EL TALLADOR Y GUIRIGAY
Capítulo I
En un momento de mi remoto pasado, intenté escribir el
relato sobre un niño que habitó una de las más hermosas cimas trujillanas,
denominada Guirigay. Un amigo de porte contemplativo y artístico: Carlos Peña,
estuvo atento al desenlace y escritura, para el día que ofrecí hacerla pública
en un evento cultural, que ofrecía la Universidad de los Andes a la ciudad
capital del Estado Trujillo, denominado la “Voz y la Guitarra” y que luego
evolucionó al “Recital”. Confieso que la lectura realizada “Juan Pedro, el
tallador de madera”, no tuvo la aceptación que aspiraba, razón por la cual,
abandoné los manuscritos y ahora pretendo, con un poco de transpiración, volcar
mi memoria hacia el Guirigay y la vida de Juan Pedro, el tallador de madera.
En esa comarca, donde nació, Juan Pedro, el tallador: El
Guirigay, de gélido ambiente y frailejones centenarios, colinda Trujillo, con
los estados Mérida y Barinas. En él cohabitan, con los hombres de manos de
tierra y sembradío continuo, cuatro lagunas, que los habitantes del sector las
refieren como: Las Cuatro Lagunas Paridas. Merecen este nombre, como bien lo
explica uno de sus habitantes, el que me contó la historia de Juan Pedro, el
tallador; cada una está rodeada de pequeños pozos de agua cristalina, al
cuidado continuo de sus madres, Las Cuatro Lagunas Paridas.
Allí, en el Guirigay, ambiente de tradición y folklore,
nació el protagonista de este relato: Juan Pedro, el tallador de madera. Juan
había compartido hogar y jornadas de trabajo duro con varias familias, todas de
naturaleza noble, que por su pobreza extrema permitían en su hogar la pernota
del tallador, sólo por una semana. Juan Pedro tenía seis años cuando ocurrió el
rescate. Ahora a los doce recién cumplidos, casi un hombre para el trajinar de
la labranza, se ganó el derecho que las familias lo acojan por más tiempo.
Simultáneamente a la vivencia de Juan Pedro, el tallador,
ocurría en el Guirigay, un evento que a todos sorprendía: Aparecían en las casas
objetos de madera finamente tallados. En algunas: instrumentos para uso en las
cocinas; en otros juguetes para los niños, más allá, cabos para: hachas, escardillas,
hoces, barretones, periféricos para los herrajes del arado. Todos con imágenes
que las personas de la comunidad rendían devoción. Este extraño acontecimiento perduró, con autor
desconocido, por muchos años. Sorprendía que, al pasar del tiempo, la calidad
del tallado tomaba protagonismo, esplendor y belleza. Los motivos alusivos,
protagonistas de las tallas, recogía con sutileza perfumada las creencias de la
comunidad.
Los pequeños predios de labranza perdían eventualmente
segmentos de madera en las ramas de algún guayabo, de naranjo, de limón;
incluso del follaje de altos pardillos, sobre todo en los canjilones formados
por las recuas y aguas de lluvia. Los habitantes sospechaban que el tallador
era quien, hacia esas podas, con tal habilidad en el disimulo que nadie pudiera
decir con propiedad que lo había visto, es más agradecían la poda que, por lo
general, si fuesen ellos, los ramajes terminarían como alimento de una fogata
de preparación de alimentos.
Todos deseaban conocer al fabuloso creador de instrumentos y
decoraciones, que en abundancia recibían. Él, por considerar que tenía varias
madres, padres y hermanos, prefirió mantenerse en anonimato. Se sentía feliz
así. Lo que poseía, aunque poco, por la pobreza de sus cuidadores semanales, le
era suficiente para alimentar su alma bondadosa, llena de proyectos, tallas, llena
de necesidades de viaje y de nostalgias.
Recordaba a diario las circunstancias que siendo párvulo lo
condujeron a la comarca y los compromisos que, por él, hicieron las familias de
solidas palabras. La tragedia dejo profundas marcas en su carácter solitario
atormentado por su melancólico pasado familiar. Como refugio y desahogo buscaba
maderas duras para tallarlas sin cansancio, en silencio, con la sola compañía
de plenilunios y las escarchas caídas en el portal del pesebre donde dormía.
Capítulo II
Cuando llegó el vendedor de bisuterías se reunieron todas
familias en las cercanías de una de las lagunas paridas, en la que, según el
saber local, nace el rio Burate cuyas aguas viajan por tierras trujillanas para
ser parte del río Boconó. Hubo preparativos abundantes en yuca, hervido de
gallinas criollas, licor local y ritmo de vals andino. Allí el experimentado
viajero vendedor, saludó de mano a todos los presentes, siempre con la mirada
atenta a las grietas comunes de sus manos, sin embargo, le llamó la atención
las de Juan Pedro, las heridas ya sanadas por el abundante colágeno y hemoglobina
superficial común a personas niquitao: habitantes de las alturas, según lengua
Kuika. Las cortaduras de las manos de Juan Pedro tenían dibujos distintos
propios de direccionar, por inexperiencia, la punta de un cuchillo hacia el
cuerpo cuando se realiza algún tipo de trabajo. Le bastó las características de
las heridas para concluir que era un adolescente tallador de madera.
El vendedor de bisutería se había enterado, por personas de la
comunidad, que había, entre sus cohabitantes, un extraño, que dotó todas las
tallas que usaron en el festín: para mover la comida, para limpiar el lugar,
para consumir todos los líquidos. El licor no, por cuanto éste lo consumían
compartido a boca de jarro. Aún en la seguridad de haberlo identificado,
mantuvo discreción. Al momento de la entrega y recolección de los beneficios
por el intercambio producto exigió, como parte de pago, algunos objetos
tallados, recibidos como regalo del extraño tallador. Como había en abundancia
aceptaron troequear algunos.
Señores, dijo, como palabras de cierre y despedida. Sé que
ustedes, por prodigio de la creación, se han comprometido a cuidar y alimentar,
por turnos semanales, al joven acá presente de nombre Juan Pedro. Les propongo,
si Juan lo permite, ser parte de esos cuidados. Cómo no soy de aquí, propongo
llevarlo conmigo en mis viajes, para que me ayude en los oficios del vender. Como
recompensa por su bondad, lo induciré en el leer y escribir, le enseñaré el
arte de comprar y vender y, como si fuera poco, permitiré que en el taller que
tengo, realice lo que desee.
La frase última fue intencionada, fue dicha con el fin de
vencer cualquier resistencia que el tallador pudiera tener. Lo logro. Se
acordaron los pormenores y se autorizó que Juan Pedro lo acompañase, si él lo
deseaba. Juan Pedro, seguidamente regaló todos sus bienes, se reservó un
cuchillo corto como de una pulgada y soporte de amarillo vero, además, uno
trozo de hierro con punta filosa y curvada.
Ilusionado sugirió al vendedor, como ruta, que siguieran la corriente de
río Aracay, afluente de la represa Santo Domingo, hijo de una de las lagunas
paridas, para llegar, primeramente, al paso de Cañotal, un pueblo niquitao del
estado Mérida, que, por camino de recuas, lo lograrían en sólo dos horas, a
caballo, desde el lugar donde estamos: El Guirigay.
El vendedor aceptó la propuesta, puesto que su interés era
visitar la población de Calderas, pie de montaña andina con Barinas, ribera
lejana del rio Calderas que va hacia Barinas y cuya madre es una de las lagunas
paridas de la cima del Guirigay, limítrofe de los estados: Trujillo, Mérida y
Barinas. En las Calderas, paso de “Los Libertadores” se vendió la totalidad de
las tallas de Juan Pedro, recibiéndose por ello jugosas ganancias y bondadosos
comentarios. El vendedor se atrevió anunciar a los caldereños que el creador de
las tallas era su acompañante de viaje, Juan Pedro. El tallador recibió loas con rubor que no
podía evitar.
Capítulo III
Cuando llegaron a pueblo residencial del vendedor, éste se
aprestó a presentar al tallador a su familia y a los trabajadores del taller
fábrica, donde se elaboran los enceres de las ventas. Pronto se reinició la
jornada del taller para elaborar lo que se venderá en el próximo periplo. Juan
Pedro se sintió a sus anchas, sobre todo, porque su nuevo cuidador, le profesó
libertan para lo que deseara construir, sin embargo, centró su atención al
manejo de la maquinaría para él desconocida y a los diseños que sus nuevos
amigos realizaban con prontitud, precisión y belleza.
Juan Pedro mostró rapidez de aprendizaje en lo acostumbrado
en el taller. Gustó, a todos, la propuesta de mejoras en diseño práctico y
estética de los modelos, por lo que ahora habrá a disposición del cliente
variedad de elección. El vendedor comenzó a notar, en el taller, una tenue luz
en las horas de ensueño y descanso. Creyó saber cuál era la fuente y razón y,
por respeto al arte y al artista, mantuvo profundo silencio.
En la cocina de la casa del vendedor comenzaron aparecer
hermosos adornos colgantes que su esposa apreciaba y le dotaba lugar dominante para
muestren su esplendor en belleza. Los vecinos del taller también los recibían.
El viajero de las ventas sintió que se le acrecentó la aceptación de sus
vecinos y ahora recibía maderas envejecidas de gran dureza, entre ellas:
pardillo negro y palo rosa de color marrón purpura, muy difíciles de encontrar y
de traslado prohibido. El vendedor ubicaba estas ofrendas en la caja destinada
para que el adolescente del Guirigay guardara sus herramientas.
Algunos años después, motivado por los preparativos de otro
viaje al Guirigay, el vendedor invitó a Juan Pedro a una reunión privada con su
familia. Nunca quiso, anteriormente, entrar a la casa, trabajaba en el taller, descansaba
en el taller, comía allí y dormía allí. Su timidez y respeto profundo hacia el
otro era notable. Los ruegos para que aceptara el compartir venció finalmente
la frontera de lo que ha sido él y de lo que será.
Lo animaron a que hablara: Con diálogos sobre el taller,
propuestas de nuevos diseños, ampliación de la maquinaria, aceptación creciente
de la comunidad hacia al taller y sus ruidos rutinarios, historias de la
familia; tornaron un ambiente para que Jun Pedro se animara a relatar la
historia que lo llevo a ser el niño protegido por toda una comunidad.
̶ Juan Pedro—, dice el vendedor, —estoy preparando un
nuevo viaje hacia el Guirigay y es mi deseo que me acompañes. —Me gustaría saber sobre su familia para
llevarle algún presente, que se lo merecen, por haber criado un hijo, como
usted, lleno de valores de trabajo y respeto.
El vendedor el día que recibió la responsabilidad de Juan
Pedro, recibió información sobre su origen. Sin embargo, quería indagar de la
fuente principal.
—Cuando era muy niño, aún incapaz de orientarme en los
caminos de mi montaña, mi madre si vio obligada a dejarme solo en el rancho
para salir en búsqueda de mi papá y Juan Ramón que salieron en la oscuridad
hacia algún poblado por ayuda de salud.
El tallador, se le entrecortaba la voz: algunas veces por su
timidez notoria, otras, por el llanto que obnubilaba sus ojos y quería
ocultarlo.
— Mi hermano menor. Juan Ramón comenzó a sufrir de la fría y
no hubo forma que dejara de temblar con los remedios preparados en casa. Papá,
desesperado, decidió caminar sobre las congeladas aguas de una de las lagunas
paridas, para aligerar el camino, en aquel tiempo aguas duras y transitables.
Pedro, tomaba descansos, en superior esfuerzo para hilvanar
sus ideas a fin de que estas salieran cónsonas con lo factico del aterrador
suceso.
—Papá no regresó jamás. Mamá comenzó a mostrar signos de soledad
y falta de alimentación. Su afección nerviosa creció y daba signos de
incoherencia. Un día, de atardecer nublado, las ondinas de la laguna, que son
espíritus que viven en el agua, en presencia de nosotros, comenzaron su viaje
hacia el cielo, hacia otros planos de la naturaleza, en la que su presencia es
requerida. Mamá, vio en las ondinas una señal de presagio positivo para salir a
buscar a mi papá. La laguna transitada
por su esposo, la última vez que lo vimos, cristalizó sus aguas. Mamá intentó,
en estado alterado, rehacer la ruta y se perdió en la espesura de la montaña.
Un trago de desesperación profunda se escuchó en el
transitar por la reseca garganta del tallador, aun así, buscó fuerza para
terminar lo que inició.
—Dos días después, impulsado por la soledad y el hambre,
inicié el caminar hasta que una familia me encontró, al verme solo y famélico,
me acogió en su casa, me alimentó y con abrigos tejidos por ellos calentaron mi
cuerpo.
Sus ojos lagrimeaban sin descanso, el vendedor le
aprovisionó de un pañuelo que el tallador acepto con agradecimiento.
—Recuperado de los síntomas de la desnutrición y de las
llagas del frio y el caminar, me llevaron a una reunión comunitaria en la que
acordaron, dada la pobreza de todos y lo que representa la carga de uno más,
que rotarían el cuidado, de mi persona, a una semana por familia. Así viví
hasta que usted me acogió para el viaje.
Todos lloraron, escuchando en silencio el relato que Juan
Pedro desarrolló en forma admirable, dada su timidez. Al final las palabras de
aliento salieron a flote de su nueva familia, de sus nuevos hermanos. Juan Pedro
se sintió querido.
Dr. Edgar B. Sánchez B.
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