LOS CHAMOS DE LAS
MOTOS
La palabra chamo, en Venezuela, es usada para signar la edad entre,
aproximadamente, 12 a 16 años. Sabemos que cuando se es chamo el compartir con
los amigos es una de las metas principales, algunos adultos no han superado
esta cualidad. Hay sesentones que no superaron la etapa y en sus años dorados, años
otoñales, regresan a ella con nuevos bríos y ventajas (entre otras, ausencia de
control parental) y con hay ahorros para
gastar y compartir. Bueno todo esto antes de la debacle a las que se sometió el
símbolo monetario.
En años pasados, no indico la década por cuanto algunos les molesta el
cotejo de la edad, existió en Trujillo capital un grupo de motorizados
adolescentes, es decir chamos, formado por: Piroco, Cuco, Redondo, El Pio, El
Catire, La Becerra, La Trampa, El Catire, Pirupa, todos ellos con moto propia
lista para la aventura y recorridos por territorios aledaños a su pintoresca
ciudad incrustada en las montañas con cabañas cual devoto pesebre.
Les gustaba, en grupo total, ir a las playas de: Palmarito, Ceuta, Bobures,
La Ceiba y otras, también incluían Cimas como Guirigay, La Cristalina, Ortiz,
Loma del Toro, La Ciénega, Cabimbú, La Quebrada, Jajo, La Mesa de Esnujaque,
Tuñame, El Águila, Piñango, Las Mesitas, Niquitao (pobladores de altura en
lengua Kuika). Sin embargo, algunas
aventuras no fueron completadas por
cuanto algunos se les olvidaba el casco reglamentario para conducir motos, como
es el caso de un paseo frustrado, para algunos, hacia Palmarito en la que sólo
la mitad lograron disfrutar las lacustres aguas y consumir pescado en las
orillas de lago de Marcaibo. Sin embargo, el grupo que no se les permitió pasar
en alguna alcabala improvisada de guardia nacional esperó a los demás en un
centro de festejo habilitado en la zona de la ruta de regreso.
El efecto positivo que tuvo esta agrupación en todos sus miembros es
notable. Ahora, treinta y cinco años después, los vemos con: boutique para
carnes, hospedajes para repuestos, clínicas para teléfonos, entre otros
servicios vitales para la comunidad en las que viven.
Entre tantas aventuras realizadas resalta, por su sorpresivo desenlace, la
ocurrida en el río San Lázaro, teniendo como escenario un suculento sancocho.
Quince días antes del evento, se reunieron en la plaza Bolívar de la Ciudad
capital, acordaron los aportes que llevarían cada motorizado y sus parejas,
incluyendo: envase de refrigeración, Olla de aluminio con capacidad de 50
kilogramos, leña para la flama, verduras, carnes de tres tipos y hojas verdes
para agregar aromatización al hervido en los minutos finales de la
cocción.
Al llegar a San Lázaro, población, malecón del río homónimo, libaron por un
rato largo, en uno de los establecimientos locales, para no agotar las reservas
que llevaban en sus sistemas de enfriamiento y así esperar que los efectos del
astro rey se sintieran a cabalidad.
Llegado el momento asumieron el trecho final. Las cristalinas y gélidas
aguas fue un carburante benigno para cumplir sus deseos de aventura, se
lanzaron al agua y disfrutaron el tormentoso torrente por un largo y excitado momento. Menguado los efectos de la libación en el
pueblo, se organizaron para alinear las topias que soportaría la gran olla y
serviría de aislante para el fuego cuyo combustibles era leños de naranjo y
limón, los mejores para tales efectos.
Una señora que allí estaba ofreció su fogata con amabilidad exagerada, aduciendo
que su preparativo ya estaba listo para consumirlo.
Ni cortos ni perezosos, aceptaron la oferta. La fogata estaba vestida de
colores candentes con rojizos destellos mejorados con los leños que disponían. Montaron
la olla con suficiente agua, prepararon las verduras, que iban agregando a la
cocción por etapas y previamente lavadas en las corrientes aguas, etapas en
perfecta alineación en común acuerdo las durezas respectivas. Habilitaron los
envases para las hojas verdes y dispusieron los frascos de vidrio debidamente
etiquetados con las especies que daría el toque final al prometedor
preparativo. La faena duró aproximadamente tres horas. El envase de
refrigeración lo sumergieron en el agua para preservar la baja temperatura,
pop, pop era el sonido que emitía al retirar las pequeñas y corrugadas tapas.
Cuando se disponían a organizar la platera para servir las respectivas y
equitativas porciones, desde el público presente en el rio emergió la que
otrora fuera la amable señora que les cedió la fogata, con gritos desesperados
anunciando que unos bandidos le estaban despojando de sus vienes: “ayuda,
ayuda, me están robando la comida, ayuda por favor se van a comer el alimento que preparé con
tanto esfuerzo para de mis hijos”
Los bañistas hicieron presencia en apoyo a la astuta mujer, piedras
asertivas cayeron sobre los motorizados y sus compañeras de farra. Hubo de huir
por el temor de ser lapidados. Dejando todo el herraje en el lugar de los
hechos.
Con el tiempo recibieron información que a otros visitantes les ocurrió lo
mismo. Eran una banda organizada para robar sancochos y utensilios. La
comunidad de organizada de San Lazaro les hizo frente para que no regresaran jamás.
Dr. Edgar B. Sánchez B.