miércoles, 24 de enero de 2018

FRANKLIN BRITO, UNA PALABRA, UNA BARBARIE

UNA PALABRA, UNA BARBARIE

Cuando escuché por primera vez “exprópiese”, en boca del nefasto, no asimilé que una simple palabra pudiera llenar de hambre y muerte a todo un pueblo.
Los huesos sin carne, apresados en envoltorio de omnipresente libertad interior de Franklin Brito no se entendió, no lo entendimos, fuimos superficiales, creímos que sólo a él le ocurriría, aunque fue vivo ejemplo de lo que una acción, desde una palabra, puede dañar, aunque la palabra no es la que daña tanto, si lo que dejamos detrás de ella. La macabra acción de opresión y saqueo.
Su lucha particular, debió ser la de todos, pues ya se mostraba que sería para todos, luchó contra su miseria inducida. Su impotencia no importó a nadie, salvo a quien la imponía, su derrumbe no levantó a un pueblo obnubilado con palabras escogidas con maestría, cadenas de alineación, para hundirlos en los escombros de la miseria. No preveíamos que la suya, su quiebra y su muerte,
Franklin Brito, sería la muerte o la miseria de todos nosotros.
El luchador acérrimo productor agrícola, sucumbiría, preso en soledad, en un hospital de silencio cómplice, ante el odio sin ley del nefasto gobernante de los sobrenombres.
Sus acólitos de aplausos, focas enardecidas y sin pueblo por dentro, acompañan al sucesor sin vocabulario, victimarios de la nueva cabaña del Tío Tom, de Harriet Beecher Stowe, propulsores de mercaderes y asesores de esclavos, con simples dádivas de deshonor, desfigurado en raciones de comida y dinero. Dinero que reparten y es extraído del mismo salario mensual que deberíamos tener y que lo secuestran para obtener beneficios políticos y voluminosas cuentas bancarias que gastan en el imperio que tanto critican y en otros imperios que apoyan el saqueo.
Los huesos moribundos, cual pergaminos de roca firme, de mensajes profundos en parábolas, nos dejó un legado para ser interpretado y no fuimos capaces de leer, de simplemente mirar o escuchar. Sólo fuimos analfabetas ante letras claras y precisas de los huesos mortales que vivían apresados como los papiros del mar muerto.
Hubo, en distintos lugares, el grito de muerte: “expropiase”, todo ellos opacados por promesas sin fecundidad y confundidos por cadenas interminables de palabras sofísticas, desarrolladas en recetas, holodomor, para confundir incluso al más versado en opinión, espontanea e ignorante en los avatares contaminados de las rutas prestadores de bienes y servicios, las cuales eran claros fines de apropiación y secuestro.
Se escucha oír desde la ignorancia, el éxito de tal o cual magistrado, sin que se tome en cuenta que muchos llegaron, por aplaudir el líder nefasto, sin acumular mérito alguno, salvo la capacidad de ser sordo y ciego ante el sufrimiento de una población entera que ve sucumbir sus oportunidades y se les obliga en ostracismo sin cometer delito alguno.
Veo morir a mi país, lo veo en mí que estoy muriendo en desesperanzas, lo veo en mí que estoy en una ciudad cual cárcel, por cuanto la peligrosidad en las carreteras ha aumentado y crece exponencialmente la dificultad de transporte por el difícil mantenimiento de la flota, y el surtir de gasolina o aceite; lo veo en mi porque los salones de clase universitarios, otrora de ochenta alumnos, solo asisten a lo sumo cinco, sin garantía de retorno a sus alejados hogares, pues el trasporte universitario es una historia del pasado.

Dr. Edgar B. Sánchez B.

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