domingo, 15 de diciembre de 2024

VISITA INTERIOR

 

CONFESIONES

Los setenta, cumplidos y, el feliz comienzo de los 71, han permitido, aunque no con madurez suficiente, viajar a mi mundo interior: visitarme.

No les extrañe, todos los hacen, aunque se requiere planificación y voluntad; ahora sé cuán difícil es mirarse a sí mismo, para conocerse, tocar la puerta, la propia; Permitirse entrar, conlleva retrocesos y reinicios para lograr preparación suficiente: no tanto para asirse a la puerta, si para abrirla, la cerradura es casi hermética. Me enteré sin proponérmelo que no soy tan osado y vivo el encierro.

CÍRCULO DE ENTRADA

Abrí la puerta al anfiteatro, al tálamo de mi mundo interior. Al inicio la cerradura se resistía, el pánico me invadió, en la obscuridad de mi subconsciente, así lo llamó Sigmund Freud, luego el inconsciente, me vi cual noche profunda, ninguna estrella, el no hágase la luz reina inexpugnablemente.

Encontré personajes que a todos negaré, aún a mis cercanos, no son actores, son mis variadas facetas, mis representaciones, mis manifestaciones, mi ser, al que es, según he ido descubriendo, conveniente conocer a fin de evitar ser convertido en el no ser de ellas, mi ser de este momento con el que me conocen los contiene.

Para evitar ser repetitivo, al ser que observo, el de mis variadas facetas, lo llamaré mi otro ser.  

Sólo mi otro consciente, aunque delirante: el Onírico, se ha atrevido compartirme recodos en el que: la mustia, el llanto,  la desilusión, la nostalgia, conviven junto al crujir de dientes.

Descubrí llagas pululadas de extraños insectos y sabandijas que hacen vida en mi otro ser, en mis otros, paulatinamente voy conociendo al adentrarme: Sueños de traumas se destrozan unos a otros, me niego reconocerme en ellos, son atroces.

La voluntad acérrima que me sorprende, logra desvelar, en este círculo de entrada, abismos cuyas simas circulares se subdividen en aposentos, hábitats de retorcidos personajes creados por mí y partes de mí, cuyos rostros y acción me son conocidos. Quise visitar diversos yo sombras, hablar con ellos, saber cómo fueron creados, cómo ayudarlos, como ayudarme, estar allí en vigilia y compartir conmigo, con mis otros,  esa realidad que tanto me atemoriza y oculto.

Sabemos que lo imperfecto y lo perfecto no se conjugan, de haber conjunción, lo imperfecto cohabitaría lo perfecto, por tanto lo perfecto no es perfecto ya que contiene lo imperfecto, esto es una contradicción. Recíprocamente,  Lo perfecto no puede habitar lo imperfecto pues, eso haría que lo imperfecto no fuese por cuanto contiene a la perfección, esto también es contradicción.

Aunque sé que imposible limpiar la imperfección para lograr perfección y que cada una es necesaria para la otra. Sin embargo, en mi viaje sólo deseo conocer mis imperfecciones, ¿acaso esto es perfección?, quiero que grabes el motivo esencial del viaje, lo que deseo con mi viaje.

Según Tito Lucrecio Caro, en su poema “La naturaleza de las Cosas” cito: “no hay un solo cuerpo conocido/ en su propia interior naturaleza/ que de una especie sola de principios se formé;/ ninguno que no conste de mezcla de principios;/ cuando un cuerpo tiene más propiedades,/ más difieren en número y figura sus principios. 

Es un principio promulgado por el empirismo avanzado indica que es mejor ser infeliz racionalmente que ser feliz en la irracionalidad.

El impulso a la autovisita interior puede ser resumida, aunque no en el mismo contexto, en la frase de Ludwig Wittgenstein: “he cometido errores fundamentales” pido disculpas. Tractatus logico-philosophicus.

PRIMER CÍRCULO            

En la lóbrega morada, mi primer círculo interior, descubrí abismos, otras profundidades cuyas simas en círculos dantescos es imposible serpentear, no hay cascadas de ascenso; En saltos de fe, mi cuerpo, consciencia y subconsciencia, impulsados por mis diversas personalidades, tomaron lucidez de lo que allí habita; sentí vergüenza, no regresaré, no me mostraré, ahora que sé lo que soy. Decidí quedarme en la obscuridad, descubrir de mí en mis proyecciones todo cuanto fuese posible.

Desde el círculo al que he llegado puedo caer en otros tantos abismos conformados por variados aposentos que visitaré, en eso soy de decisión firme en la medida que el pánico lo permita. Les contaré los pormenores de las visitas si tienen a bien de seguir acá.  Entrar a esas múltiples habitaciones internas no fue para nada sencillo. Recibos personalizados, con muebles de deshechos  marcados por agresivas aspiraciones no logradas, han dejado huellas que conozco como mías, cargadas de olor insoportable a pesadumbre. Me impuse la tarea de resiliencia compleja; para nadie es de otro modo. Sin embargo, ya lo hice, me atreví, me visité, deseo saber de mí, entender y superar.

APOSENTO DE LAS ASPIRACIONES,

El primer aposento del primer círculo, es el aposento de las aspiraciones, una estancia, cual espejo, en el cual, un personaje conocido, mi otro ser, tejía desde su interior, una red asimétrica de complejidades vividas; las desataba y reconstruía, incapaz de desechar nodos.

Entendí que el deshacer simboliza un recuerdo, una acción no comprendida, no resuelta, hay que estudiarla para entenderla. Todo pasado no resuelto pulula como llaga infectada e impide el crecimiento.

Las civilizaciones, lo sabemos por empirismo histórico, por hermenéutica, que han colapsado por no identificar los submundos internos, igual me pasará. 

Quise ayudarme, sin embargo mi reflejo, mi verdadero yo en esta faceta, continuó sin enterarse de mi presencia racional y construyó un nodo con traumas desveladores: Anhelos de jugadas de billar, prácticas de canto, búsqueda de intelectualidad, conversaciones amenas, grados académicos, calor de familia, manejo kinésico del cuerpo, aceptación femenina, elocuencia, escritura artística debeladora, desmemoria, idiomas, integración familiar, motricidad fina para el arte de la música y otros tantos que quiero dejar ocultos, aunque no debería. Elementos con sus infinitas ramificaciones.

Al segundo aposento del primer círculo fui conducido, no sé por quién ni cómo; encontré a mi yo aspirante a intelectual; personajes de mi fantasía cohabitaban el obscuro recinto: “El rey libro, la reina escritura, la princesa lectura y el ogro come letras” relataban sus aventuras con los párvulos, cuál dibujos animados, mi aureola de divina envidia se fortalecía inconmensurablemente, desee ser el escritor de esa maravillosa fábula; Dorian Grey protegía su retrato cubierto de lienzos negros y cintas adhesivas; Un poliglota, más allá, aderezaba relatos con su interlocutores.

En mi enredado y compulso interior identifiqué, desde Los Miserables de Víctor Hugo, varios de mis conflictos: Fantine que vendió su cabello y se prostituyo para obtener sustento para su hija cossete, los Thenardier, al Abad, el encarcelamiento de Jean Valjean por una lonja de pan, incluso a Javert, que prefirió el suicidio por ahogamiento a continuar la farsa que siempre creyó correcta. Por momentos no logré visualizar porqué  el Principito estaba allí con su rosa vanidosa, su elefante y sus ovejas en la caja de huecos laterales.

A fuerza de tropezones vislumbré que estaba en el laberinto de mis sueños frustrados. De Rerum Natura de Lucrecio despertó en mi interior la sublime la chispa de mejorar la escritura y relatar la belleza presente en cada momento humano o inhumano. Desespiritualizado.

En otra de las estancias del tercer aposento del primer círculo, me encontré rodeado de damiselas, escuché frases que no, por lo soeces, debo pronunciar y aún las digo en momentos de libación incontrolada. Una dama, la más agresiva, en un discurso planificado, enumeró todos los males con los cuales yo moriría.

Aunque lo dice por  enésima vez, surte el mismo efecto que la primera. Sabe hacerlo, escoge el momento adecuado, después de proferir sus palabras de desaliento, se muda a otro aposento, uno vecino, al cual no me es permitido entrar, No deseo hacerlo. Oh malvado proceder que olvidas nuestro himeneo consumida en pasión desbordada para proferir daño y lo logra.

Otra damisela, tal vez la misma anterior me reconoció; no logro diferenciarla, vino a mí, trae una herramienta para golpear, un medero de formidable grosor en forma de cruz, lo usa, no logra su objetivo, se impacienta, destruye todo lo que encuentra, se hace daño al destrozar el recipiente de los desayunos en la cama, sangra su ropa.

Pidió apoyo, mintió, fui encarcelado en un aposento en cuyo interior había un abismo al que me obligaron saltar. Luego les contaré.  En este aposento, de dieciséis metros cuadrados, cohabitamos por ocho días: un médico acusado de violador, un vigilante denunciado de robo de aceite a granel, un asaltante de carretera por muerte de su víctima, el secuaz de un extorsionador, un ingeniero detenido por su filiación política, un agricultor que golpeo al capataz por atropello, dos cuñados que practicaron boxeo, entre sí, luego  de libar licor, marcando profusamente sus rostros.

En el aposento continuo, dos reos atropellaban a sus compañeros de celda obligándoles a autoherirse para obligar a las autoridades judiciales la transferencia  a la cárcel mayor. El olor a sangre derramada sobre otra vertida con anterioridad, invadía todo el recinto. Luego del traslado de uno de ellos, al otro soporto, la maldad humana, sin ningún tipo de alimentos, esposado en la espalda y grilletes, por tres días consecutivos; su voz apagada por la fatiga llenaba de nostalgia los oídos cercanos. Cuanta demencia son capaces de adquirir los formados para tales fines de represión.   

Fui juzgado y castigado con trabajos forzados por un año, ahora lo denominados trabajos comunitarios.  Al salir del recinto de encierro, comenzó la extorsión.

Ahora estoy en un cuarto aposento, ahora me identificó como un salvador, la armadura oxidada muestra la obscuridad de sus cerrojos, una máscara de acero sólido cubre mi rostro, hay una dama que siempre la veo con mis ojos de hermosura, no deseo romper el vínculo que nos une, sin embargo escoge con pinzas diminutas los momentos precisos para profesar sus ofensas, sabe hacerlo, siento su efecto por días, cuenta sus interpretaciones espurias a los otros miembros de la familia, no quiero y no puede romper el vínculo. Las sombras que atormentó y definió Carl Gustav Jung convergen y se unifican cuando escucho sus palabras. Su hogar es una heliconia en el que las damas buscan embellecerse con el arte de sus sutiles manos.  

En otro aposento, el quinto de mi recorrido, fui conducido, no sé por quién ni cómo; Encontré a mi yo aspirante a intelectual; todos los personajes de mi fantasía cohabitaban el obscuro recinto:  “El rey libro, la reina escritura, la princesa lectura y el ogro come letras” relatan sus aventuras con los párvulos, cuál dibujos animados, mi aureola de divina envidia se fortalece inconmensurablemente, desee ser el escritor de esa maravillosa fábula; Dorian Grey protegía su retrato cubierto de lienzos negros y cintas adhesivas; Un poliglota, más allá, aderezaba relatos con su interlocutores.

En mi enredado y compulso interior identifiqué, desde Víctor Hugo, varios de mis conflictos: Fantine por su entrega a lo que creyó veneficiaría a su hija Cosette, los Thenardier por desear crecer a expensas del maltrato, el confiado Abad que regalo lo de valor a fin de transformar un alma atormentada, el injusto encarcelamiento de Jean Valjean por una lonja de pan, incluso a Javert, siempre servil al sistema, que prefirió el suicidio por ahogamiento a continuar la farsa que siempre creyó correcta.

Por momentos no logré visualizar porqué  el Principito estaba allí con su rosa vanidosa, su elefante y sus ovejas en la caja de huecos laterales pues, este personaje no encaja en mi mundo de desilusiones. A fuerza de tropezones vislumbré que estaba en el laberinto de mis sueños frustrados; Uno de mis tantos personajes leía profusamente el poema “La Naturaleza de las Cosa de Tito Lucrecio Caro” quise por segundos, tal vez, no volver a leer obras tan excelsas de eximios autores, me hacen sentir que he pasado por la vida sin dejar nada que sirva para la trascendencia.

En el sexto aposento, el de los bromistas, el de los personajes que hacen bullen, esa extraña forma de compartir de quienes nos creemos cómicos y divertidos: consientes, sin admitir, el daño que somos capaces de proferir  a los semejantes que enfocamos en las burlescas actuaciones.

De todos los bufones que pernotan el aposento, uno resalta sobremanera, es posible que la razón sea por la semejanza en sus facciones conmigo, las miradas lo enfocan, su aspecto es simiesco y de pequeña estatura, sus manos, por lo diminuto, tocan con facilidad el piso cuando lo cree conveniente para su actuación; todos ríen a carcajadas sonoras cuando la maldad de la burla está centrada en la otredad, incluso el actuante, es parte de su mostración, se burla de sí mismo para bajar la tensión que produce;  sus rostros, el de los oyentes, expresan rabia y vergüenza cuando son centro.

Confieso que el parecido conmigo del simiesco personaje del bullen es ambiguo, sin embargo, como es mi viaje a mis círculos inferiores, a mi averno,  es mi deber aceptar que es uno de mis paralelos, en los diversos universos en el que estoy sin estar, de lo contrario no lograré, en caso de que sea posible, limpiar mi aureola.

Está presencia de mí, casi logra que desista de la intensión de autoreconocimiento. Me siento mal al conocerme, sin embargo, superarse es la misión sublime que todos deben asumir, de lo contrario, serán conducidos por abismos de mayor obscuridad y la idea del viaje es encontrar momentos de cima. Sólo encuentro simas.

De tanto recorrer aposentos y caer en abismos que los conectan, desee, lo creo justo, visitar algún ambiente en el que mis fortalezas se mostre, sin embargo caí, no sé cómo, el subconsciente es así, en un alejoroso ambiente de tertulia. Todos cantan y se escuchan, todos bailan y se apoyan, todos están felices. Algo positivo en mí fue notado, con esfuerzo, a cuenta gotas, mi presencia se hizo notable, las damas y un caballero de agradable canto bailable, asumieron el  reto de enseñarme: bailar y cantar. El empirismo, cual taller, se hizo presente. Soy discente, tengo facilitadores.

En este séptimo recinto al que creo mitigador, todos los cohabitantes son músicos. Estoy cantando, ¡si soy yo!, dije a mis adentros, lo reconocí pues canta con ritmo alterado, lo orquestal no coincide con el canto de  “Linda Barinas de Eladio Tarife y Aquel de Simón Díaz” entendí porque los administradores de eventos regulan mi participación y también porqué soy, casi siempre, de los últimos en cantar, una dama me acompaña de penúltima.

Repudié al cantante que imitaba mi voz y mis movimientos. Él, mi manifestación, al pasar el tiempo, ganó mi admiración, no se dejaba apagar y continuaba intentándolo. La tenacidad y constancia son actitudes que admiro.

Uno de los concurrentes, de los grandes músicos, me llamó para decirme, cito: “ya has cantado bastante para tu disfrutar, para autoescucharte, ahora deberías hacerlo para que todos disfrutemos” las tomé como sabias palabras. Por dentro sentí la necesidad de un nosocomio.

A este recinto, el séptimo, ya lo saben, al que me llevó mi maestro interno, así lo entiendo, tuvo como finalidad mostrar que hay cantantes de todos los niveles y los que deseen ser escuchados deben, a motu proprio, construir su público.

Fui llevado, a otro predio, in simultáneo,  al lado del séptimo aposento, el de los músicos: otro hábitat del mismo, diferenciado por una puerta amarilla que conduce, también, a la sala del depósito de licor. No pernotan ningún enemigo político como lo relata en la espiral invertida el Dante Alighiere.

Etenos retornos, por la puerta de conexión,  para ascender en conocimiento del canto, filtrando en cada visita las impurezas señaladas por Polimnia: musa del canto y poesía. En esta sala, la del lado a través de la puerta, lo importante no es la impostación, ni falsete, ni lo melódico o lo armónico, si es lo kinésico, lo rítmico al danzar. Quien me representa, en verdad es mi yo negado, suele invitar a bailar alguna de las damas: una acepta; sin embargo, con elegancia, no lo acompaña a la segunda verónica;  compungido se sienta solitario en el rincón más oculto de la sala: espera segunda oportunidad, lo observo.

Como muestro deseo de progresar en el arte de Terpsícore, los que mejor lo hacen me indican que hay que eliminar los saltos que doy, trato de no hacerlo, es difícil, setenta años haciendo lo mismo no se quita de la noche a la mañana. Seguiré intentando. 

Una dama, hermosa como lo es ella solas, asume el reto de conducirme en la pista, otra, mi nuera sentimental, la acompaña en el esfuerzo. Les adelanto, de tantas farras y tertulias, mi danzar ha mejorado, sin embargo, cuando veo las grabaciones videográficas me desanimo, deberían prohibir esos instrumentos del recuerdo. Al otro fin de semana olvido lo anterior y recomienzo a retozar, incluyendo la motivación.

La emulación kinésica de un cantante que se ejercita para profesionalizarse me ha dado resultados, desde su tribuna usa mi nombre en gritos de alegría, me concentra y logro varios momentos rítmicos que pierdo a los pocos trances. Para mi fortuna, una chica de sonrisa y cuerpo espectacular, de esas que hierve la sangre, permite que la invite a dar junto a ella, lentos y desarmoniosos pasos; Que bueno, al oído, imperceptible a los demás, me indica: no muevas el torso, un, dos, un dos, mueva la cintura.   Creo que mi rostro enrojece al igual que el de mi yo actuante que observo con atención. Hiervo. Una dama reciente llegó a mi mundo emocional, me mueve el piso.

Una dama, que resalta por su belleza y alegría me aplaude con entusiasmo y profesa “te amo, te amo” es una amiga fenomenal. Todo en ella es incentivación. 

Favorecido por sutil favonio soy conducido al noveno aposento, allí me veo feliz transitando cangilones de límpidas corrientes de lluvia reciente que verdece los caminos de mi infancia. En la primera escuela, la nacional graduada número 5, está la maestra que placentera habita mis memorias, veo a mi hermana menor que yo, de nueve años, llorando porque mi otro yo, corre retozándose en agrestes senderos para llegar a casa y ser el primero en contar las aventuras vividas con el crisol de niños que comparten el centro de aprendizaje.

Luego, después de varios años de escolaridad interrumpida, ya cumplidos los catorce, observo en mi yo del noveno círculo, caminado ocho kilómetros, acompañado de tres hermanos y una vecina, para llegar a la escuela que nos formará en los tres últimos grados de primaria. La vía vehicular está en plena construcción.

No entiendo porque mi consciente confabulado con mi inconsciente, incluyó esta escena como si hubiese, sin intención, sido guardada en mi zona obscura, sin embargo, dada las imágenes mostradas concluí que pudo ser por mi acción altanera con las maestras; veo que mi yo actuante  se burla de las formas en que las educadoras intentan transmitir, sin comprensión alguna, las divisiones por una o varios dígitos, sobre todo, un caos total, cuando dividendo y divisor tienen decimales.

Estoy en el bélico tumulto de mis fatigas, debo trascender y superar si es que quiero, librado en gran parte del mal, salir airoso de este viaje interno que me he propuesto.

Puede ser también, un llamado a reflexionar, por incentivar el riesgo de muerte que sufrió uno de mis hermanos al caer en un depósito de aguas del manantial prístino que solíamos llamar Pozo Azul.

Desde el noveno, sin salto abismal, más bien por benignos senderos fui conducido al décimo aposento, allí sólo hay remembranzas y apoyo de familia, cerca de doscientas personas formó parte del linaje de mi mamá antes de su viaje a otros mundos paralelos a los cuales he enviado cartas sin destino y del cual no tengo referencia. El encuentro de familia se planifica con anticipación para que se dé al segundo año de la presente fecha. Algunos caen en el trayecto del tiempo, es normal, somos abundantes y prolijos. Las condiciones de país cambiaron, ahora reunirse es costoso.

Aunque hoy parece trivialidad pues, he superado gran parte de mi miedo escénico, fui trasladado al aposento once de mi periplo sin bitácora, en el que todos los asistentes deseaban trascender en aprendizajes en  ambiente académico. Mi yo oculto tiembla, él sabe que los momentos de estrés le hacen olvidar. Tres jurados están al centro, en el cuarto piso de la sede Carmona, para revisar mi nivel de estudios matemáticos y otras treinta personas concentran su atención para escuchar mis respuestas. Ocho más aspiran ocupar la catedra de profesor. Tiemblo, estoy a punto de infarto.

En este momento totalmente obnubilado sentí que fui llevado, no sé por cual hado malvado, a un aposento que, en mi cuenta es el número trece. Los que frecuentan este antro sentimental sufren  depresiones creadas por su incapacidad de ser parte actuante de la moral colectiva, que en tantos convencionalismos impuestos no se sienten identificados  o, simplemente, su educación, ingresos y formación no son suficientes para encajar en algún compartir. Me busqué por todas partes, no estaba allí, o al menos mi presencia no es traslucida a todos. Los allí presentes, no desean ser identificados, tratan de ser desapercibidos. Sus rostros reflejan la timidez del mórbido miedo escénico.

Entre ellos no hay saludos, ni expresiones de afecto, ni comentarios de acercamiento; están invadidos del temor a no ser aceptados; todos muestran tendencias emocionales al rechazo, ellos no se dan cuenta que aíslan a la otredad, no se comunican para evitar sentirse mal.  Son parte del del uróboro, Nadie da el primer paso para establecer alguna conexión afectiva, han sido profusamente dotados de vulnerabilidad, exacerbadas por intentos previos frustrados de comunicación. El ambiente está invadido por un extraño olor a: adrenalina o cortisol, todos tienen las amígdalas inflamadas; El miedo al rechazo es paralizante.

Algunos muestran signos de violencia o de risas sin motivo alguno,  otros consumen licor para inhibir sus temores, por allá, en un rincón lejano del aposento, un tímido usa la mesa como tambor para producir estresantes y arrítmicos sonidos.

Acostumbrados mis ojos a la obscuridad logré verme en el tumulto. Al instante, fracciones de segundos después, caí, es decir siempre debo decirlo, mi yo paralelo, al que debo seguir para conocerme, cayó por un abismo hacia un aposento del segundo círculo de mi mundo de sombras. Regresar será una proeza del ingenio.  

Este aposento del segundo círculo, es similar al anterior, mi yo paralelo observa, en profundidad buscando entendimiento a dos hombres de miradas tristes, vacías de sociedad que  parecen ser hermanos. De estos dos hombres unos asume el liderazgo, el otro lo sigue fiel, llevan dos carruajes hechos de madera sin labrado, con ruedas sin balance de bicicleta decoradas con retazos de lo que fue máquinas reproductoras de películas; recogidas en el improvisado basurero que la inconciencia de los pobladores civilizados construyeron: Así se hacen llamar. 

Los presentes en el aposento del que bajé a este de otro círculo, debieran, si es que están buscando algún tiempo de autorrealización, visitar este para que vivan la mutilación de las sociedades discriminatorias a aquellos que innatamente vienen desprovistos de algunas capacidades cognitivas.

Los caballeros, a los que estamos observando, trasportan en sus carruajes  alimentos que ellos producen y colocan en el mercado. Realizada la venta, por algún injusto intercambio monetario, se sientan impávidos, por horas, esperando que una bondad les ofrezca algo de alimento. Impertérritos reciben, comen, se levantan callados y se van. No muestran ningún tipo de señal  indicadora que entendieron la procedencia alimentaria.  Estando allí, en este aposento de mi submundo, en metamorfosis Cafkiana logré entender que deprimirme no es la solución. Espero, resulte. Me hice acompañar, para conservar mi menguada lucidez,  por uno de los poemas del poeta  Gregorio Riveros “Vacío cascarón lleno de abismos. No era yo, era otro que abandonaba mi otro yo. Sin canto. Sin ojos. Sin miradas” Entendí que cuando las personas desean entenderse encuentran la forma de hacerlo.

 

Por instantes fugaces, en un aposento lateral al anterior, vi a mi madre en vómito incontrolable, por el intenso olor a desechos humanos dentro de una casa de bahareque de poca ventilación. Le tocó atender a una vecina en su lecho de muerte, única mujer en una pequeña parcela aledaña a la finca del Cedro y madre de un adolescente cognitivamente comprometido, con signos de no limpiar su cuerpo por varios días.

Abandoné la primera estancia a través de una caída abismal del mismo segundo círculo, cada vez más obscuro, asirme fue imposible, la drástica caída me despertó y sucumbí al instante en otro sueño de mayor profundidad. El temor adquirió poder, ¿Cómo regresar a la vigilia, cuál ruta?, sentí a Dostoyevski diciendo “mientras más te aíslas más te endureces”

En este aposento fui aculeado, cual tarántula, por una avispa desesperada por anidar, ahora soy matriz, horno vivo para crías que al nacer seré su alimento. Aprendizajes no resueltos, intentos fallidos, vanidades simuladas en deseos de crecimiento, egolatría, nobleza disfrazada, competición negada, son unas de las tantas crías insertadas por el artrópodo y, otras de mi propia creación. Cuántos anhelos reprimidos habitan el cuerpo adormecido de muerte para alimentar sin cesar su perdición, su red. Por allá vi la sombra de otro ególatra, no sabe que lo es.    

Alimenté las crías con lo que quedó de mí, asumí el rol de aventajado cantante y otros conferencistas. En el estrado, olvidé a los otros, otros participantes que mendigaban una oportunidad, el verdadero yo tenía el poder, aunque no era tan bueno lo que ofrecía sirvió para comprender aquellos que, al tener el control, no permiten que otros luzcan sus esfuerzos de canto y elocuencia.  

Accedí a otro de mis aposentos, no sé por cuantos precipicios he caído y cuantos recintos he visitado, sin embargo, en este, por lo concurrido, tuve la impresión de no pertenencia; lo que allí se realizaba no ha sido nunca parte de mi agenda.  Personas, con una marca en sus brazos, hacían largas filas: uno detrás de otros, para hacer la compra de un producto en caso de salir ganador de la rifa: Mecanismo de control inventado por seres del inframundo. Lo extraño es que paralelamente en otras filas, esta vez para votar por algún líder político; los adormecidos, cual síndrome de Estocolmo, como autómatas elegían precisamente a Balbino Paiba, el ladrón quien los condujo a esta barbarie social. Cuanta falta hace Mr. Danger, Doña Bárbara, León Mondragón o al menos el Sapo, de Rómulo Gallegos, para que den cuenta que están adormecidos, obnubilados.

Cuando hube salir, al verme verter lágrimas de desesperación, el Virgilio de Dante me explicó la razón de mi visita. Sólo como proyecto social mi desorganizado interior quiso  enterarme que, el inframundo del subconsciente está presente en variados eventos de la personalidad. Entendí que soy parte actuante, quiera o no, de una compleja red de consciencias entrelazadas, un mundo de sombras para mí, la cual está vetada para mi sombra mayor. Mi consciente.

Sumido ahora, en azarosos círculos, perdí la cuenta, llegué a uno fue pudiéramos darle el nombre de círculo de las imparejas, Aposento de los matrimonios: mujeres y hombres con actitudes contemplativas, danzaban en trances lentos alrededor de una fogata incandescente observando a una gran sala en la que sus infieles intercambian fluidos de vida, almas adormecidas por las circunstancias de las que no pueden salir, salvo acurra algún evento catastrófico. Saben que están en este círculo catastrófico porque aún no han tomado la decisión que les corresponde: Asumir las riendas de la libertad emocional.  Sus rostros plagados de sentimientos lacrimosos lamentan la estadía y se fortalecen para un despertar responsable.

A mi sombra, que miro desde un túnel de tormentos, también está allí en el ritual del círculo, consumiéndose en elucubraciones, enredos sinápticos incapaces para reclamar con firmeza a su infiel que danza durmiente en la gran sala de los festejos.

Por decisión del algún hado que direcciona mi bitácora, sucumbí a lo que, a escasa lumbre pudiera llamar el tercer círculo. Me enteré, por cuando la obscuridad de luz y de entendimiento profuso y tenue, prodigado superfluamente es evidente. Ya habitaban allí personajes a los que el adjetivo “tóxicos” no es suficiente. Hay que crearlo.  

Aunque no quiero admitirlo, está allí el personaje que representa mi interioridad, asumiendo y construyendo, como todos los demás, un halo de sinceridad que lejos está de sentirlo. Sus declaraciones siempre inician: “Bueno tú no eres”, aprovechan la oportunidad para describir, con lujo de detalles, son especialistas en el estilo, todo lo negativo que consideran valido y, luego de un descanso, con perfecta hipocricidad, como para ocultar lo ya expresado, enumeran mecánicamente, algunas dadivas que creen que el otro desea escuchar.

No sé si he logrado dar a entender por qué el término tóxico no es una categoría válida para los asistentes de este aposento lóbrego y siniestro. El aposento de las arcinas para proponer un adjetivo.  Si la reflexividad es importante, los personajes que cohabitan este aposento, incluyendo mi representante, deberían permanecer allí, en ese mar profundo de la no verdad, sin embargo por la premisa de que el mundo, es mundo, por la multiplicidad; pido a todos soportarlos cual caricaturas aunque sepan quiénes poseen la actitud.

León Tolstoi, aunque no lo vi, estuvo en aposentos similares por lo que relata en Confesiones, debió sentir  

 

Aposento de las personas que dicen si a todo

En las noches sueño con fantasmas

Ínclito, Retozar, Ifigenia sacrificada a los dioses Clitemnestra vengó su muerte,  himeneo composición poética para celebrar el casamiento,  el tálamo.

 

 

CONTINUARÁ

jueves, 5 de diciembre de 2024

Bendito eres

 Bendito eres

Las noches de farra siempre brillan

la mía estuvo amenizada por un clavel, una rosa y una oxalidácea

todo un mundo de esencias en un solo perfume

cantando cumpleaños Yuraima.

 

El sillage  de la esencia aún ameniza

por la eternidad ese rastro es un contagio epidemial

nos hizo un cuerpo, una canción, un escenario

Cuando salimos de la alucinación fuimos a casa.

 

Edgar B. Sánchez B.   

martes, 5 de noviembre de 2024

VISITANDO MI INTERIOR

 VISITANDO MI INTERIOR

Los setenta, cumplidos y, el feliz comienzo de los 71, han permitido, aunque no con madurez suficiente, visitar mi mundo interior: es decir visitarme, no les extrañe todos los hacen, aunque se requiere alto costó de planificación y voluntad; ahora sé cuán difícil es mirar y conocerse, tocar la puerta, la propia; Permitirse entrar, dentro de sí, conlleva retrocesos y reinicios hasta lograr la preparación suficiente: no tanto para asirse a la puerta, si para abrirla. Me enteré, sin proponérmelo, que no soy tan osado.

PRIMER CÍRCULO

En la obscuridad de mi subconsciente, cual noche profunda, ninguna estrella, en el que, el no hágase la luz reina inexpugnablemente, encontré personajes que a todos negaré, más aún a mis cercanos. Sólo mi otro consciente: el onírico, se ha atrevido compartirme recodos en el que el llanto,  la desilusión, la nostalgia es posible junto al crujir de dientes. Llagas pululadas de extraños insectos y sabandijas hacen vida en mí en mis otros yo infectados que paulatinamente voy conociendo en la misma medida que me adentro: sueños de traumas destrozan unos u otros, me niego reconocerme en ellos.

Una voluntad acérrima que me sorprende sobremanera,  logra desvelar los abismos cuyas simas circulares se subdividen en aposentos, hábitats de retorcidos personajes creados por mí y para mí, cuyos rostros y acción me son conocidos. Quise visitar diversos yo sombras, hablar con ellos, saber cómo fueron creados, cómo ayudarlos, como ayudarme, estar allí en vigilia y compartir conmigo y con ellos esa realidad que tanto me atemoriza y oculto.

En la lóbrega morada, mi segundo círculo interior, descubrí abismos, otras profundidades cuyas simas en círculos dantescos es imposible serpentear; En saltos de fe, mi cuerpo, consciencia y subconsciencia, impulsados por mis diversas personalidades, tomaron lucidez de lo que allí habita; sentí vergüenza, no regresaré, no me mostraré de nuevo. Decidí quedarme en esa obscuridad, descubrir de mí en mis proyecciones todo cuanto fuese posible.

En cada uno de los círculos a los que he llegado por caer en tantos abismos están conformados por variados aposentos que visitaré, en eso soy de decisión firme, en la medida que el pánico lo permita. Les contaré los pormenores de las visitas si tienen a bien de seguir acá.  Entrar a esas múltiples habitaciones internas no fue para nada sencillo. Recibos personalizados, marcados por agresivas aspiraciones no logradas, han dejado huellas que reconozco como las mías, cargadas de olor insoportable a pesadumbre. Me impuse esa tarea de resiliencia compleja; creo que para nadie es de otro modo. Sin embargo me atreví, me visité, deseo saber de mí, entender y superar.

APOSENTO DE LAS ASPIRACIONES, SEGUNDO CÍRUCULO:

En una de las estancias, cual espejo, un personaje conocido, tejía, desde su interior, una red asimétrica de complejidades vividas; la desataba y reconstruía, incapaz de desechar ningún nodo. Entendí que el deshacer simbolizaba un recuerdo no comprendido, no resuelto. Quise ayudarme, sin embargo continuó sin enterarse de mi presencia racional y construyó un nodo con traumas desveladores: Anhelos de jugadas de billar, prácticas de canto, búsqueda de intelectualidad, conversaciones amenas, grados académicos, calor de familia, manejo kinésico del cuerpo, aceptación femenina, elocuencia, escritura artística debeladora, desmemoria, idiomas, integración familiar y otros tantos que quiero dejar ocultos. Trece elementos con sus interconexiones que a su vez se ramifican.

 

TERCER CÍRUCULO 

Abandoné la primera estancia a través de una caída abismal, cada vez más obscura, asirme fue imposible, la drástica caída me despertó y sucumbí hacía otro sueño de mayor profundidad. El temor adquirió poder, ¿Cómo regresar a la vigilia, cuál ruta?, En ella fui aculeado, cual tarántula, por una avispa desesperada por anidar, soy matriz, horno vivo para crías que, nacidas, seré su  alimento. Aprendizajes no resueltos, intentos fallidos, vanidades simuladas en deseos de crecimiento, egolatría, nobleza disfrazada, competición negada, son unos de los tantas crías de insertadas y, otras de mi propia creación. Cuántos anhelos reprimidos habitan el cuerpo adormecido de muerte para alimentar sin cesar su perdición, su red.   

Alimenté las crías, Con lo que quedó de mí, asumí el rol de aventajado cantante y otros conferencistas. En el estrado, olvidé a los otros, otros participantes que mendigaban una oportunidad, el verdadero yo tenía el poder, aunque no era tan bueno lo que ofrecía sirvió para comprender aquellos que, al tener el control, no permiten que otros luzcan sus esfuerzos de canto y elocuencia.  

En otro aposento al que fui conducido, no sé por quién ni cómo; encontré a mi yo aspirante a intelectual; personajes de mi fantasía cohabitaban el obscuro recinto: “El rey libro, la reina escritura, la princesa lectura y el ogro come letras” relataban sus aventuras con los párvulos, cuál dibujos animados, mi aureola de divina envidia se fortalecía inconmensurablemente, desee ser el escritor de esa maravillosa fábula; Dorian Grey protegía su retrato cubierto de lienzos negros y cintas adhesivas; Un poliglota, más allá, aderezaba relatos con su interlocutores. En mi enredado y compulso interior identifiqué, desde Victor Hugo, varios de mis conflictos: Fantine, los Thenardier, al Abad, el encarcelamiento de Jean Valjean por una lonja de pan, incluso a Javert, que prefirió el suicidio por ahogamiento a continuar la farsa que siempre creyó correcta. Por momentos no logré visualizar porqué  el Principito estaba allí con su rosa vanidosa, su elefante y sus ovejas en la caja de huecos laterales. A fuerza de tropezones vislumbré que estaba en el laberinto de mis sueños frustrados.

Accedí a otro de mis aposentos, no sé por cuantos precipicios he caído y cuantos recintos he visitado, sin embargo, en este, por lo concurrido, tuve la impresión de no pertenencia; lo que allí se realizaba no ha sido nunca parte de mi agenda.  Personas, con una marca en sus brazos, hacían largas filas: uno detrás de otros, para hacer la compra de un producto en caso de salir ganador de la rifa: Mecanismo de control inventado por seres del inframundo. Lo extraño es que paralelamente en otras filas, esta vez para votar por algún líder político; los adormecidos, cual síndrome de Estocolmo, como autómatas elegían precisamente a Balbino Paiba, el ladrón quien los condujo a esta barbarie social. Cuanta falta hace Mr. Danger, Doña Bárbara, León Mondragón o al menos el Sapo, de Rómulo Gallegos, para que den cuenta de los adormecidos.

Cuando hube salir, al verme verter lágrimas de desesperación, el Virgilio de Dante me explicó la razón de mi visita al recinto. Sólo como proyecto social mi desorganizado interior quiso  enterarme que el inframundo del subconsciente está presente en variados eventos de la personalidad, sobre todo en aquellos que se afilan para ser parte de la pobreza de otros países y, desde allí, apoyar la desintegración institucional de su patria.

De tanto recorrer aposentos y caer en abismos, desee, lo creía justo así, visitar algún ambiente en el que mis fortalezas se mostrara, sin embargo caí en abismal recinto, en el que todos eran músicos. Me vi cantando, ¡si soy yo!, dije a mis adentros, entendí por qué los administradores de eventos regulan mi participación y soy, casi siempre, de los últimos en cantar, una dama me acompaña de penúltima. Admiré al cantante que imitaba mi voz y mis movimientos, él no se dejaba apagar y continuaba intentándolo. Uno de los concurrentes, de los grandes músicos, me llamó para decirme: “ya has cantado bastante para tu disfrutar, para autoescucharte, deberías ahora hacerlo para que todos disfrutemos” las tomé como sabias palabras. A este recinto que me llevó mi maestro interno, así lo entiendo, tuvo como finalidad mostrar que hay cantantes de todos los niveles y los que deseen ser escuchados deben, a motu proprio, construir su público.

Fui llevado, a otro predio, al lado del recinto de los músicos: otro hábitat del mismo círculo de la espiral invertida de Dante Alighiere. Etenos retornos para ascender en conocimiento, filtrando en cada estancia las impurezas del transitar anterior. En esta sala lo importante no es la impostación, ni falsete, lo melódico o lo armónico, sin embargo, si es lo kinésico, lo rítmico al danzar. Quien me representa, en verdad es mi yo negado, suele invitar a bailar alguna de las damas: una acepta; sin embargo, con elegancia, no lo acompaña a la segunda verónica; compungido se sienta solitario en el rincón más oculto de la sala: espera segunda oportunidad, lo observo. 

No sé cómo, el subconsciente es así, aparecí en un alejoroso ambiente de tertulia. Todos cantan y se escuchan, todos bailan y se apoyan, todos están felices. Algo positivo en mí fue notado, con esfuerzo, a cuenta gotas, mi presencia se hizo notable, las damas y un caballero de agradable canto bailable, asumieron el  reto de enseñarme: bailar y cantar, el empirismo, cual taller, se hizo presente. Soy discente, tengo facilitadores.

En el mismo ambiente donde lo kinésico es importante hay improvisados cantos, multiversiones de mi compiten por participar,  me he dado cuenta, gracias al análisis de esta feseta, que otros yo cohabitan el desorden, los mondragones de Rómulo Gallegos mudan los mojones para deshabilitar la frontera de lo bien ensayado y lo que se es

Círculos de las imparejas, Aposento de los matrimonios: mujeres y hombres con actitudes contemplativas, danzaban en trances lentos alrededor de una fogata incandescente observando a una gran sala en la que sus infieles intercambian fluidos de vida, almas adormecidas por las circunstancias de las que no pueden salir, salvo acurra algún evento catastrófico. Saben que están en este círculo catastrófico porque aún no han tomado la decisión que les corresponde: Asumir las riendas de la libertad emocional.  Sus rostros plagados de sentimientos lacrimosos lamentan la estadía y se fortalecen para un despertar responsable.

A mi sobra, que miro desde un túnel de tormentos, también está allí en el ritual del círculo, consumiéndose en elucubraciones, enredos sinápticos incapaces para reclamar con firmeza a su infiel que danza durmiente en la gran sala de los festejos

Aposento de las personas que dicen si a todo

En las noches sueño con fantasmas Edgar B. Sánchez B.

domingo, 1 de septiembre de 2024

LE ESTÁN MONTANDO CACHOS

 *Le están montando los cachos*

En la mitología griega Pasifae, hija de Helios, ninfa de Creta, fue entregada al rey Minos como esposa. Ella fue infiel a su marido con un toro blanco, una relación zoofílica de la que nació *el Minotauro.*
Los cuernos ya eran una metáfora de la infidelidad.
Los dioses griegos activaban la metamorfosis para parecerse a alguna fantasia femenina y así poseer a las ninfas. Seus se transformaba en todo blanco.
En la Edad Media,los señores feudales tenían derecho a acostarse con las esposas de sus vasallos en la noche de bodas. Cuando ejercían ese derecho se colgaba en la puerta de la casa del marido una cornamenta de ciervo".
Yo me inclino por una realidad objetiva, las familias tenían cabras en casa para surtirse de leche, los adolescentes les encanta llevarlas a pacer y con ellas tenían su primera experiencia.
Dr. Edgar Bautista Sánchez Briceño

DOMINGO TERTULIANO

 DOMINGO TERTULIANO

Hacer una sopa de res parece una actividad sencilla para un amo(a) de casa que se respete como tal, sin embargo lograr que los ingredientes sean equitativos para que el sabor y los aromas se conjuguen in simultaneo, no es, por lo general, arte de los mortales, es, debemos llamarlo así, una virtud exclusiva de los dioses, negada a los hombres.
Sonsaquemos, con prebendas, al mesopotámico Enki, al griego Epimeteo o a la serpiente del eden, para que lleven a cabo el robo del saber a favor de los humanos mortales. Sin embargo esos seres divinos, por el momento, nos permiten saborear.
Un dios y una diosa de la magia del sabor habitan en la TERTULIA DE ALEJOR.
Este domingo próximo pasado, luego de degustar tan exquisito manjar, varios de los comensales nos quedamos observando como entraban familias enteras a desfrutar el contenido de la olla hirviente.
Sólo nos mirábamos, sin comentario alguno, en el fondo sabíamos que en algún momento la TERTULIA DE ALEJOR mostraría lo que también hace de lo mejor. Se descolgó de la pared, solo para verla, una olvidada guitarra oculta en un estuche de cuero. La pregunta de que si tenía cuerdas fue contestada por observación directa, no le faltaba ninguna, en silencio cómplice, la alegría nos invadió, ante una posible velada de canto, quitarreo e historias de desventuras vividas. Historias que sólo son contadas cuando se está libando. Unas maracas llegaron como por arte de magia. Comenzaron los boleros.
Desde el otro lado de la calle, un hombre de rostro conocido, preguntaba por disponibilidad de sopa de res, los que estábamos a la espera de un segundo evento creíamos que se había terminado, sin embargo, los dueños del negocio, para sorpresa nuestra. anunció: “quedan dos raciones”, precisamente dos comensales recién llegaban. Para beneplácito eran dos cantantes de música bailable. Se armó la fiesta.
Se dio inicio al canto de boleros y baladas, dos guitarristas lucían acordes y arpegios al son de los registros de los cantantes, seguidamente se hizo el ritmo bailable y hubo cerbatanas para todos. Los administradores, dado el éxito de la venta de sapas de res y chicharrones de pescado, brindó algunas rondas.
“Dios los hace y el diablo los junta” Esta máxima se cumplió, Un guitarrista conocido de la ciudad de Trujillo llegó para completar la agenda de la excelencia, se escucharon boleros de antaño, aquellos que se bailaban en los albores del siglo pasado y que unieron corazones formadores de familias que, aún, proyectan el maravillo ritmo.
Dr. Edgar B. Sánchez B.

viernes, 9 de febrero de 2024

NOCHES DE ESTUDIO Y ORATORIA

 

NOCHES DE ESTUDIO Y ORATORIA

Parte I, ambientes de estudio.

En la ciudad de Trujillo, Venezuela, capital del Estado Trujillo. En una antigua edificación que ha funcionado como centro de formación para jóvenes, otrora sede del errante Colegio de Santa Ana, fundado en 1895, fecha en la que llegaron a la ciudad capital, las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Inaugurado el 1 de octubre de 1955. 

Numerosas habitaciones han sido configuradas como cubículos de estudio para los profesores del Núcleo Universitario  Rafael Rangel de la Universidad de Los Andes, que en su pleno apogeo, fueron habitadas, hasta horas de la madrugada de cada día por investigadores de distintas áreas del saber.

En tiempos en los que la universidad fue símbolo de cambio social, los ambientes de estudio se hacían  sentir por las luminarias que se encendían luego que los trabajadores de la vigilancia apagaban los bombillos de los pasillos. El murmullo de las conversaciones, diálogos para más precisión, en variadas y profundas temáticas se llenaban en los pasillos del laberíntico edificio de estudio.

Los profesores que se quedan llenan, con sus datos personales, un libro de registros que lleva el equipo de vigilancia. En él es obligatorio señalar: hora de entrada, ambiente que se ocupará, hora aproximada de salida, enseres personales y documento de corresponsabilidad en caso de tener algún invitado.

Este registro se usa para precisar las personas que aún ocupan algún espacio en la edificación y también para informar al jefe de vigilancia, que de seguro pasa a diversas horas, desde afuera, a realizar varios chequeos y así garantizar que los trabajadores no se duerman durante la jornada.

Uno a uno, en la medida que se entra o se sale del recinto, ahora universitario, son asentados en el libro de registro. Ese mecanismo de control funciona a la perfección. Como reloj suizo.

Por lo general, previamente, se estipula el tema a estudiar a fin de que los participantes lo preparen con anticipación y así lograr que el encuentro se lo más productivo posible.

Se ocupa uno de los espacios provistos por pizarras acrílicas, iluminación suficiente y con conexiones indispensables para las máquinas de preparar café.

Todos los que nos reunimos somos testigos que, no importa cuál espacio se ocupe, en el del lados siempre habrá alguna actividad. Todas las noches sentimos que en algunos momentos una extraña neblina ocupa el pasillo y el zumbido del viento impregna nuestra piel y los oídos.

Siempre se escucha al lado del ambiente en el que nosotros, los profesores, nos  reuníamos a estudiar matemáticas a otras personas, que no hemos conocido en los ambientes diurnos de las aulas de clase, y que estudian temas, del antiguo testamento, en voz alta, algunas veces acaloradas. Sus conversaciones son de convincente elocuencia, tal como si fuesen maestros de oratoria, en las que eventualmente realizan meditaciones con fines de descanso.

Mis amigos y yo, cuando caminamos el pasillo, por curiosidad, vemos que, los reunidos allí, siempre estaban en posición penitente y visten de negro intenso. Durante la noche entran o salen del recinto de reunión en forma individual. Pasan por nuestro lado sin levantar el rostro y con majestuosa elegancia al caminar.

La jornada de estudio con mis amigos las hacemos, por lo menos por un año, Los vecinos, eso notamos, por la habilidad de usar los pasillos, tendrán varios años en esa actividad.

Parte II, salida del recinto.

En 1986, cuando las computadoras comenzaron a ser parte de las herramientas de la Universidad Rafael Rangel, disminuimos las horas de encuentro y paulatinamente también la cantidad de interesados en los temas que desarrollábamos. La nueva herramienta capturo la atención.

Sin embargo, para algunos, reunirse les era una actividad necesaria, sin embargo una noche, que resultó ser la última, se alejaron del ambiente de reunión, uno a uno, todos mis consuetudinarios compañeros, aducían que sentían extraño temor sin origen alguno y frio interior que les enfriaba el corazón.  

Me quede solo, bueno eso creía.  Era perentorio para mí, dejar sentado en la libreta, las notas de posibles de publicación, resguardar las conclusiones a las que habíamos llegado y las deducciones que lo permitieron. Sabía que reconstruir resultados dialécticos, pasada la euforia, no es del todo fácil.

A eso de las 3 de la madrugada, consideré conveniente ir a casa para el merecido descanso, recuerdo con precisión, que era viernes, Recogí todos los enseres en mi bolso de cuero que acostumbro a usar. Al cerrar la puerta de la sala de estudio, el viento, con neblina intensa, torno a tener un zumbido que entristeció mi ser interior; extraña sensación de estar en un solitario mundo donde solo el lamento se podía sentir, mi cuerpo comenzó a temblar, se hizo tosco al caminar.  Un miedo injustificable invadió por completo toda mi consciencia.

Uno de los personajes del ambiente de al lado, totalmente vestido de negro, creo que el líder, sin levantar el rostro, ofreció acompañarme hasta la salida del edificio.

Agradecí sobre manera, con palabras que con dificultad salían de mis entumecidas cuerdas vocales. Expresé que no era necesario, mentí, le indique que prefería que continuara con sus interesantes conversaciones de tiempos antiguos. No es bueno que dejes a tantos dialogantes sin su presencia.

Insistió. Me hizo entender que era necesario que recorriera acompañado el ahora oscuros, largos y lúgubres pasillos del edificio. Me condujo, rumbo a la salida, por un laberinto de extrema oscuridad, desconocido para mí. Ahora que escribo, tengo la impresión que es una ruta de acceso a la parte lateral derecha de la capilla, hacia lo más montañoso y luego al estacionamiento. Vi la carrocería abandonada de un carro Fiat.  

Allí, en el estacionamiento, nos esperaba una dama que pareció estar encargada de la vigilancia, totalmente desconocida, hizo una reverencia como si mi acompañante fuese de rango mayor.

Solicité el libro para registrar mi salida y fui informado que no era necesario. Pretendí despedirme con el saludo de choque de manos acostumbrado; no fue aceptado, lo hizo saber con una reverencia de respeto.

Ya en la calle, dentro de mi vehículo particular, una corriente de aire en extremo  hizo que temblara hasta llegar a casa.

Dormí, aunque sin descanso. A las 8 a.m. del otro día, estaba de nuevo en esa, ahora llamada casa Carmona.

El vigilante asignado me interpeló, quería que explicara, por escrito, por donde había salido del recinto la noche anterior y por qué razón no había firmado el registro de salida.

Relaté lo sucedido y fui convocado a una reunión de emergencia con la directiva del recinto. Allí también estaban otros profesores que les había ocurrido lo mismo. Palidecían al escuchar mi relato.

Para evitar posible elucubraciones negativas, acordamos no usar las instalaciones después de las 12 horas de la noche.

Edgar B. Sánchez B.  (Truillo 09/02/2024)

martes, 21 de noviembre de 2023

CARTAS PARA BRITTANY: Tracción a sangre

 

CARTAS PARA BRITTANY

Tracción a sangre

Hola Brittany, es importante, para mí por cuanto me produce un encanto fabuloso escribirte, contarte los detalles de cómo se hacían los traslados de los enfermos cuando yo era de tu edad. Estoy hablando de la década de 1960.

En las zonas aledañas de la finca San Isidro, donde nací y viví, no había, en ese tiempo, vías para recorrer en vehículos con automotor. Toda carga pesada se transportaba con tracción a sangre. Papá poseía varias mulas de carga y su propia bestia de silla, la de mamá le llamábamos “la mula negra”.

La tracción a sangre no era sólo de bestias amansadas, así se les dice, para que soporten en sus lomos la producción agrícola que había de colocarse en los mercados pueblerinos. También los hombres y mujeres cargaban en sus hombros grandes pesos, por lo general, organizados en polleros.  

Cuando una persona se enfermaba y perdía fuerzas para caminar o cabalgar, se llevaba a hombros de hombres corpulentos hacia los centros de salud disponibles en los pueblos. Recuerdo, como si fuese hoy, el traslado de María Pérez, la vecina de la finca del Cedro, la mamá del bobo Rosario, hacia el hospital en el que murió al tercer día de su internado. Tiempo lluvioso en el que parecía imposible que se mantuvieran en pie,  los que la llevaban en hombros en un improvisado camastro.

Preciso, apreciada bisnieta Brittany, que había una familia, los Chacones, que en época de Aparicio, Maximiano, Jorge, Alejandro, con su padre José y otros, que no recuerdo, se ofrecían como voluntarios para trasladar enfermos desde campos alejados, por varios kilómetros de los poblados. Ellos eran un alivio para los familiares. Creo, es posible que esté equivocado, que no se les reconoció, como debe ser, las tantas veces que sus hombros salvaron vidas.

Con cariño para ti Brittany, de su bisabuelo materno

Edgar B. Sánchez B.