CANTO DE LOS GALLOS
En el diario vivir cada
persona tiene la oportunidad de conocer y convivir con personajes que superan las visiones y comportamientos de su entorno social; se les llama
sobresalientes. Aportan su saber y su
forma de convivencia en todos los momentos posibles, a los que a ellos acuden, en
reconocimiento, jóvenes ya avanzados en
años, en estos últimos estoy yo, en búsqueda de sus experiencias vividas en pro
del saber y de lo empírico, entiéndase esto último como lo experimentado y
practicado para que tenga brillo y elegancia al ser mostrado.
En mi
caso he tenido en suerte conocer y compartir con Luis Orlando Briceño, al cual
me referiré, en lo sucesivo, como Chirolo, así se hace llamar, le agrada, y así lo
conocemos todos, tanto que su nombre de pila, la bautismal, dejó de ser signo
para referirse a él; pregunten por Luis Orlando Briceño y nadie le dará
respuesta, hazlo por el concepto Chirolo y todos saben quién es. Es un músico
extraordinario de: guitara, piano, cuatro, teclado, contrabajo y canta con tal
comunicación que es imposible, al oírlo, no detenerse para disfrutar de la
melodía que, en sutil y alegre compartir, transmite respeto y madurez: puedo
decir con la seguridad de la convivencia, que ha vivido de este arte, el más
universal posible, y la música ha vivido de él.
Los
títeres y la pintura son otras de sus facetas, las interpreta con elegancia y sencillez, compone
interpretando y enseñando, convencido de lo que dice Séneca: “ Homines, dum docent discunt”: los hombres aprenden mientras enseñan; sus arreglos dibuja, en
sonidos, la naturaleza general y su naturaleza interior, yo que he sido su
alumno, resalto también, su habilidad como docente, cualquiera sea la cantidad
de horas que corresponda, se termina descansado y con los músculos de la risa
totalmente ejercitados.
Cuando Chirolo enfermó de
una dolencia en la piamadre, de la cual salió airosamente, sus horas de
insomnio aumentaron drásticamente, pequeñas ráfagas de sueño eran interrumpidas
por el cantar en el patio vecino, una casa de las que aún, en la ciudad, crían:
patos, gallinas, loros, cochinos, y cantarines gallos. Nos cuenta, entre
chistes y risas que, al no poder dormir, se dedicaba a componer canciones y,
entre otras, nació la siguiente letra,
dedicada al gallo despertador:
I
Siempre cantando el gallo/
dando la hora con su kikirikí/ y cuando está cantando/le dan las dos, le dan
las tres. (bis)
Que bonito canta el
gallo/pero no deja dormir/son las seis de la mañana/ y él con su kikirikí.
(bis)
II
Siempre cantando el gallo/
sobre el totumo/ y en el corral también/ y siempre está cantando/ kikirikí,
kikiricó.
Que bonito canta el gallo/
pero no deja dormir/ son las seis de la mañana/ y él con su kikirikí. (bis)
Cuando tuvo melodía y
acordes le dio una serenata a la vecina, la dueña de los gallos, precisamente a
la hora en que el gallo lo despertó. Ella, acostumbrada a los cantos, no estuvo
despierta en los primero acordes, por lo que hubo de parar la interpretación y
dar unos cuantos toques a la puerta hasta que dio señas de estar en vigilia. –
quién es—preguntó la vecina, --vengo a darle una serenata—respondió chirolo, --
gracias vecino, que hermoso- continuó la vecina. Y nuestro amigo empezó a
cantarle. Terminada la interpretación, la serenatiada hizo el comentario, --
Chirolo, no es un gallo, son dos gallos—. Así que regresó a su estudio y agregó
la tercera parte de la canción:
III
Ahora no es un gallo/ ya
son dos gallos/ con su kikirikí/ y
siempre están cantando/ kikirikí, kikiricó. (bis)
Que bonitos son los
gallos/ pero no dejan dormir/ son las seis de la mañana/ oye su kikirikí (bis).
La dolencia continuó, no
había médico que diera el diagnóstico preciso, como buen padre, viajó a Mérida
para atender a uno de sus hijos que había sido hospitalizado, el estrés que
esta aventura produjo en Chirolo un desmayo en el centro hospitalario, por lo
que fue atendido quirúrgicamente, al sanar, con su habitual sentido del
compartir y amor a la otredad, dio serenatas a los otros enfermos y entre ellas
cantó la canción “Canto de Gallos”.
Dr. Edgar B. Sánchez B.
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