CUSTODIA CON ANÁFORAS (retrato de la mujer venezolana)
La mujer venezolana posee temples personales arraigados en
su personalidad, producto de memorias ancestrales con las que han sido criadas,
formadas y educadas. Estoy seguro, que todas merecen que su transitar sea
escrito en las páginas de un recolector de cuentos que parecen fantasía o de
historias que, por alguna razón, no están en los libros y sin embargo llenas de
sabor, vida y culturidad.
Custodia, como persona, es una mujer andina, oriunda de la hacienda
San Isidro, productora de caña de azúcar y ordeño, ubicada en la aldea
Quebraditas, en el bello Colón de las Palmeras, protegida por una pronunciada
montaña denominada El Morrachón.
Aprendió, desde niña, las faenas del ganado y el
procesamiento de la caña de azúcar. Ordeñaba rápidamente y acostumbraba buscar
miel en el trapiche aledaño al corral de ordeño y desde la ubre apuntaba la
teta de la vaca para verter blanca leche en el jarro y, luego, consumía el
dulce néctar con placer digno de ser emulado. Placer que se notaba en su rostro
grácil, quinceañero.
Cuando tengan la oportunidad de estar en un ordeño y con
miel disponible, recuerden y hagan que se repita, para sí, la experiencia de
Custodia.
Los padres de Custodia vivían felices, ella llenaba con su alegría
y trabajadora presencia, todos los espacios de la gran casona.
Cuando Custodia decidió formar un hogar y su corazón fue
atrapado, trabajó en las labores de la casa paterna con tesón desesperado, para
que todo quedara en su lugar y la ausencia no se notara con dureza. Se marchó
con la decisión propia de una mujer que sabe cuál es el siguiente paso en la
búsqueda de la felicidad. Los primeros días, en la gran casa, estuvieron llenos
de un extraño silencio que ensordecía la estancia; el trino de los pájaros no
se oía igual, olvidaron la melodía que ella les había enseñado. No hubo
relinchos, ni mugidos, ni rebuznes, tampoco ronquidos y hasta el zumbido de las
abejas se aplacó, igual el graznar de los patos que competían con el croar en
la laguna y el bramar en el corral de las vacas. Que extraño el ronroneador,
que siempre usaba sus piernas para reposar, no maulló por largo tiempo.
La casa, a la que Custodia se mudó, en una cima angelical,
se vistió de gracia con su presencia y se llenó de jardines y felicidad. Desde
ese elevado mirador, las calles colonenses se notaban en su perfecta
demarcación y se escuchaba el tañer de las campanas llamando a los feligreses
para que asistieran a las misas planificadas, en especial las del día domingo.
Desde esa cima, para mejorar su nivel de vida, visionó otra
morada y nuevamente un trapiche para el procesamiento de la caña de azúcar
estuvo entre sus faenas, su esposo matarife usaba el techado del trapiche para
beneficiar semanalmente algunos porcinos o vacunos. De igual forma en la casa
nueva los jardines y la presencia femenina, fecunda, como en tierra de buen
abono, se hizo sentir a granel.
En la última mudanza cambió de región, de occidente hacia el
oriente y, con ella, se llevó toda su arraigada forma de ser. Es por eso, si la
desean encontrarla, sugiero seguir los detalles que a continuación indico en
forma corta y organizada.
Buscando la casa:
Si vas algún lugar, donde viva Custodia y te sientes
perdido, por cuanto la dirección no la tienes clara. Sugiero incorporar, en tu
estrategia de búsqueda, algunos elementos característicos de esta dama del
cuidado hogareño y otras labores. Todas llevadas, por ella, a la perfección.
Si crees que has llegado al sector donde habita, debes mirar por las ventanas
en dirección al solar mejor. Sin acercarse demasiado. Si lo haces es posible
que alguna llamada alerte a las autoridades de la zona y te lleven a dormir, en
frio piso y sin ropa alguna, detrás de alguna reja, cual si fueras fiera
peligrosa. Cuídense de eso, lo sé por experiencia. Te tratarán como un
delincuente y te quedará un dolor interno, ruidoso.
Bueno vamos a lo propuesto. Recuerda que la sugerencia
principal es que debes mirar hacia los solares. Sin más preámbulos, esto es lo
que debes tener presente: Si hay cantidad y variedad de plantas verdes, es casi
seguro que es la casa de Custodia; si el predio está limpio de maleza y hay
señas que una escoba estuvo paseando por él, puedes asumir, casi con seguridad,
que es el fondo de la casa de Custodia;
si ves jarrones de barro, algunos de adorno y otros con violetas, es buena señal
de que es la casa de Custodia; si observas un cuñete de pintura usado como remojador
de ropa con jabón, ayuda a pensar de que es casa de Custodia; si el viento
mueve un mantel blanco y limpio, colgado en una cuerda improvisada, es adagio de
que es la casa donde vive Custodia; si enfocas, casi de inmediato, un manojo de
leña y cerca la cocina de estufa, puedes estar seguro que has llegado a la casa
de Custodia; si además observas helechos colgantes que cubre toda una estancia,
es buena razón para pensar que es la casa de Custodia; si siente el olor
aprehensivo que te hace saborear recuerdos de algún hervido que se cuece a
leña, con el ramaje de hojas verdes amarradas con pabilo, no hay duda de que es
la casa de Custodia; y por su fuese poco, si logras mirar, un sembradío de
bijao, o cambur, puedes estar plenamente seguro que es el adelanto de hojas que
serán envoltorio de hallacas decembrinas, porque así las hace Custodia.
De todas estas categorías hay una que aún no ha sido anunciada
y es el indicador de mayor fuerza: el sonido arrullador, melódico del timbre de
mujer cantando con alegría desde el amanecer mientras que de su cocina se esparce
el delicioso aroma de café recién colado, no hay duda, has llegado a la casa de
Custodia.
Dr. Edgar B. Sánchez B.
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