lunes, 2 de mayo de 2022

LORÍN

 

LORÍN 

Lorín es el nombre de un loro encarcelado en la casa de Maraya, su jaula es grande, sin embargo, para él, es estresante no tener espacio para ejercitar sus alas ni la oportunidad de disfrutar de alguna que otra conquista femenina.

En los momentos en que Lorín acumula gran cantidad de energía, sin poderla liberar, que en libertad compartiría con alguna fémina de su especie, vienen a su pensamiento las imágenes de los pájaros en conquista que trinan alrededor de su jaula y que, por demás, furtivamente picotean las frutas que Maraya le trae a diario. Frota su zona sexual contra la rama seca de guayabo que está dentro de la jaula y emite un arrullo casi imperceptible. Los pájaros aprovechan esos largos encuentros oníricos con la rama para robarle su comida.

De todos los alimentos que Lorín disfruta, la guayaba le es especial, pues esta fruta hace que aumente la cantidad de su plumaje y sus colores verde y rojo se tornan brillantes junto al amarillo que rodea sus ojos. Los visitantes que vienen a disfrutar del festín servido en su jaula, para distraerlo, trinan frases que sobresaltan la hermosura de su cuerpo, plumaje y color; él se llena de vanidad y parlotea con fuerza para indicar gracias. Algunas veces ulúlala, lenguaje que aprendió de un búho que se refugia en un árbol cercano. Sin embargo, la dama de las mañanas, la que le dice: Lorín-Lorín-Lorín, le trae arepas venezolanas, de harina pan; las recibe y las degusta como una entrega de amor.

Lorín es único, de su especie, en el entorno. En alguna oportunidad Maraya leyó, en voz alta, las aventuras de Saint-Exupéry, quien indicó “pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor”, le encantó la arrogancia de la rosa de aquel planeta lejano, a la que Principito le brindaba especial atención, por su hermosura y esplendido color rojo. Se dijo para sí mismo – seré como ella--, --de seguro atraeré para mí la atención de Maraya. En lo sucesivo la arrogancia se convirtió en su proyecto de vida, en su finalidad primordial.

Lorín observaba que su jaula estaba incluida en otra jaula, que a su vez contenía otra jaula, con techo de teja y sus respectivas rejas, a los lejos como a veinte metros de distancia había otras vallas como las de su casa, sólo que, de mayor anchura y grosor, en el espacio entre ellas podría escapar, pensó para sí. Sin embargo, los tres perros: Horus, Ares y Mufasa no podían superarlas a pesar de los intentos que hacían.

--Una jaula dentro de otra jaula, que feo es el mundo-- pensó Lorín,

--¿por qué habrá tantos encierros?

Por un momento sintió lástima por los perros que como él estaban encerrados de por vida. También por Maraya,

--Ella se las ingenia para salir de la jaula con techo de teja y de la reja circundante, por una hendija que luego cierra con sumo cuidado para que otros, de afuera, imagino, los dueños de la jaula grande no se enteren que ella, puede escaparse por horas y entrar de nuevo.

-- Que extraño Maraya retorna a voluntad propia el encierro mayor— admiraba Lorín.

Lorín es buen observador, desde su claustro, nota que la cárcel mayor no tenía rejas en la parte superior y por ahí entraban graznando las guacharacas a engullir los frutos del guayabo que le daba sombra a su hábitat de jaula. Él, por arrogancia las denunciaba con graznidos de desesperación. Maraya salía con rapidez y las ahuyentaba. Todos los días, por la mañana, hacía lo mismo, denuncia tras denuncia para lograr que su alimento no fuese consumido por otros. De esta forma se ganó el desprecio de las guacharacas, ellas, nunca más le volvieron a dirigir un graznido.  Poco le importó, estaba en la fase de ascenso en la arrogancia.

Lorín notó que él tenía ciertos rasgos que lo diferenciaba de los demás, era multicolor, las guacharacas no, son marrones y feas, su cabeza es mayor que a la de las demás aves, sin embargo, menor que la de los perros y mucho menor que la de Maraya. Entendió que la inteligencia dependía de esa proporción y del tamaño del cuerpo. Guacharaca de cuerpo grande, cabeza pequeña es sinónimo de poca inteligencia; colibrí pequeño, cabeza pequeña y proporcional, en número áureo, a su cuerpo equivalente a gran inteligencia.  Lorín se siente filósofo por las comparaciones que es capaz de realizar.

Cuando Maraya le lleva arepas rellenas, los perros saltan alrededor de su jaula, él comienza con los graznidos de denuncia y Maraya, presta, se acerca, a ahuyentar el acoso de los perros. Ares, Mufasa y Horus acordaron vengarse de Lorín en la menor oportunidad que se presentara. Se lo anunciaron, sin embargo, estaba seguro que ellos no pueden traspasar el rejado de su encierro residencia.

Cuando estaba en soledad, sin la presión de las guacharacas y de los perros, sin la premura del hambre, y sin la bella visita del colibrí que tanto admiraba, repudiaba la creación del hierro que hacía que los humanos tuvieran derecho a mantenerlo a él en tan dolorosa condición inanimal, inhumana, inverosímil, innatural. En esos momentos adiaba a Maraya por tenerlo preso, sin derechos, repudiaba las migajas de comida que le traía.

Junto a Maraya, Lorín notaba, que habitaba otro animal, parecido a ella, de su especie, con la cabeza del mismo tamaño, salvo que las delgadas plumas de su cabeza son cortas y el resto del cuerpo totalmente desnudo y sin protección, tiene la capacidad de quitarse el extraño plumaje y colgarlo, cerca de mi jaula, en una cuerda, cuando radia el sol. Él, siempre se ve triste, que extraño, sabe abrir la puerta de su encierro, lo he visto hacerlo, y regresa de nuevo con la misma tristeza. Será que es mentira que existen otros seres de cada especie, y yo estoy equivocado en pensar que hay alguien parecido a mí, pensaba Lorín, y mi esfuerzo filosófico está totalmente infundado. Debo salir de este encierro y averiguar que hay más allá de las rejas grandes.

Para Lorín salir de la pequeña reja, le era muy difícil, aunque aprendió abrir la puerta. La última vez que lo hizo, se dio cuenta que las plumas de sus alas estaban cortadas, no pudo emprender vuelo, Mufasa el perro grande, lo capturó y lo cargo por todo el solar dentro de sus fauces, Maraya se dio cuenta a tiempo y logró que lo soltara.  Las heridas dejadas por los dientes en su emplumado cuerpo duro más de ocho días para que sanaran, el miedo y la depresión estuvo con él más de lo debido, no entendía por qué fue mutilado; Sus alas, decía él, era su principal belleza. Se dio cuenta que estaba realmente solo y que su encierro es permanente. Adiós ansias de libertad y compañía.  

Recordó el momento en el que pudo ocurrir la mutilación y de las manos de quien, supo que, gracias su capacidad de análisis filosófico, que realmente no era amado, solo un objeto para aliviar algún tipo de depresión de la cual no era culpable. Afiló su pico con las rejas aceradas y tomó la decisión de no dejarse tocar más nunca. En lo sucesivo defendió su encerramiento con tenacidad y orgullo. Lo podrán enrejar, concluía para su interior, pero nunca le quitarán su libertad interior.

La decisión de no dejarse mutilar de nuevo, aunque decisiva, decayó pocos días después. Maraya, la que lo mutiló, no volvió acercarse a su entorno, el síndrome del apego del capturado con su captor hizo efecto demoledor en él; vio cuando Maraya abrió de puerta mayor de la gran reja, esa que en pocas oportunidades se usa, salió y no regresó jamás.

Su corazón se llenó de luto, el canto de Maraya, Lorín-Lorín-Lorín, ahora sólo estaba en sus recuerdos. La arepa rellena no llegó más a su jaula, el lavado matutino del envase de la comida ya no se realiza, las guacharacas no son espantadas, los perros merodean permanentemente su jaula y le roban la escasa comida que trae el humano de plumaje corto, un día sí, un día no; un día sí, dos días no. El colibrí que tanto le encantaba no regresó.

Lorín obnubilado con tanta tristeza decidió escapar, revisó el plumaje de sus alas y su cola y notó que las tenía completas. Planificó escapar por sobre la jaula, por donde entraban las guacharacas, allí no había rejas. No intentó, volar desde la puerta, la confianza en el vuelo de era su fuerte, subió a la jaula y tuvo miedo lanzarse al aire y volar y volar. Recordó que aún no sabía, nunca antes lo había hecho. En su empeño de libertad no estuvo atento al movimiento de los perros, cuando se dio cuenta que saltaban para capturarle, intentó volar, no pudo hacia arriba, lo hizo horizontalmente, batió dos veces sus alas, no fue suficiente. Se sorprendió ver que un perro en plena cacería puede saltar a gran altura, nuevamente las fauces de Mufasa lo apretaba con rigor y los otros: Horus y Ares, competían por su cabeza. Por segundos sintió que el mundo se oscureció en su totalidad, cuando la luz regresó vio que a tres metros de distancia su cuerpo era destrozado por Mufasa.

Dr. Edgar B. Sánchez B.

 

domingo, 24 de abril de 2022

DUELO

 DUELO

Todos hemos pasado por muchas etapas, y aún faltan un sin número de ellas. Las etapas continúan después de la muerte física, pues creo en la continuidad de los logros obtenidos por el ser y grabado en lo vital de la esencia. 

Los logros, en los que cada uno se esfuerce por obtener, serán aprovechados por la naturaleza en su planificación lenta, continua a fin de proseguir con la evolución hacia una globalidad integrada y equitativa.

Cada saber es necesario. Para usar una analogía común, somos pendrive, guardamos gran cantidad de información, somos parte de una red concienciada para el logro de la integración con seres de otros mundos con los cuales interactuamos, sin que, la mayoría de nosotros, sepamos que lo hacemos.

Hay duelos que siempre están, entre ellos: Por la madre o por un hijo que mueren, por la tierra en la que nacimos y ya no es nuestra, por los amigos de la infancia feliz y estudios de primaria, por los compañeros de bachillerato, por un amor que no se consolidó, por la casa que hubo que venderse para contribuir en la salvación de una vida, por un matrimonio que se desintegró, por lo que se perdió en una imprudencia vial, por lo que  pudo ser, por la desaparición de un amigo, por el rechazo de la familia, por el estilo de gobierno que merecemos y nos fue arrebatado, por la pérdida del trabajo.

Los duelos se atenúan, que bueno que es así, nuestro cerebro recibe el impacto de lo negativo, nos prepara para la rápida acción, contribuye en distintas propuestas de solución y luego trata, resuelta la emergencia, de volver al estado de comodidad que hubo tenido antes del impacto. No siempre el retorno es sencillo.

El duelo de la muerte de un hijo deja una impronta casi imborrable, años de duelo devienen, Heráclito, filósofo griego introdujo esta última palabra: “proceso de nacimiento y desarrollo en que el objeto llega ser”, en nuestro caso el duelo.

Tuve la desdicha de sentir un duelo en estos términos, mi hijo de 20 años murió en un accidente, quince minutos antes estuvo en casa, yo estaba dormido, no pude evitar que en su estado quisiera regresar a su ambiente de fiesta. Veinte años después, aún mi interior reclama.

El duelo por muerte de la madre nunca se olvida, siempre está ahí, cuando emprende el viaje, aunque sea de edad avanzada, su presencia terrenal pareciera que se mudara en nosotros. Comienza el yo interior, el temor de Dios, a hacer los reclamos por lo que no se hizo para llenarla de felicidad. Se le recuerda. Sin embargo, nada es suficiente, en retorno, que iguale la entrega de este extraordinario ser. Química y en conciencia la madre da, el todo por el todo, para que sus hijos alcancen el máximo de felicidad posible. El duelo por la madre, aunque se atenúe, siempre estará.

Yo tuve, aún lo tengo, duelo por un amigo músico, José Luis Covarubios, requintista y guitarrista de máximo nivel, cantante de múltiples canciones, acostumbraba dar conciertos de dos horas seguidas. Tuvo la oportunidad de compartir con José-José en una tertulia que este músico internacional promovió, para el encuentro, en una sala de fiestas de Caracas, capital de Venezuela.  A pesar de ser un caballero del compartir murió y fue enterrado en soledad por causa del covid19. Aún me hace llorar recordarlo.

La tierra también produce entornos de duelo, sobre todo en aquellos en que el odio los condujo hacia otras latitudes del mundo, por no encontrar oportunidades de trabajo en país su país de origen, como es el caso venezolano y, más reciente: Ucrania.  Por la matanza a la que está siendo sometido. Es imposible que podamos escribir las palabras adecuadas que pudieran acercarse a este sentimiento de duelo. La mayoría de los habitantes del mundo no tienen remota idea de lo que puede sentir un desplazado ucraniano. Todo por odio y ansias de poder.

En definitiva, los duelos, aunque son parte del diario vivir, son acercamientos a la muerte, son cambios bruscos en lo que somos. Algunos no lo superamos solos, requerimos de la intervención de los que nos aman o un profesional. Creo que nadie puede orientarnos a conllevarse con un duelo.   

Dr. Edgar B. Sánchez B.

martes, 19 de abril de 2022

LA NATURALEZA DESDE LA VISIÓN DE LORENZO

 LA NATURALEZA DESDE LA VISIÓN DE LORENZO

Donde vivo, es una urbanización incrustada en la montaña, que nosotros, sus habitantes, la llamamos Villita, aunque su nombre de registro sea otro de menor prestancia; Poblada de unos quinientos habitantes, dista del centro de la ciudad unos cuatro kilómetros más o menos, y, de San Jacinto kilómetro y medio.

Por cierto, en San Jacinto está el antiguo y sobreviviente centro nocturno Miranday, que en lengua Kuika significa “donde reposan los espíritus” el cual fue lugar de refugio de Laudelino Mejía y allí esculpió su obra maestra musical: Conticinio, que, por demás, como palabra Kuika significa “la hora nocturna de mayor silencio y tranquilidad”. Comparte protagonismo “El mesón de Don Luis”, pues fue, para la mayoría de los trujillanos capitalinos, es un refugio de escape de las faenas continuas. Lugar de ocio.

En el entorno de Villita, como si hubiesen perforado la montaña, construyeron una casa a la usanza antigua, edificada y mejorada con el pasar de los años, que sirve de vivienda para Lorenzo Cañizales (el negro Cañizales) y sus descendientes.

El negro es, por lo general, una persona callada, su hablar demuestra que ha trajinado en el manejo de la madera; se revela cuando se le anima a conversar. Fue trabajador de aserradero por casi cuarenta años; en esa faena, su olfato aprendió a reconocer el olor del aserrín propio de cada árbol, las figuras de sus cortezas, las vetas que fomentan su elegancia, las hojas por sus formas alagadas o redondeadas con bordes dentados o lizos, sus anillos para calcular la edad y salud. En definitiva, su aprendizaje y sapiencia deviene de la práctica en el manejo diario de la madera y, por su puesto, lecturas para precisar nombres locales y nomenclatura científica.

Es un maestro de la Sierra y el tabloneo, los árboles lo ven lo reconocen y no se le esconden, por cuanto Lorenzo siente respeto por ellos, no los maltrata con ningún tipo de herramienta, los interviene y los transforma en materia prima para el primer arte, cuando su ciclo de vida ha terminado. Acostumbra, como aporte a la comunidad, reparar cachas de cuchillos, también llamados mango de cuchillo, cabo para barretones, escardillas, Palín y pala de albañilería.

Conocer a Lorenzo ha sido formidable, compartió con nosotros las luchas y sancochos en tiempos en que Villita sólo residía como idea en los sueños de quienes asumimos el reto de construirla, hoy luce con todos los servicios necesarios para el buen convivir.

Los días, en los que la fortuna me acompaña y coincidimos, Lorenzo y yo, en la hora del retorno a casa desde San Jacinto a dos kilómetros arriba, conversamos de cada planta que dan sombra a la ruta: Mamón, samán, pardillo, indio desnudo, yagrumo, guaduas, mijao y otros que agregaré en la medida que su enseñanza mejore mi nivel. Son tantos los árboles y arbustos que he intentado conocer e identificar, de acuerdo a sus características, gracias a su armoniosa y desinteresada enseñanza.

Cuantos saberes hay en cada habitante que pueden ser compartidos para el logro de un mundo mejor, para un mundo transdisciplinario, sólo se requiere estar atentos a escuchar y compartir.

Se escuchan, a diario, discursos de cambiar el mundo y lo que somos, pienso que lo mejor es conservar el mundo y lo que somos, sin revoluciones violetas, más bien evoluciones como la naturaleza lo planifica: permanente, sin pausa y sin violencia no anunciada.

Dr. Edgar B. Sánchez B.

domingo, 27 de marzo de 2022

LA FLAUTA DE PAN

 

Aún falta precisiones, ruego a mis lectores, leerlo de nuevo, sé que se sorprenderán.

LA FLAUTA DE PAN

Dice el relato mitológico, que el dios Pan, era un músico extraordinario; en todas las fiestas, las ninfas se acercaban a él para solicitar atención especial y que el dios cantara algunas canciones a su nombre. Sin embargo, el disfrute de su feminidad la degustaba quien las bailara. Pan al final de las fiestas quedaba solo. Las ninfas salían, después de la jornada, con aquellos que las bailaron.

Una noche dedicó todas las melodías a Siringa, hija del dios Aqueloo, dios río, el que ahuyenta el pesar. El dios Pan tiene un aspecto que lo hace ver feo, desde la visión de los humanos, no desde la de los sátiros; su forma no es humana, pues posee cachos y patas de carnero, por ser un fauno. Sus pies, más bien patas, le permite rápido desplazamiento.

Enamorado, de Siringa, la hermosa ninfa, la veía bailar desde se escaño de músico con algún pretendiente de delicados pasos de baile intencionados para capturar su atención, al terminar las fiestas ella, aumentando se grácil feminidad, siempre se escabullía con el que había danzado, con el que la había bailado, precisamente escuchando su música, se lamentaba Pan.

La última noche, acabada la fiesta, él la siguió para pedirle permiso para enamorarla, así era él, de modales ancestrales de la elegancia; la ninfa se sintió acosada o tal vez, repudiaba el acercamiento, y pidió a su padre, Aquelao, dios río, que la ayudara. El padre, de estruendoso e impulsivo carácter, no pregunto la razón de la urgencia de una de sus tres mil hijas, Siringa a la que algunos la llamaban Sampoña, como nombre social.  Acto seguido, Aquelao, pidió a gea, precipicios inexpugnables y fue escuchado, gea le ofrendó varios tepuyes, uno tras otro; acto seguido se transformó en cristalina cascada e inició la caída de agua más formidable que ojo humano jamás hubiese soñado ver o verá. La bella ninfa se lanzó con osadía y desesperación, no se dio cuenta, por el apremio psicológico que ella se formó, que la caída, cual Churumerú, aún no había terminado de formarse.

 

Sus hermanas, náyades, desesperadas, se transformaron en cañaverales, ella también se transformó antes al tocar el fondo y así minimizar los efectos de su apasionada y poco madura, decisión de lanzarse al vació. En su vuelo húmedo escuchaba, como un eco, que su padre Aquelao le decía, aún no.  Cuando llegó a la sima (sima: lo más bajo de un lugar) Siringa, agradeció metamorfosis.

Bastante rato después, Pan, enamorado como estaba, sin reparar riesgos, de precipicio en precipicio, de vuelco en vuelco, de deslizamientos incontrolados, logró llegar donde estaba el cañaveral. Sin dudarlo, por la hermosura que resaltaba sobre las demás, distinguió a Siringa, su amada, transformada en bambú. Al escuchar el hermoso zumbido que producía, motivado por el suave viento, tocó respetuosamente su cuerpo desnudo, de torneadas formas, con tal sutileza de caballero de la música y amor que Siringa, en su estado irretornable, lamentó su desesperada decisión y quiso de nuevo tener manos y cuerpo para manifestarle lo encantada que estaba de sentir la sutiliza de esas caricias, nunca antes recibida.

Pan, por algunos momentos no supo que hacer, de lo que, si estaba seguro, que no la abandonaría en esas profundidades en la que la visual sobre el mundo es casi nula.  Siringa, era el encanto de las fiestas, su voz y danza encantaba a todos. Finalmente, luego de varios días, con sus cascos y cuernos de fauno, oradó el suelo y arrancó de raíz a la Rhapis excelsa con abundante tierra en su entorno que envolvió en hojas que encontró.

Pan sabía que el retorno a la cima sería difícil, la sabía Gea y el desesperado rio sabían que hacer para alegar al fauno de su amada. No lo lograron. El amor trasciende toda dificultad. Siringa, desde su nueva forma, aprovechaba al viento para producir música celestial pues sabía que su enamorado la sentía cual magia.

Por semanas, Pan, con Siringa a cuestas, superó todas las dificultades y llevó a la ninfa a las frías montañas donde vivía.  Allí, sin salir, estuvo cerca de su amada con desolación creciente, Siringa, inevitablemente se secaba al transcurrir el tiempo. Entre ellos la conversación era fecunda, ella le manifestaba agradecimiento por los cuidados que recibía y por haberla sacado de las profundidades, toda comunicación se hacía a través de la música, ambos eran fuertes en ello.

Aunque la atención era fecunda y las caricias que a diario se profesaban eran cada vez más sutiles y sinceras, al fauno le preocupaba el síndrome de Estocolmo. Las hojas cada vez más secas, la muerte era eminente y Siringa no deseaba retornar a lugar fondo de la cascada.

Lamento no escuchar tu amor, cuando tenía forma humana, ahora que lo escucho y te expreso el mío con mis improvisaciones musicales te pido, desde mi aliento agotado, que me transforme de nuevo, esta vez, desde lo que tu ama, quiero estar contigo por siempre. Pan, totalmente obnubilado, bañado en lágrimas de creación fecunda, cortó el tallo ya moribundo de Siringa, perforó su cuerpo con sumo cuidado y medida, e hizo una hermosa flauta. La flauta de Pan.

Siringa y Pan se unieron en abrazo eterno. Ella revivio, desde la nueva metamorfosis, y lo amó por siempre. El como regalo por el amor que recibía, la llevaba a todas las fiestas y escuchaba, en música cuanto era amando.

Se juraron amor eterno.

Dr. Edgar B. Sánchez B.

jueves, 24 de marzo de 2022

CUSTODIA CON ANÁFORAS

 

CUSTODIA CON ANÁFORAS (retrato de la mujer venezolana)

La mujer venezolana posee temples personales arraigados en su personalidad, producto de memorias ancestrales con las que han sido criadas, formadas y educadas. Estoy seguro, que todas merecen que su transitar sea escrito en las páginas de un recolector de cuentos que parecen fantasía o de historias que, por alguna razón, no están en los libros y sin embargo llenas de sabor, vida y culturidad.

Custodia, como persona, es una mujer andina, oriunda de la hacienda San Isidro, productora de caña de azúcar y ordeño, ubicada en la aldea Quebraditas, en el bello Colón de las Palmeras, protegida por una pronunciada montaña denominada El Morrachón.

Aprendió, desde niña, las faenas del ganado y el procesamiento de la caña de azúcar. Ordeñaba rápidamente y acostumbraba buscar miel en el trapiche aledaño al corral de ordeño y desde la ubre apuntaba la teta de la vaca para verter blanca leche en el jarro y, luego, consumía el dulce néctar con placer digno de ser emulado. Placer que se notaba en su rostro grácil, quinceañero.

Cuando tengan la oportunidad de estar en un ordeño y con miel disponible, recuerden y hagan que se repita, para sí, la experiencia de Custodia.

Los padres de Custodia vivían felices, ella llenaba con su alegría y trabajadora presencia, todos los espacios de la gran casona.

Cuando Custodia decidió formar un hogar y su corazón fue atrapado, trabajó en las labores de la casa paterna con tesón desesperado, para que todo quedara en su lugar y la ausencia no se notara con dureza. Se marchó con la decisión propia de una mujer que sabe cuál es el siguiente paso en la búsqueda de la felicidad. Los primeros días, en la gran casa, estuvieron llenos de un extraño silencio que ensordecía la estancia; el trino de los pájaros no se oía igual, olvidaron la melodía que ella les había enseñado. No hubo relinchos, ni mugidos, ni rebuznes, tampoco ronquidos y hasta el zumbido de las abejas se aplacó, igual el graznar de los patos que competían con el croar en la laguna y el bramar en el corral de las vacas. Que extraño el ronroneador, que siempre usaba sus piernas para reposar, no maulló por largo tiempo.    

La casa, a la que Custodia se mudó, en una cima angelical, se vistió de gracia con su presencia y se llenó de jardines y felicidad. Desde ese elevado mirador, las calles colonenses se notaban en su perfecta demarcación y se escuchaba el tañer de las campanas llamando a los feligreses para que asistieran a las misas planificadas, en especial las del día domingo.

Desde esa cima, para mejorar su nivel de vida, visionó otra morada y nuevamente un trapiche para el procesamiento de la caña de azúcar estuvo entre sus faenas, su esposo matarife usaba el techado del trapiche para beneficiar semanalmente algunos porcinos o vacunos. De igual forma en la casa nueva los jardines y la presencia femenina, fecunda, como en tierra de buen abono, se hizo sentir a granel.

En la última mudanza cambió de región, de occidente hacia el oriente y, con ella, se llevó toda su arraigada forma de ser. Es por eso, si la desean encontrarla, sugiero seguir los detalles que a continuación indico en forma corta y organizada.

Buscando la casa:

Si vas algún lugar, donde viva Custodia y te sientes perdido, por cuanto la dirección no la tienes clara. Sugiero incorporar, en tu estrategia de búsqueda, algunos elementos característicos de esta dama del cuidado hogareño y otras labores. Todas llevadas, por ella, a la perfección.


Si crees que has llegado al sector donde habita, debes mirar por las ventanas en dirección al solar mejor. Sin acercarse demasiado. Si lo haces es posible que alguna llamada alerte a las autoridades de la zona y te lleven a dormir, en frio piso y sin ropa alguna, detrás de alguna reja, cual si fueras fiera peligrosa. Cuídense de eso, lo sé por experiencia. Te tratarán como un delincuente y te quedará un dolor interno, ruidoso.  

Bueno vamos a lo propuesto. Recuerda que la sugerencia principal es que debes mirar hacia los solares. Sin más preámbulos, esto es lo que debes tener presente: Si hay cantidad y variedad de plantas verdes, es casi seguro que es la casa de Custodia; si el predio está limpio de maleza y hay señas que una escoba estuvo paseando por él, puedes asumir, casi con seguridad,  que es el fondo de la casa de Custodia; si ves jarrones de barro, algunos de adorno y otros con violetas, es buena señal de que es la casa de Custodia; si observas un cuñete de pintura usado como remojador de ropa con jabón, ayuda a pensar de que es casa de Custodia; si el viento mueve un mantel blanco y limpio, colgado en una cuerda improvisada, es adagio de que es la casa donde vive Custodia; si enfocas, casi de inmediato, un manojo de leña y cerca la cocina de estufa, puedes estar seguro que has llegado a la casa de Custodia; si además observas helechos colgantes que cubre toda una estancia, es buena razón para pensar que es la casa de Custodia; si siente el olor aprehensivo que te hace saborear recuerdos de algún hervido que se cuece a leña, con el ramaje de hojas verdes amarradas con pabilo, no hay duda de que es la casa de Custodia; y por su fuese poco, si logras mirar, un sembradío de bijao, o cambur, puedes estar plenamente seguro que es el adelanto de hojas que serán envoltorio de hallacas decembrinas, porque así las hace Custodia.

De todas estas categorías hay una que aún no ha sido anunciada y es el indicador de mayor fuerza: el sonido arrullador, melódico del timbre de mujer cantando con alegría desde el amanecer mientras que de su cocina se esparce el delicioso aroma de café recién colado, no hay duda, has llegado a la casa de Custodia.

Dr. Edgar B. Sánchez B.

domingo, 6 de marzo de 2022

EL TALLADOR Y GUIRIGAY

 

EL TALLADOR Y GUIRIGAY

Capítulo I

En un momento de mi remoto pasado, intenté escribir el relato sobre un niño que habitó una de las más hermosas cimas trujillanas, denominada Guirigay. Un amigo de porte contemplativo y artístico: Carlos Peña, estuvo atento al desenlace y escritura, para el día que ofrecí hacerla pública en un evento cultural, que ofrecía la Universidad de los Andes a la ciudad capital del Estado Trujillo, denominado la “Voz y la Guitarra” y que luego evolucionó al “Recital”. Confieso que la lectura realizada “Juan Pedro, el tallador de madera”, no tuvo la aceptación que aspiraba, razón por la cual, abandoné los manuscritos y ahora pretendo, con un poco de transpiración, volcar mi memoria hacia el Guirigay y la vida de Juan Pedro, el tallador de madera.

En esa comarca, donde nació, Juan Pedro, el tallador: El Guirigay, de gélido ambiente y frailejones centenarios, colinda Trujillo, con los estados Mérida y Barinas. En él cohabitan, con los hombres de manos de tierra y sembradío continuo, cuatro lagunas, que los habitantes del sector las refieren como: Las Cuatro Lagunas Paridas. Merecen este nombre, como bien lo explica uno de sus habitantes, el que me contó la historia de Juan Pedro, el tallador; cada una está rodeada de pequeños pozos de agua cristalina, al cuidado continuo de sus madres, Las Cuatro Lagunas Paridas.

Allí, en el Guirigay, ambiente de tradición y folklore, nació el protagonista de este relato: Juan Pedro, el tallador de madera. Juan había compartido hogar y jornadas de trabajo duro con varias familias, todas de naturaleza noble, que por su pobreza extrema permitían en su hogar la pernota del tallador, sólo por una semana. Juan Pedro tenía seis años cuando ocurrió el rescate. Ahora a los doce recién cumplidos, casi un hombre para el trajinar de la labranza, se ganó el derecho que las familias lo acojan por más tiempo.

Simultáneamente a la vivencia de Juan Pedro, el tallador, ocurría en el Guirigay, un evento que a todos sorprendía: Aparecían en las casas objetos de madera finamente tallados. En algunas: instrumentos para uso en las cocinas; en otros juguetes para los niños, más allá, cabos para: hachas, escardillas, hoces, barretones, periféricos para los herrajes del arado. Todos con imágenes que las personas de la comunidad rendían devoción.  Este extraño acontecimiento perduró, con autor desconocido, por muchos años. Sorprendía que, al pasar del tiempo, la calidad del tallado tomaba protagonismo, esplendor y belleza. Los motivos alusivos, protagonistas de las tallas, recogía con sutileza perfumada las creencias de la comunidad.

Los pequeños predios de labranza perdían eventualmente segmentos de madera en las ramas de algún guayabo, de naranjo, de limón; incluso del follaje de altos pardillos, sobre todo en los canjilones formados por las recuas y aguas de lluvia. Los habitantes sospechaban que el tallador era quien, hacia esas podas, con tal habilidad en el disimulo que nadie pudiera decir con propiedad que lo había visto, es más agradecían la poda que, por lo general, si fuesen ellos, los ramajes terminarían como alimento de una fogata de preparación de alimentos.

Todos deseaban conocer al fabuloso creador de instrumentos y decoraciones, que en abundancia recibían. Él, por considerar que tenía varias madres, padres y hermanos, prefirió mantenerse en anonimato. Se sentía feliz así. Lo que poseía, aunque poco, por la pobreza de sus cuidadores semanales, le era suficiente para alimentar su alma bondadosa, llena de proyectos, tallas, llena de necesidades de viaje y de nostalgias.

Recordaba a diario las circunstancias que siendo párvulo lo condujeron a la comarca y los compromisos que, por él, hicieron las familias de solidas palabras. La tragedia dejo profundas marcas en su carácter solitario atormentado por su melancólico pasado familiar. Como refugio y desahogo buscaba maderas duras para tallarlas sin cansancio, en silencio, con la sola compañía de plenilunios y las escarchas caídas en el portal del pesebre donde dormía. 

Capítulo II

Cuando llegó el vendedor de bisuterías se reunieron todas familias en las cercanías de una de las lagunas paridas, en la que, según el saber local, nace el rio Burate cuyas aguas viajan por tierras trujillanas para ser parte del río Boconó. Hubo preparativos abundantes en yuca, hervido de gallinas criollas, licor local y ritmo de vals andino. Allí el experimentado viajero vendedor, saludó de mano a todos los presentes, siempre con la mirada atenta a las grietas comunes de sus manos, sin embargo, le llamó la atención las de Juan Pedro, las heridas ya sanadas por el abundante colágeno y hemoglobina superficial común a personas niquitao: habitantes de las alturas, según lengua Kuika. Las cortaduras de las manos de Juan Pedro tenían dibujos distintos propios de direccionar, por inexperiencia, la punta de un cuchillo hacia el cuerpo cuando se realiza algún tipo de trabajo. Le bastó las características de las heridas para concluir que era un adolescente tallador de madera.

El vendedor de bisutería se había enterado, por personas de la comunidad, que había, entre sus cohabitantes, un extraño, que dotó todas las tallas que usaron en el festín: para mover la comida, para limpiar el lugar, para consumir todos los líquidos. El licor no, por cuanto éste lo consumían compartido a boca de jarro. Aún en la seguridad de haberlo identificado, mantuvo discreción. Al momento de la entrega y recolección de los beneficios por el intercambio producto exigió, como parte de pago, algunos objetos tallados, recibidos como regalo del extraño tallador. Como había en abundancia aceptaron troequear algunos.

Señores, dijo, como palabras de cierre y despedida. Sé que ustedes, por prodigio de la creación, se han comprometido a cuidar y alimentar, por turnos semanales, al joven acá presente de nombre Juan Pedro. Les propongo, si Juan lo permite, ser parte de esos cuidados. Cómo no soy de aquí, propongo llevarlo conmigo en mis viajes, para que me ayude en los oficios del vender. Como recompensa por su bondad, lo induciré en el leer y escribir, le enseñaré el arte de comprar y vender y, como si fuera poco, permitiré que en el taller que tengo, realice lo que desee.

La frase última fue intencionada, fue dicha con el fin de vencer cualquier resistencia que el tallador pudiera tener. Lo logro. Se acordaron los pormenores y se autorizó que Juan Pedro lo acompañase, si él lo deseaba. Juan Pedro, seguidamente regaló todos sus bienes, se reservó un cuchillo corto como de una pulgada y soporte de amarillo vero, además, uno trozo de hierro con punta filosa y curvada.   Ilusionado sugirió al vendedor, como ruta, que siguieran la corriente de río Aracay, afluente de la represa Santo Domingo, hijo de una de las lagunas paridas, para llegar, primeramente, al paso de Cañotal, un pueblo niquitao del estado Mérida, que, por camino de recuas, lo lograrían en sólo dos horas, a caballo, desde el lugar donde estamos: El Guirigay.

El vendedor aceptó la propuesta, puesto que su interés era visitar la población de Calderas, pie de montaña andina con Barinas, ribera lejana del rio Calderas que va hacia Barinas y cuya madre es una de las lagunas paridas de la cima del Guirigay, limítrofe de los estados: Trujillo, Mérida y Barinas. En las Calderas, paso de “Los Libertadores” se vendió la totalidad de las tallas de Juan Pedro, recibiéndose por ello jugosas ganancias y bondadosos comentarios. El vendedor se atrevió anunciar a los caldereños que el creador de las tallas era su acompañante de viaje, Juan Pedro.  El tallador recibió loas con rubor que no podía evitar.

Capítulo III

Cuando llegaron a pueblo residencial del vendedor, éste se aprestó a presentar al tallador a su familia y a los trabajadores del taller fábrica, donde se elaboran los enceres de las ventas. Pronto se reinició la jornada del taller para elaborar lo que se venderá en el próximo periplo. Juan Pedro se sintió a sus anchas, sobre todo, porque su nuevo cuidador, le profesó libertan para lo que deseara construir, sin embargo, centró su atención al manejo de la maquinaría para él desconocida y a los diseños que sus nuevos amigos realizaban con prontitud, precisión y belleza.

Juan Pedro mostró rapidez de aprendizaje en lo acostumbrado en el taller. Gustó, a todos, la propuesta de mejoras en diseño práctico y estética de los modelos, por lo que ahora habrá a disposición del cliente variedad de elección. El vendedor comenzó a notar, en el taller, una tenue luz en las horas de ensueño y descanso. Creyó saber cuál era la fuente y razón y, por respeto al arte y al artista, mantuvo profundo silencio.

En la cocina de la casa del vendedor comenzaron aparecer hermosos adornos colgantes que su esposa apreciaba y le dotaba lugar dominante para muestren su esplendor en belleza. Los vecinos del taller también los recibían. El viajero de las ventas sintió que se le acrecentó la aceptación de sus vecinos y ahora recibía maderas envejecidas de gran dureza, entre ellas: pardillo negro y palo rosa de color marrón purpura, muy difíciles de encontrar y de traslado prohibido. El vendedor ubicaba estas ofrendas en la caja destinada para que el adolescente del Guirigay guardara sus herramientas.

Algunos años después, motivado por los preparativos de otro viaje al Guirigay, el vendedor invitó a Juan Pedro a una reunión privada con su familia. Nunca quiso, anteriormente, entrar a la casa, trabajaba en el taller, descansaba en el taller, comía allí y dormía allí. Su timidez y respeto profundo hacia el otro era notable. Los ruegos para que aceptara el compartir venció finalmente la frontera de lo que ha sido él y de lo que será.

Lo animaron a que hablara: Con diálogos sobre el taller, propuestas de nuevos diseños, ampliación de la maquinaria, aceptación creciente de la comunidad hacia al taller y sus ruidos rutinarios, historias de la familia; tornaron un ambiente para que Jun Pedro se animara a relatar la historia que lo llevo a ser el niño protegido por toda una comunidad.

̶ Juan Pedro­­—, dice el vendedor, —estoy preparando un nuevo viaje hacia el Guirigay y es mi deseo que me acompañes.  —Me gustaría saber sobre su familia para llevarle algún presente, que se lo merecen, por haber criado un hijo, como usted, lleno de valores de trabajo y respeto.

El vendedor el día que recibió la responsabilidad de Juan Pedro, recibió información sobre su origen. Sin embargo, quería indagar de la fuente principal.

—Cuando era muy niño, aún incapaz de orientarme en los caminos de mi montaña, mi madre si vio obligada a dejarme solo en el rancho para salir en búsqueda de mi papá y Juan Ramón que salieron en la oscuridad hacia algún poblado por ayuda de salud.

El tallador, se le entrecortaba la voz: algunas veces por su timidez notoria, otras, por el llanto que obnubilaba sus ojos y quería ocultarlo.

— Mi hermano menor. Juan Ramón comenzó a sufrir de la fría y no hubo forma que dejara de temblar con los remedios preparados en casa. Papá, desesperado, decidió caminar sobre las congeladas aguas de una de las lagunas paridas, para aligerar el camino, en aquel tiempo aguas duras y transitables.

Pedro, tomaba descansos, en superior esfuerzo para hilvanar sus ideas a fin de que estas salieran cónsonas con lo factico del aterrador suceso.

—Papá no regresó jamás. Mamá comenzó a mostrar signos de soledad y falta de alimentación. Su afección nerviosa creció y daba signos de incoherencia. Un día, de atardecer nublado, las ondinas de la laguna, que son espíritus que viven en el agua, en presencia de nosotros, comenzaron su viaje hacia el cielo, hacia otros planos de la naturaleza, en la que su presencia es requerida. Mamá, vio en las ondinas una señal de presagio positivo para salir a buscar a mi papá.  La laguna transitada por su esposo, la última vez que lo vimos, cristalizó sus aguas. Mamá intentó, en estado alterado, rehacer la ruta y se perdió en la espesura de la montaña.

Un trago de desesperación profunda se escuchó en el transitar por la reseca garganta del tallador, aun así, buscó fuerza para terminar lo que inició.

—Dos días después, impulsado por la soledad y el hambre, inicié el caminar hasta que una familia me encontró, al verme solo y famélico, me acogió en su casa, me alimentó y con abrigos tejidos por ellos calentaron mi cuerpo.

Sus ojos lagrimeaban sin descanso, el vendedor le aprovisionó de un pañuelo que el tallador acepto con agradecimiento.

—Recuperado de los síntomas de la desnutrición y de las llagas del frio y el caminar, me llevaron a una reunión comunitaria en la que acordaron, dada la pobreza de todos y lo que representa la carga de uno más, que rotarían el cuidado, de mi persona, a una semana por familia. Así viví hasta que usted me acogió para el viaje.

Todos lloraron, escuchando en silencio el relato que Juan Pedro desarrolló en forma admirable, dada su timidez. Al final las palabras de aliento salieron a flote de su nueva familia, de sus nuevos hermanos. Juan Pedro se sintió querido.

Dr. Edgar B. Sánchez B.

 

 

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viernes, 4 de marzo de 2022

SIMILITUDES OPROVIOSAS

SIMILITUDES OPROVIOSAS

Es fácil para un alborotador de oficio, pararse ante una tribuna de focas, con discurso encendido, colmado de vergüenza, a vociferar apoyo a quien ejecuta una matanza a un pueblo, siempre y cuando los suyos tengan otro imperio para refugiarse, vivir y estudiar sin el riesgo de los fusiles.  Miles de emigrantes Ucranianos, en plena guerra, emulan la diáspora Venezolana promovida por el odio.

Dr. Edgar B. Sánchez B.