,
mangos, los mejores que encontraba, y Carmen los comía con tal placer, que me
gustaría emularlo, cuando la “suerte” retorne a mi, aplicaré la misma receta,
para ver si con esto, alguna mujer se queda acompañándome.
Mamá
le gustaba andar bien vestida y con trajes nuevos, Mildré, una diseñadora de
modas, que enseñó a Yraima la modistería, le cosió por mucho tiempo, a ella le
gustaba que le entendiera sus gustos. Siempre tenía varios cortes de tela a
disposición, las muchachas, sus hijas y nietas, aprovechaban el día de la madre
y en navidad para hacerle regalos, acompañado de zapatos y carteras. Su
preferencia era policrómica, algún color que transitara entre el marrón y el
amarillo suave. Vistió de negro cuando papá murió, para entonces yo tenía 14
años y trabajaba como ayudante en el mercado. Todos hacíamos turno para cuidar
a papá en las noches pero él la prefería.
Papá
le decía, Sotelia cuida esta casa, en la que apareces como dueña desde tu
soltería, recuerda que a tu lado caben todos tus hijos, porque tu eres así, y
posiblemente no quepas en ninguna de las de de ellos.
Yo
le cortaba el pelo, como lo hice con varios de la familia, te acuerdas Gladys
que te atreviste llevar, cuando aún no era moda en Colón, el corte niña bonita, así se llamaba, en honor a una
novela en la que la actriz protagonista lo lucía. Te acuerdas Carolina que
llevaste un corte que parecía trasquilado, no lo era, esa era la moda que te
gustaba y te quedaba bien, Carmen también lució mis creaciones. Tú, mi hija
Yraima me gustaba como te quedaban los arreglos que te propiné.
Nancy
la llevaba a Puerto Ordaz, algunas veces se negaba a última hora. Edgar la
sacaba a pasear por los pueblos del Táchira y también con él viajó por el
Sierra Nevada, rumbo a Trujillo, en el restaurant Frailejón comió trucha al
ajillo. Cuando pasamos por Quebrada de Cuevas disfrutó de las hallacas de
caraota a aún no había comido. Fortunato la llevó una vez al Cantón a visitar
nuestro tío Melciades y su esposa Soilana, hermano de papá, en un Jeep, después
a Abejales y se hizo un sancocho más carne asada en el rio. Ciro la llevó de
jira por el Caribe, además de muchos paseos por las cercanías de Maracay, y a
visitar a sus hermanas Guillermina en el Junquito y Evita en el mismo Maracay.
Celestino y Elodia la llevaron al matrimonio de Flor en Guanarito población del
Estado Portuguesa. Olga innumerables
paseos por el Táchira. (Ayudadme a recordar). Nunca visitó en San Tomé a su
hermano Vicente, él venía Colón, le gustaba que su elegante y enamorado hermano
la visitara. Tía Genara la tenía entre sus sobrinas preferidas. Tío Leonardo el
papá de Eliodigna le pedía que lo visitara y la invitaba, en su casa, a comer.
Una
vez invitamos a comer a mamá a un restaurant aquí en puerto Ordaz y Yodexer
pidió una ensalada con palmitos y mamá se rió mucho y nos dijo que eso se llama
palmito está en las hojas de palma y nos comentó que mi abuelo Vicente se los
daba cuando no tenían mucho para comer.
El
callejón y el agua
Para
mamá, casi todo fue trabajo, por su puesto si comparamos con algunas realidades
actuales, su vida fue, de verdad, muy dura, ejemplo de ello, en San Isidro, en
su comienzo, no había agua por tuberías, con el tiempo llego, desde muy lejos,
por cierto papá prestó las mulas para cargar los tubos; el vital líquido estaba
en el callejón, una vertiente natural como, a cinco cuadras de la casa, cuesta
arriba, que los gorditos actuales no podrán subirla, allí se lavaba la ropa,
metido dentro del pozo, todo el día mojada, a su alrededor, eso lo recuerdo con
lujo de detalles, balaban los chivos, pocos pero, si habían, a papá no le
gustaba este tipo de ganado, de ahí se llevaba el agua, a hombro, cuesta
arriba, para el ganado, a veces en burro, y alguna mula, que, por su
mansedumbre, permitía manipularla para superar tan intrincado camino.
Envidia,
envidia, mamá tenía su propia mula de paseo, la mula negra, así la llamábamos,
por cierto, la mató un carro, esta bestia de silla, permitía que mamá, cuando
estaba gordita, se montara con toda la calma posible, usaba como escalera, una
silla de cuero. No recuerdo, que mamá haya usado monturas especiales para
mujeres. Los detalles de esta parte de la historia, estoy seguro, que tienen
bastantes datos, Elodia, Flor, Lucrecia, por favor, escriban en comentarios
debajo de este aporte y los agregaré.
La
navidad
Mamá
en navidad, más bien todo el tiempo, hacía un esfuerzo especial para hacernos
sentir felices, nos agrupábamos en familia, y en familias, para disfrutar las
delicias que promovía. De tantos manjares, la hallaca era digna para asegurar que,
“la mejor hallaca es la de mamá”, disculpa sobrinos, y sobrinos segundos y
terceros, la de tu mamá, para ustedes es la mejor pues, el cerebro posee
registros del sabor y siempre que se disfruta un plato se busca en él, aquellos
sabores, con tenían o tienen los de mamá. Bueno no más escusas, en este escrito
sólo hablo de mamá Sotelia. Las hallacas que hacía pesaba como medio kilo cada
una, tal vez menos, nosotros en una sola sentada nos comíamos tres, eso si
recién cocidas, como a las dos de la mañana, y eran hechas el 24 de diciembre,
luego se modificó esta costumbre. Llevaban garbanzos, las que he comido y no
los tiene, siento que les falta algo, no podía faltar el tocino, últimamente en
raciones moderadas, pero nunca faltaba, el guiso se preparaba y se agregaba a
la hallaca crudo, bastante cilantro, pimentón, papa, cebolla: junca (en rama) y
cabeza, carne de res y algunas veces algo de pollo. Me faltan datos, ayúdame
hermanos(as), se dejaba cocinar tres horas, en una olla en la que cabían cien
de ese tamaño, tres etapas de igual cantidad, conclusión trescientas, para todo
diciembre, para todos los hermanos, para todos los nietos y bisnietos, que
vivían con ella, para todos los que llegaran a la casa por esos días.
El
fin de año era especial, una comelona enorme, pernil, pan para banquete,
chocolate, café, cervezas, whisky no tanto,
queso en trozos, no olviden las hallacas. Nos reuníamos todos en casa de
mamá, cada hijo llevaba a su propia prole, cercano a las doce, el fin de
año, no agarrábamos de la mano y
hacíamos una cadena, aún lo hacemos, sintonizábamos, a Ecos del Torbes, no
podía ser otro, y escuchábamos a J.J. Mora, anunciar: “faltan 10 segundos para
la media noche, faltan 9 segundos para el nuevo año, ocho, siete, seis, cinco,
cuatro, tres, dos, uno, Feliz año. Parece mentira cuando J.J. Mora no pudo
anunciar más las campanas, parecía que faltaba algo, al menos eso decía ella,
eso decía mamá, por cierto este hábito fue también promovido por papá. Terminados
los 80 0 90 abrazos, cada uno, 8100 abrazos y el doble de besos, tal vez el
triple, en total, no sentábamos a comer y a oír los chiste de Custodia, los de
Olga, los de Gonzalo y las declamaciones de Gaudy cuando era sólo un niño, por
cierto Olga se reía tanto que a veces se privaba, lo digo metafóricamente, nos
reíamos de todo y de todos. Ahora los 22 de diciembre nos reunimos en una gran
fiesta que la llamamos “Encuentro de los Sánchez”, gracias sobrinas por tanto
esfuerzo, respeto este aporte. Recordemos, niños, ahora no tan niños, ahora con
niñitos y nieticos, que sus regalos se escondían en los cuatros que están al
fondo de la casa, ustedes creían en el niño Jesús, se cerraban las puertas con
todos los niños afuera y se acomodaban los regalos al pie del árbol.
Papá
músico
Papá
era aficionado a la música, más bien un maestro, tocaba guitarra y le daba
bastante a la mandolina, logró agrupar varios músicos de la zona, un trabajador
de la finca del cedro, Maximiliano, le acompañaba con la flauta dulce o flauta
de pan, todos le admirabamos. Un mito griego, relata que el Dios Pan, de
aspecto atroz, cara de cabra pero, armonioso músico, no era atractivo para las
mujeres, por lo que las conquistas eran mas bien forzadas, una vez se enamoro
de Siringa, por cierto un instrumento peruano lleva este nombre, la ninfa de
los ríos Siringa al verse perseguida por Pan, pidió a su padre dios del río que
la ayudara y éste para salvarla de la
persecución la transformó en un cañaveral, todo sabemos el dulce sonido que
produce la caña brava al rose con el viento, al oír Pan la dulzura construyó
una flauta con esta planta y por eso se llama flauta de pan. Papa tenía una
guitarra armónica que por descuido la
dejamos perder, mandolina, maracas, cuatro, este conjunto fue quien le dio
recibimiento a la novia Flor cuando se casó por la Iglesia católica con su
elegante novio Andrés Antonio de los Santos, llanero de pura sepa, la campana
del arroz estaba colgada en la sala al lado del aposento. Esa noche, papá se lució con tanta música campesina que hizo
bailar sin descanso a los asistentes a la fiesta. Felicidades Flor, ayúdame con
algunos detalles. Cuando la fiesta terminó y la pareja a hurtadillas quiso irse
encontró, al arrancar, que su camioneta nueva tenía una gran cola de ruidosos
potes de metal amarrados, que ruido, se acabó el silencio de la ida, todos nos
dimos cuenta. La canción preferida de papá, solo una parte: “cuando llegue a
tus oídos este regio regional”, por cierto, hubo un obrero que se entusiasmó
tanto en aprender a tocar que ya no quería trabajar y papá lo corrió. Nunca oí a mamá quejarse de los ensayos.
Un
día en la finca
Mamá
y papá despertaban, a todos los hijos, desde las 4 a.m. las muchachas a moler
el maíz y hacer las arepas, y a estudiar, los contenidos asignados por la
escuela, alumbrados con velas, la lámpara Coleman estaba asignada a otros
asuntos, por cierto los últimos tres años de primaria lo cursamos en los
Palmares, una escuela nacional, con comedor, que quedaba como a seis kilómetros
de la finca, allí estudiamos: Lucrecia, Custodia, Antonio, Edgar y nuestra
amiga Guadalupe, ahora de Pulido; los varones debían buscar, en la madrugada,
las mulas, poca veces había caballos, para que comieran un poco, y las
enfalmabamos para que transportaran la leche, sobre todo, cuando se ordeñaba en
la finca del Cedro, como a tres kilómetros de la casa.
Cuando
yo era muy niño, esa labor la hacía Fortunato, papá confió en su juicio toda su
vida. Regresábamos del ordeño como a las siete de la mañana, desayunábamos y
nos íbamos a la escuela, recuerden en Los Palmares, recuerdo que a las tres de
la tarde, cuando terminaba la faena académica, a escondidas, camino a casa, nos
bañábamos en pozo azul, no el de aguas termales, que los colonenses y los
riosampedrenses comenzaron a llamar pozo azul, este queda camino a Piedrancha,
las muchachas disfrutaban de charlas con los maquinistas, pues se estaba
haciendo la carretera San Pedro la Popa, Barajas era uno de ellos, estoy
hablando de la década del 70, y nosotros, estudiantes de primaria, ya pasábamos
los 15 años.
Al
llegar a casa, eso de las cinco de la tarde nos tocaba a Antonio y a mi, quien
escribe, picar pasto, esa era nuestra tarea, también participaban los demás
pero, era nuestra responsabilidad, por cierto, dile a los ahora, abuelas y
abuelos, que les muestre el pulgar de la mano izquierda, todos tenemos heridas,
producto del filoso cuchillo que volvía picadillos las hojas de caña, aclaro,
picar pasto significa, para nosotros, triturar la hoja de la caña de azúcar, o
de panela, si se me permite el adjetivo,
con todo y cogollo, para hacerla comestible por las mulas, con el tiempo,
Fortunato, en su finca, lo hacia con un máquina eléctrica, recuerda que mi
historia esta enmarcada cuando aún no había electricidad, nos alumbrábamos con
lámparas Coleman y en las tareas individuales con velas, tales como estudiar.
Pocos años antes de papá venirse a Colón, acosado por un cáncer se dotó la casa
con una planta de electricidad, regalo
por Ciro.
Una
anécdota digna de recordar, el examen final de sexto grado, era con jurados,
tres de otras escuelas y la maestra del grupo, recuerdo que a mi me preguntaron
cuales eran los ocho países miembros de la OPEP, esa organización fundada por
el Venezolano Pérez Alfonzo.
Cargar
caña en las bestias: mula negra, macho sordo, mula ñapa, mula roja, macho
bobute, el caballo coral; preparar la
molida, envolver panela, llevarla a Colón por caminos de recuas, lo hacían
Fortunato y Gonzalo, recuerdo la mula que murió en el camino cuando al resbalar
una piedra abrió su estomago. Los sábados día de mercado, comíamos pan,
plátanos y carne fresca, mayonesa. Después de las siete de la noche, se rezaba
el rosario, se jugaba barajas o dominó, se ensayaba música, Gonzalo cuatro y
papá guitarra, se preparaba las tareas de la escuela. Todo esto cuando aún no
había televisión, señalo, el primer televisor de la zona fue el de la casa,
otro de los regalos de Ciro a la finca, nos acostábamos como a las nueve, pues
había que pararse a las 4 de la mañana. Por cierto esa costumbre la mantuvo
mamá, pues decía, el que madruga recoge agua clara, doy fe de que es cierto,
todos los que estudiamos bajo ese régimen, no graduamos en varias niveles
educativos. Nancy comenta “El pararse a
las cuatro de la mañana continuó aún viviendo en colón más sin embargo había
más personas en la casa, Edgar, Olga,
Consuelo, Alfredo, Yraima, Nancy; nos llamaba a estudiar, recuerdo que
consuelo no le gustaba, se enrollaba en la cobija y se quedaba dormida, nuevamente,
a ella, era a la única a la que mamá le compraba vitaminas, las traía de
Cúcuta, la señora Carmen la cascarera, luego llegaron los muchachos de Flor, la
familia creció, pero para todos había comida y cariño, Olga se encargaba de
lavar y planchar la ropa, yo bañarlos y darles la comida, no íbamos al Liceo en
autobús, Alfredo llegaba tarde a clase porque se quedaba oyendo la novela
Martín Valiente, frijolito, jejeje, en casa las tareas estaban asignadas” una
de las tarea, en la finca, por turnos, señala Jeidymar, que ha escuchado de su
mamá Olga: “Mama cuenta: que mi abuelo salía a caballo y tenían que estar
pendientes al frente de la casa, para que al llegar se le abrieran los portones
por donde el pasaba que eran tres y si no los abrían se llevaban regañito..
jajaja”, y también, exagerando un poquito, “a Mi tía Custodia, le encantaba
cantar (que por cierto aún lo hace muy bien), cuando realizaba sus faenas
cotidianas, ella se inspiraba y procedía a cantar, de tal manera, que sus
melodías eran escuchadas dese "Piedrancha", pero mi abuelo Waldino
era tan delicado, que cuando llegaba la regañaba porque no le gustaba ese tipo
de cosas”. También hacia el callejón, detrás de la cocina, un terreno
inclinado, 50% de desnivel más o menos, 60 metros de distancia, lo usaban por
los adolescentes como zona de rápidos, deporte extremo, en costales o en
cascarones de hojas de palma, nos lanzábamos tal y como lo describe Jeidymar
hija de Olga: “Mama cuenta: que Rafael, Rogelio, Tío Edgar, Tío Antonio y ella
se sentaban sobre un costal y se tiraban por la falda bastante inclinada que
había detrás de la casa y caían como a veinte metros de distancia, esto lo
hacían como juego recreativo y lúdico jajaja… apostando quien llegaría primero
y una vez llegaban, al fondo, corrían nuevamente hasta al inicio de la falda,
esto lo hacían repetidas veces toda una tarde, con esos deportes, estoy segura,
la leche que tomaban al pie de la vaca, de la vaca cabrita, tal vez, con la
miel del trapiche no afecto nunca sus siluetas, jajaja”.
Por
cierto la vaca cabrita coincidió sus partos, con el nacimiento de nosotros, su
leche era particularmente especial, dulce, la tomábamos sin hervir, al pie. Los
especialista del punto en la miel eran Meregildo y Luís. Custodia y Lucrecia,
en otras de sus faenas, como si fuera poco, enseñaron el catecismo a una
hermosa adolescente, se nos salía los ojos cuando estaba cerca, vivía donde
Eloisa, no recuerdo su nombre. Uno de los oficios que nos tocaba, recuerda Olga
Marlene, era el “recoger, una a una, con los dedos, todas las pepas de café que
quedaban en el patio, no se podía perder nada. Nos sentaban en un harnero, una
especie de tamiz fabricado artesanalmente, instrumento especializado para
separar las piedras y otras impurezas del café, del maíz o de carahota. Cuando
nos castigaban, por alguna tremendura, mamá revolvía como tres kilos de frijol
con arvejas para que las separáramos”.
Descripción
de la finca
Para
aquellos que se atreven a soñar y dejan que la imaginación recree paisajes,
construya caminos, diseñe jardines, y encuentren nidales de nubes, les
contaré, groso modo, cuan tan hermoso
eran nuestras fincas: paisajes andinos, neblinas diarias que dejaban pequeñas
gotas de rocío en las plantas, mugidos madrugadores que acompañaban el cantar
de los gallos, arrullos del palomar detrás de la cocina, relinchar de mulas,
con el canto madrugador, ronroneo de algunos gatos, ladrar de los perro
azabache, control y tarzán, el croar de la laguna que se escuchaba a la
distancia, miles de sapos en las noches de lluvia, azucenas, lirios,
caracuchos, amapolas, rosas, en el jardín del frente de las casas de: San
Isidro, la Arenosa, Montefresco, el Cedro, Quebraditas, la casa de quebraditas
llena de helechos de jardín mantenidos por Carmen con olor a carne enjalmada,
así la llamaba, un plato preparado carne blanda de res, asada, machucada con
una piedra de cocina y rebosada con huevos, con el sabor que sólo ella lograba.
Pequeñas montañas pobladas: de verdes pastos,
cambures, cafés, naranjos, aguacates, pomarrosas, limones, caña de azúcar,
palmas, mangos, guácimos, circundadas
por pequeñas vertientes de agua, en San Isidro el callejón lavandero, el Cedro
por dos corrientes de aguas propias, que había que limpiarlas semanalmente,
atravesando el pulmón vegetal que las protegía, caminos de recuas y ramales
carreteros hechos a pico y pala, caminos de piedra desde Colón mantenidos por
la comunidad, propios de la zona, cuyo estilo no se exportó a otras
localidades.
El
callejón de San Isidro, con riveras de agua fría y riberas de frondosos
arboles, pequeños posos, del que Gonzalo regaba sus cosechas de tomate,
pimentón, en Quebraditas por el medio de la finca pasaba un surco de agua
potable, que Fortunato usaba, con sus hijos y cuñados para regar sus hortalizas
y llenar las lagunas en las que los alevines crecían en jaulas para la
comercialización. Pastos ya ragua, brecharia, caña cristalina, aguacates
criollos.
Por
la falda, por la pomarrosa, donde se botaban las vacas muertas, había un
camino, aledaño al callejón, por donde quedaba el alambique, que conducía a los
cafetales de Doña Otilia, no nuestra hermana, otra Otilia, que conducía,
recortando camino, a casa de Luis Alfonzo y Otilia, en el Palmar, otra finca de
la familia, allá íbamos a descansar, no, más bien a recargar de trabajo a
nuestra hermana.
Recuerdan
el mango y la piedra más arriba, el sabor de esta fruta, aunque era más sabrosa
la del portón, la que quedaba en la finca de Virgilio. Allí nos subíamos al
árbol y cuchillo en mano nos llenábamos, sobre todos con aquellos que eran
rojitos.
La
familia y sus anécdotas
Las
familias tienen chistes, nosotros muchos, chistes que nos describen, que nos
hace reír a montón, Custodia y Olga son las especialistas en esto, Olga además
con sus risas a privarse le agrega el toque especial. Cuento algunas: Cuando
era niño, recuerde son chistes y picardías de la familia, maldades para reírnos
de nosotros mismos. Empiezo.
Cuando
era adolescente, no se que edad, ya estudiaba en Colón, Elodia se mando hacer
la permanente, por mala suerte para ella se que quemo parte del pelo y de la
piel de la cabeza, se estreso, y cuanto le costó llegar a casa y que papá la
viera con su nuevo estilo, mamá era más
bien, como las madres de ahora, tolerante.
Custodia
una vez que fue a Maracay trajo en un embace, extraño para mi, un líquido que me parecía se echaba en su cabeza
después del baño, y le quedaba hermoso su cabello, yo deseaba a hurtadillas
usar el producto tan extraño y milagroso. Me lave el cabello y entre al cuarto
de las muchachas, escondido, tome un poco y me lo agregue a mi cabello mojado,
sorpresa, sorpresa, se enteraron, mi cabello se llenó de espuma y mi ojos
ardían. Era champú. Yo no conocía eso.
Antonio,
que siempre fue bohemio, acostumbraba echarse, el líquido que se toma bien
frio, en una casonas que quedaban cerca del pinar, allí acudían algunas chicas
a compartir si eras benigno en el brindis, una de esas chicas, no se por qué,
persiguió a mi hermano, lo más seguro no fue tanto, hasta la casa de Elodia, y
pedía desde lejos que le abrieran la puerta, porque, según él el un demonio
vivito y coleando lo perseguía.
Cuando
Nancy nació nosotros, Antonio y yo, deseábamos que fuera un varón, esta chica
vino al mundo, en Colón, es la única pueblana, los demás somos campesinos de
pura sepa, lo hemos demostrado en todos los detalles de la vida. Cuando fui a
avisarle a mi predecesor, en la parrilla del trapiche, en plena molida, era el
parrillero oficial, que había nacido de mamá una niña, solo dijo, no joda, para
que tantas.
Flor
ha sido siempre: despierta, activa, de fácil comunicación, muy clara en sus
cosas. Era la que más iba a la Finca del Palmar. Ésta está ubicada, para los
que aún no lo saben, subiendo, por el puente Peronilo sobre el río Lobaterita,
por donde vivía tío Jesús, hermano de papá,
por ahí mismo, donde vivió Custodia, mucho tiempo después. Allí esta
última tenía un club y un matadero de ganado, Pablo era el matarife. Flor, la
protagonista de este relato, se enamoró, de un amigo de la familia, más aún, de
un hijo de un amigo de papá, llamado Beltrán.
Los amores avanzaban con el
beneplácito de papá y mamá, imagínense se unirían las fincas. Mentira la
familia nunca ha sido calculadora. Fijaron la fecha del matrimonio, se preparan
los eventos de la fiesta, papá ensayaba con su grupo, mamá criaba las gallinas
y los cochinos para la comelona de tan magno evento, se viajó a Cúcuta y los
novios compraron los atuendos que lucirían en la gala de la iglesia. No más, no
más, la novia se arrepintió, no hubo forma de convencerla que continuara, había
que devolver la dote, mentiras había que pagar el traje de novia comprado, a su
adolorido pretendiente, nadie ofrecía el préstamo para cancelar tan costoso
gasto, al fin, apareció la solución, venía del que, en esa época y otras más,
ayudaba solucionar los problemas de la familia y dio en préstamo el dinero, más
bien lo regalo, no he escuchado nunca si se honró ese compromiso, ¿saben que
fue el prestamista? Luis, el esposo de Otilia.
Lucrecia,
adoraba a todos los hermanos, pero había uno que protegía, este le decía, aún
le dice Quea, incluso cuando papá lleno de rabia por la desobediencia de Edgar,
yo, si yo, lo correteaba por el patio, para darle sus latigazos, Lucrecia
anteponía su cuerpo y recibía la tunda, te amo hermana, siempre recuerdo todas
su protecciones y amo a tus hijas, en especial Nancy y perdona los demás, ella
siempre tiene para mi atenciones que me hacen sentir el mejor de sus tíos. Ojo
esto es solo de mi vanidad. Gracias cuñado Gerardo por serlo por casi 50 años
parte de la familia.
Antonio,
tiene una anécdota, de tantas, que recreare con pocos detalles, él y Rafael
compraron un carro por cuatrocientos bolívares, cacharrito, lo usaban por
turnos, hasta que Antonio lo montó en una isla de avenida Bolívar de Maracay y
lo abandonó.
Otilia,
ha sido de todas la más abierta a prestar su casa, siempre ha sido así, y la
menos dada a hacer una llamada telefónica. Cuando se llega su finca, la de
ahora, la de Cata, Ocumare, se siente el sabor a familia, todos cabemos en su
casa. Ojo, no es una invitación. Una vez decidió ir a cuidar a mamá en una de
sus recaídas y duró en Colón más de Ocho meses. Cuando regresó a su Casa, a su
finca, a su paraíso, a su rosa, a su Nelson, a su Goyo, vio que no estaba como
la había dejado y juró, dice ella, rodillas en piso, a hinojos, como dice a canción
Tierra Tachirense de Chuco Corrales, que nunca más dejaría su finca su casa, y
así lo ha hecho, pues si cuesta para sacarla de allí y tiene razón, es un bello
lugar. Agrego a la anécdota Otilia, una vez que la visite por un mes,
pobrecita, la tenía aburrida, cada rato me decía, Edgar deberías visitar a
Ciro, yo, por su puesto, me hacia el desentendido.
Custodia,
empezando su mayoría de edad, decidió, ella sola, sin consulta, ser parte de un
nuevo hogar, con el que ha vivido por tanto tiempo, ella dice lo amo como el
primer día. Planificaron que el inició sería con un silbido, estoy fantaseando,
yo iré a tu casa, silbaré, esperaré a escondidas que prepares las cosas, y
cuando no haya riesgo te vienes conmigo y empezamos un nuevo hogar, allá en la
cima del Palmar, donde todo se ve, donde todo es futuro, donde nos espera un
casa de teja y carne de cacería en abundancia, donde tengo un ganadito.
Recuerden estoy fantaseando, al otro día, nada que encontrábamos a Custodia,
con el tiempo se supo, se la robaron, así se decía, ahora se dice, con la
juventud actual, fue de paseo con el novio, regresará mañana. Gonzalo molesto,
por que se llevaron a su hermana preferida, la que lo consentía, la que nos
lavaba la ropa, me planteo que diéramos un escarmiento, yo solo dije, muy
bonito ellos gozan y yo me caigo a golpes. Ahí terminaron los planes de los
Jhon Whane
El
primer carro que Ciro compró, fue uno viejito, con la desventaja que él no
sabía nada de mecánica, o no le gustaba,
con él viajó a buscar a mamá y a papá para llevarlos a Maracay, se le daño en
la Fría y allí pasaron todo el día, en la noche emprendieron el viaje y con
obstáculos llegaron a Maracay. Papá le enorgulleció que su hijo viajara, de tan
lejos, para compartir con él.
Por
demás, Antonio y yo creíamos que él era piloto de la aviación, pues siempre
hablaba de la Carlota, y cuando una nave volaba sobre la finca, gritábamos y
corríamos, ahí viene Ciro, que inocencia, que bello es recordar. Cuando nos
regaló el papagayo, que volábamos con libertad, nos trasladó a un mundo de
fantasía lúdica que aún, en mis nostalgias, recreo. Tanto como el día que nos
llevó a conocer San Cristóbal en la primera feria de San Sebastián, yo,
comprado por él, vestí un pantalón de tornasol, que rompí, por estar corriendo,
frente al restaurant de Palo Grande, una de las zonas más altas por la ruta
panamericana, siempre toldada de neblina.
En
esta parte se dirán nombres. Una vez se visito un hotel, con aire
acondicionado, y se aguanto frio, toda la noche, por timidez y por no enterarse
que la cobija estaba también tendiendo la cama. Al desayudo, creyendo que era
un caramelo, así parecía, uno de mis hermanos se metió a la boca la mantequilla
y aguantó callado. No sabíamos, eso que en algunos tubos sale agua caliente, en
pleno baño, se abrió la llave equivocada, a buena quemada.
Mi
primer par de zapatos, marca mastersón, los más baratos del mercado, lo usé el
día de la primera comunión, Antonio lucía elegante en su traje nuevo, con los
aparejos obligados de la ceremonia: flux de paño: terno de chaqueta, chaleco y
pantalón, camisa blanca, corbatín, una cinta blanca colgada al paltó en la
manga izquierda, una vela, un libro de oraciones. También fue mi la última, me
revelé, nunca más quise asistir a asuntos religiosos, aunque he participado en
otras tendencias no tan acolitas, tenía 0cho años. Los zapatos me quedaban un
poco grandes, así se creía que había que comprarlos, pues deberían durar como
cinco y de seguro crecería.
No sabía como caminar, y lo peor, el piso de la
iglesia era de resbaladizo granito, que tortura, ¿cómo mantenerme parado?, me
arriesgue, tenía que hacerlo, y cataplum, al piso, dos veces, como añoraba mis
alpargatas. Por cierto para ahorrar, cuando veníamos al pueblo, caminábamos
descalzos, y al llegar las lucíamos. Para algunos, les sonará exagerado, la
primera vez que monte en carro, fue en los autobuses de Don Elio, el primer transporte circunvalación de Colón,
mana Agripina me llevaría a conocer la piscina y la capilla de Caño Guerra. Ya
tenía 10 años. La segunda vez, fue en el carro de Celestino iba hacia la finca,
me mareaba los árboles que se movían a tanta velocidad y contrario al sentido
en que viajábamos, por cierto vomité. Una jocosidad podría ser, de regreso me
vengo en árbol.
Una
de las cosas que nos enseñó mamá fue el respeto por la casa, siempre decía,
menos mal que la casa tiene porche, porque así, no estábamos ni dentro, ni
fuera. A Consuelo y a mí nos encantaba ver las peleas de los vecinos, mamá no
nos dejaba. Cuando Olga era novia de Jesús, se sentaban en la acera protegidos
de la mirada de mamá por un croto, jejeje,
mamá la cortó, yo le conté, porque Olga no me llevaba a ningún lado, te
quiero hermana linda. Consuelo era demasiado bonchona, salía con Andreína, Fernando,
entre otros y mamá le daba con una correa que papá había dejado. Yo, por
supuesto, salía con Alfredo. Exigía muchas condiciones, pero la pasábamos bien.
Luego, subíamos caminando y cuando pasábamos frente a una funeraria, se
asustaba. Le daba miedo dormir en los cuartos de arriba, siempre se acostaba, en el piso, al lado de
mamá.
Papá
usaba pantalones de paño con plises, con el tiempo se les llamó pantalones tipo
padrino. Belkis, la hija de Elodia, los guardó, y con el tiempo los usó, que
hermosa se veía mi sobrina con su esbelta figura, si altura singular de
atlético cuerpo, luciendo los trajes de papá que ya tenían como 15 años, y se
conservaban, por la calidad de la tela, como si fueran nuevos.
Todos
los caminos conducen a la finca
Para
llegar a San Isidro, Montefresco, el Cedro o Quebraditas, desde Colón, hay
múltiples y pintorescas rutas: La primera por San Pedro del Río, población natal de Lilia
Moreno, y sus Hijos, esposa de Gonzalo, desde allí, con mirada hacia el cielo,
a la distancia, se dibuja, confundiéndose con las nubes, el maravilloso Cerro
Morrachón, por cierto, esta redondeada montaña se puede ver desde todos los
ángulos de la Ciudad de Las Palmeras, y desde su sima, cual Olimpo, se tiene la
más bella mirada del entorno, y sobre todo, por lo alto, el juego de luces con
que se viste la ciudad, nada, desde allí, pasa desapercibido, es sencillamente
un mirador, regalo de alguna hada a los habitantes por sus servicios prestados
a la naturaleza.
Por
detrás del cementerio de San Pedro comienza la sinuosa ruta, siempre acompañada
por la mirada de los que descansan en paz en tan sacro campo santo, hay quienes
dicen que, en esta morada de muertos, se escucha el adiós lastimero de los que,
desde su descanso, desean subir al Morrachón para divisar nuevamente la ciudad.
Es un camino de continuadas curvas, al pasar la quinta, hay un pequeña recta,
desde allí, con toda tranquilidad, en compañía de Fortunato, más bien, él nos
llevaba, veíamos de noche, el bello espectáculo de luces multicolores, cual
estrellas en bigbang, cuando San Pedro del Rio decidía quemar la pólvora, una
noche a finales de diciembre. El relámpago del Catatumbo, que a este
paradisiaco lugar lo alumbra con singular esplendor, es el único que compite,
para dar más belleza, al espectáculo de la pirotecnia controlada. Es imposible,
de día, no mirar hacia atrás y ver los
techos rojos de la pobladora de la quebrada Chirirí.
Los
pastizales, de los potreros Morales, que rodean la carretera son de variados
verdes, que en la distancias se conjugan, en armonía, con el límpido azul del horizonte cenit, al
poco tiempo encontramos la casa de Fortunato Morales, allí siempre viene a mi
memoria, la primera vez que intentamos conocer San Pedro, Casi una tragedia nos
cubrió, cuando Antonio y Yo, no recuerdo si Olga estaba, en un paseo con la
maestra Yolanda Girón, -- hace pocos días la visité, pasamos por la amarga
experiencia de ver a nuestro amigo Antonio Quintero Chacón caer en un profundo
depósito de agua, Fortunato el dueño de la finca lo sacó y lo resucito,
imprimiendo presión en sus pulmones. Se acabó el paseo. También en este lugar,
nuestro folklore nos invade, dice Pablo, que el vio allí, a las doce de la
noche, a una ensangrentada criatura que corre tras los carros para asirse, y
que lleva una carga de lecha sobre su hombro.
Pasada
ya ésta, se comienzan a recrear los ojos, desde la carretera, viene el mejor
mirador de la ciudad de Colón, el
espectáculo es tan hermoso que brinda al llegar a la casa de Mercedes y Juana,
las visión de rectas calles y avenidas, las iglesias, el estadio, el gimnasio
cubierto, las plazas y parques, el hotel las palmeras, el mercado, la única
avenida de doble circulación, el hospital, el Liceo Tulio Febres Cordero, el
Colegio Sagrado Corazón de Jesús, la Borda desde donde se inicia uno los
caminos reales, y la Tapiza desde allí
se toma otro de los camino de recuas y todos los sectores en que se divide este
pueblo tachirense. Al continuar el viaje, encontramos la casa de Blanca
Rosales, y la ruta A Ricaute que circunda el Morachón, pasando por la propiedad
de Marcos Morales, que fue miembro de la Seguridad Nacional, en época de Pérez
Jiménez, así se llega, luego a la casa de los Jaimes, muchos de ellos
trabajaban en nuestras fincas, por cierto Mercedes Cachón, el esposo de Juana,
cuando trabajaba en la finca San Isidro, era el dueño de las cañas de la
quiracha, en tierras nuestras, vendió sus mejoras a papá cuando se caso y
necesitaba recursos para establecerse.
Aún
en el viaje, llegamos a la recta de quebraditas antes de la casa de Luis Roa
con Antonia, padre de Cecilia, este sector siempre se hunde, es una falla
activa que cobró a Luis Roa una casa de ladrillo que construyo con mucho
esfuerzo, la Casa de Néstor Roa ha tenido mejor suerte, cual un pesebre de
flores bien cuidados por su esposa, se ve mimetizada con las cañas que antaño
crecían hasta 4.5 mts., Tres toletes diría Pablo el esposo de mi hermana
Custodia.
En
la casa de Luis Roa siempre hubo una bodega, una pesa, disculpe una pulpería,
mejor aclarar una carnicería, lugar donde matan ganado bobino y venden su carne.
Anexo una anécdota, mi hermano Ciro, con su automóvil charger, motor 8
cilindros, caja 400, visitó a papá, en una de tantas, ofreció a unas chicas
pueblanas, como decíamos nosotros, o citadinas como se hacen llamar ahora, para
mi pueblanas, ofertó regalarles un refresco, siempre elegante y enamorado,
ellas, imagino que se sintieron ofendidas de que un campesino le ofreciera ese
presente, sólo contestaron, ¡este señor que le pasa!, quien lo llamó, error,
error, estaban esperando carro, como transporte, y desde ahí, por carretera, hasta San Pedro de
Rio, hay 10 kilómetros, y ya eran las 5
de la tarde, y aún no se había creado líneas de transporte, mi hermano
Fortunato fue fundador de la primera, lo cierto es que, mi hermano Ciro fue y
trajo la portentosa nave, que sólo tenía un mes de uso, notó que a las
muchachas se le salieron los ojos, y nos fuimos sin llevarlas. Después supe que
tuvieron que quedarse y dormir con las limitaciones naturales de los posaderos
de esta zona. En esteras de hoja de cambur.
Pasada
la estancia de Luis y Antonia, se encuentran las casas: de Vicente, de Anulfo,
de Juan Rosales con Rosa, la de la escuela, la de Jesús y Gustavo, de Gonzalo
Cáceres con Isabel, la de Obdulia, y
nuevamente otro mirador, esta vez al inicio del ramal carretero hacia la Finca
San Isidro. Continuará.