viernes, 6 de octubre de 2017

LA CASA EMBRUJADA

LA CASA EMBRUJADA 

Sabaneta, del estado Trujillo, es una hermosa población asentada en la ruta que conduce al hermoso pueblo San Lázaro y al gélido páramo de Ortiz, es una población de gente encantadora que preparan el mejor pollo y carne asada de todos los derredores, para el buen degustar de paladares trujillenses. Imposible de encontrar en otro lugar. Árboles frondosos acompañan las plantaciones de café que comparten protagonismo con plantaciones de cambur. Por esta ruta, transita a diario Nelson Delgado, que posee una hermosa posesión en esta zona de encanto, Nelsón es supersticioso y tiene razones para serlo; sólo viaja de día, por esta ruta, de noche, no lo hace, salvo si está acompañado.

Equidistante de Sabaneta y la ciudad de Trujillo, capital del estado Trujillo,  entre las sombras del poblado bosque y las montañas que la circundan,  en un caño seco, desde hace muchos años, hay una casa cubierta de musgos de montaña, paredes forradas de bejucos silvestres, puertas siempre abiertas, habitada por presencias que sobrepasan el entendimiento humano, ruidos extraños y temerarios y begonias salvajes.  Los vecinos del lugar se refieren a ella como la “casa embrujada”, la casa fantasmal. Cuando lo hacen se persignan para exorcizar  los fantasmas que la habitan y eliminar toda  posibilidad que se crean con derecho a visitar sus casas en noches de novilunio. En su argot, hablan de ella como la innombrable.

Nelson Delgado no se atreve hablar de lo que le ha ocurrido en esa casa fantasmal, prefiere olvidarlo; cuando lo hace, por varios días no puede dormir, lo acosan las interminables pesadillas que actúan como películas, cuando despierta descansa y al dormirse, producto del cansancio, continúan en la misma trama en la que la había dejado al despertarse. Desea no dormir más. Nelson cuando tuvo la experiencia se llevó consigo, aferradas a él, para su casa de campo, algunas de las apariciones y, por más de un mes, hubo que apoyarse de un exorcista local para que limpiara su propiedad, sobre todo su habitación privada, y sus alrededores; lo logró. Por nada del mundo quiere repetir esa experiencia.

Thomas Torres, un habitante de Trujillo, guitarrista consumado, es uno de los asiduos visitantes de restaurantes de la zona. Comenta que un día,  no sin antes santiguarse, con notorio temblor de su voz, que a eso de las doce de la noche, en novilunio, acompañado de amigos bromistas, con cierta inconsciencia etílica, por lo libado en una de esas fiestas de encuentro de músicos, que se pararon, precisamente en la casa para desahogar sus cuerpos del exceso de líquidos consumidos.

Estacionó su vehículo, dice Thomas, que todavía obnubilado, soltó la botonera de sus pantalones y de pronto escuchó un estridente ruido que hizo que los vellos de sus brazos se pusieran de punta y su piel de gallina, sus sensibles oídos de músico escucharon lamentos que venían como de las profundidades de la tierra, cual llorosos infantes pidiendo ayuda. Los compañeros de viaje que aún no se habían bajado, según creyó, activaron la marcha de vehículo y huyeron de la casa lo más rápido que pudieron, dejándole solo, con las presencias desconocidas.

Thomas, cuenta que sintió corrientes de aire ruidoso y frío, frío intenso, y que, de su boca comenzó  a salir bocanadas de vapor blanquecino. Por un largo momento no pudo huir, estuvo petrificado, sintió que unas manos muy frías intentaban castigarle, manos con durezas óseas, un manto negro lo cubrió, al tiempo que susurraba extraños vocablos entonados como aullidos, el estuvo en ese extraño trance una eternidad, eso le pareció,  solamente  comparable a las pesadillas más terribles, consciente de que estaba despierto, le producía mayor nivel de pánico, era real lo que le ocurría, sus palpitaciones aumentaron  a punto de infarto y un pegajoso sudor mojó su cuerpo y su ropa, algo gélido se había apoderado de su columna vertebral y se movía en ella con toda libertad, Intentaba gritar para pedir auxilio a sus amigos de farra, pero su garganta no emitía sonido alguno, cada intento lo ahogaba, sus gritos internos eran un llamado a los seres que los estaban controlando, pues cada vez había más, su energía fue absorbida por esos seres de ultratumba, que la necesitaban para hacerse presentes.

Cuando logró caminar se alejó lo más rápido posible. Molestó con sus compañeros de viaje por el abandonó al que fue sometido, aunque los esperaron unos doscientos metros adelante. Él no sospechaba, se lo contaron sus compañeros cuando pudieron hablar, que el vehículo se puso en marcha sin manipulación humana y que ellos vieron una sombra negra proyectada por múltiples cadáveres que se acercaban a Tomas intentando asirlo. El pánico se apoderó de ellos y sus ojos, casi desorbitados, obligados a hacerlo, vieron como las sombras lo rodearon. Luego del suceso Tomas no quiso quedarse en su casa, todos compartieron esa noche la misma residencia.

Experiencias de este tipo es bueno hacerlas públicas, contarlas, sobre todo a los habitantes de las zonas aledañas, a los que les corresponde transitar por el frente de la casa innombrable por no haber, evitándola,  otra forma de llegar sus moradas.

Muchos de los habitantes de Sabaneta han tenido la experiencia y no lo cuentan abiertamente, que el vehículo donde viajan para la marcha del motor y no enciende por largo rato. Ven a una mujer vestida de negro, con atuendo parecido a los que se usaban por luto, una mantilla,  cerrado hasta el cuello y baja hasta los tobillos, acompañado de un chal, también negro, que cubre su cabello. Dicen que sus abuelos la conocieron y a todos sus hermanos. No dejó vender la propiedad como le proponían y murieron en la casa, antes que ella. Los enterró a todos en una fosa construida en la sala para tal fin. El motor nuevamente enciende cuando el fantasma, luego de descansar por un largo rato, entra nuevamente en la casa.

Martín, quien también habita la zona, por la Pedregosa, narra la experiencia, entre dientes, con notorios temblores del cuerpo. Dice que, obligado por asuntos de negocios en el pueblo, no logró terminarlos temprano y le tocó viajar a su residencia en noche avanzada, por lo que poso por la casa embrujada cerca de la una de la mañana. Se detuvo en la ciudad para que pasara las doce, pues, creía, así se lo habían contado que sólo salía de once y treinta hasta las doce y treinta. No fue así, se equivocó.
Temblando de miedo condujo rumbo a su finca y precisamente frente a la casa embrujada el vehículo se detuvo. No vio nada extraño, solo escucho el ruido de la puerta en su incansable vaivén a merced del viento. Sintió ganas intensas de orinar, su dignidad no le permitió hacerlo en sus ropas, así que se bajó. Caminó un poco hacia la calzada de la carretera y se dispuso a desahogar su vejiga. Algo extraño le ocurrió, perdió totalmente el miedo. Se aventuró adentrarse a la casa. En ella sintió olor a sangre y mugidos de llanto. Caminó a lo que parecía ser el cuarto de servicios sanitarios, abrió la puerta y un grito aterrador salió de ella, como protestando por tan importuna visita. Aterido de frio y miedo se paralizó.

La dama de la propiedad, la que no quiso que la vendieran estaba allí, él la conocía por relatos de sus abuelos, tenía un niño cadavérico en su brazos, gritaba aterradoramente como en una especie de trance de arrepentimiento y rabia. Lanzaba hacia él toda su furia, le haría daño por haberla descubierto precisamente en el momento de la acción homicida. No le dejaría ir. 

Como pudo, pues su pensamiento solo procesaba formas de escape, pronunció plegarias que había leído en una vieja biblia que tenía en su casa. Recuperó movilidad y a pequeños pasos se alejó de la puerta del baño con sus pantalones mojados. Cuando logró subirse al vehículo vio la mujer de negro sentada en una piedra, luego pararse y entra a la casa. Encendió la marcha del motor y se alejó del lugar para nunca hablar voluntariamente del evento que vivió.

Dr. Edgar B. Sánchez B.

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