martes, 8 de marzo de 2016

EL ROBO 

Cuando el silbato sonó, mi hermana corrió presurosa.  Al fondo su amado le esperaba con sus brazos abiertos y una alforja que cargar, allí llevaba los preparativos que los alimentaría la primera semana de intenso amor. Ella radiante de juventud, él enérgico con brazos tallados por las faenas del campo. La montaña en la que vivirían es un mirador, las luces del pueblo lejano llegan exiguas. 

BUSCANDO A MAMÁ

Su madre ausente, estaba cerca, la podía tocar, no estaba allí; la niña con sus piernas destrozadas por el cuchillo, lloraba de pánico, no entendía que su madre presente estaba ausente. Sentía la ira de la ausencia cuando ella se acercaba a castigarle, siempre lo hacía y ella lloraba cada vez. Cuando llegó la otra mamá y la alejó, olvido todo. Al tiempo, cuando hubieron nacido varias lunas, regresó y lloró amargamente al sentir sus piernas destrozadas por el cuchillo. Se sentó al lado de la madre ausente y entendió que no era la madre presente la que le hizo daño, sino la madre ausente. La perdonó.
Edgar B. Sánchez B.  

MADRE ANGUSTIADA

MADRE ANGUSTIADA

Montada sobre  la mula, una noche tenebrosa, de torrenciales lluvias, en novilunio, mi madre Sotelia Briceño, recorrió los cangilones saturados de barro y ciénega, buscaba las luces, que a los lejos, indicaban el fin de la jornada, el pueblo, el hospital, allí encontraría un el médico, eso creyó;  su hija Consuelo, de tres años de edad moría acosada por la poliomielitis; cuatro largos kilómetros de agreste caminos separaba la oscuridad de su casa campesina, la gran casona de la finca San Isidro y el hospital Las Mercedes de su alejado Colón de las Palmeras,  como fiel amigo, cual centinela , caminaba Miguel, cargado de agua hasta  su  cintura y aterido de frío. Consuelo, luego del ataque de epilepsia y paralisis en medio cuerpo sólo lograba decir: mamá, mamá, a lo que su madre le contestaba aquí estoy hija, te llevo en mis brazos, estas acompañada, no temas, y la niña volvía a caer en su desmayo. 


Edgar B. Sánchez B. 

SUEÑO DE QUESO


Sentada frente a la olla, dormía;  sus manos, no; ellas exprimían el. Una a una, cada bola de queso, se coleccionaba en la alforja lateral; las manos iban y venían sin despertarla, tenían conciencia de la hermosura de la soñolienta; se despertaba cuando dejaba de sentir los grumos de la vaca. Iba a la piedra ahuecada y dormía de nuevo,  allí molía con otra piedra el preciado alimento; dormida aún, trillaba las musáceas (guineos) para crear, crear amasijo para sus hijos. 

MUJERES DE NEBLINA


Que hermosas son las mujeres de neblina
Mujeres de pasión, de dulzura, de profunda audición 
Al infinito se transportan al escuchar una canción

Mujeres que atienden al llamado
Que le buscan la vida de las palabras
Del cuatro y la guitarra
Que en dulce digitación,
Sublimizados por sus sonrisas
Por su alegría, por su amor. 
  
Mujeres que transitan las imágenes
Que cantan que musitan,
Que escuchan, que recitan
Que incitan la brisa blanca
Y Se detiene.
Piden otra canción 

Con ellas quiero  
Que las canas del agua
Las blanquecinas aves
Inciten mi piel
Gotas de rocío y miel


Ellas son la calma.
La ternura de la canción
encuentra un lugar para vivir
en ese infinito abrazo que las palabras
saben decir a quienes las escuchan. 

DÍA DE LA MUJER

DIA DE LA MUJER


Lo que más he amado, no existe nada superior, es el olor de una mujer. Mi casa, donde vivo, hablo de la casa de ladrillo, tejas y jardines, me reclamó con sonidos de silencio, ese que producen las lágrimas al caer, sonidos de profundo sentir y pensar; el por qué, por muchos días, no hubo una mujer en ella. Conteste: se fueron de mi lado a descubrir sus propias fronteras; por ahí las escucho decir, de vez en cuando, que fue por mi culpa, porque soy posesivo y de verdad lo soy, deseo tenerlas retenidas a mi lado, sin embargo sé que es mejor que tracen su horizonte y caminen hacia él. Una de ellas, la que pudiera quedarse, no le gusta la casa, la de ladrillo si, pero no la que no es de ladrillo, esa que se construye con calor y compartir, con café por la mañana, en el compartir de una película o en el desayuno, mis ladrillos ya no son de su agrado; sin embargo cuando está y camina ordenando el jardín, la casa de ladrillo, tejas y jardines vuelve alegrarse; los pájaros regresan a dar alegría con su trinar matutino y también se alegra la casa que no es de ladrillo y que habita en la de ladrillo y teja.
Mañana no vendrán mis hijas a celebrar el cumpleaños de su madre, ahora lo hacen en sus nichos, y no llenarán, como otrora, la casa de ese divinal perfume que sólo la mujer tiene la potestad natural de producirlo.

Mi verdadera casa, esa que ningún bien material puede comprarla, la casa en la que habita mi espíritu, mi tranquilidad, mi búsqueda perenne del saber y del amor, la de mis sueños, la que viaja donde quiera que vaya, también está feliz, pues las mujeres que alimentan mi vida, me llenan con sus perfumes a través de abrazos que siento profundos, y que guardo, cada gota, en los lugares más hermosos de mi endogenidad.
Mujer su esencia es felicidad, sin ti no habría vida, aunque logremos nacer de otra forma, eres la luz del planeta, eres lo mejor del Creador-naturaleza. Te amo mujer.

Dr. Edgar B. Sánchez B.

miércoles, 23 de octubre de 2013

EL VELO DE LA NOVIA

Dicen los Miyois que cuando las montañas andinas eran suyas sus hijas caminaban las cimas, incluso las más altas, buscando cada una el frailejón más antiguo, más singular, para adornar con sus flores las cabelleras virginales de azabache, estas sólo podían ser tocadas por la espuma blanca que caía del cielo que, cual alfombra, escarchaba de densa niebla la tierra que pisaban. Los Miyois aunque escucharon que la depresión venía siguieron es su vivir de extasis, la madre tierra los protegería así como los había parido, libres. 

Las damiselas de las cimas andinas, ateridas de frío  cuando el astro Sue radiaba, continuaban en eterna rutina, la colecta de los mejores pétalos, aquellos que contaban historias de sierra de idilio y de soledad. 

Cuando la princesa mayor se enamoró, pues respetaban la escala natural de la edad, relató sus historias de amor en el mucucharasti y en silencio sólo perturbado por los zumbidos del viento, las más jóvenes escuchaban con nutrida imaginación y esperaban a su príncipe Miyois.

De pronto ellas desaparecieron, el rastro de caballos señalaba que fueron muchos los raptores, y que iban atareados de gran peso. Buscaron en pequeños grupos que morían, por la mano opresora, en las escarpadas montañas, luego iban otros y otros y, cuando los hallaban muertos, los enterraban en el lugar de la masacre y dejaban señas de piedra para reencontrarlos y brindarles adoración.

Las damiselas de la montaña se sabían perdidas y la mayor soñaba con su príncipe Miyois, cuando se sintieron perdidas la desesperación llegó y optaron ofrecer a la sierra nevada sus cuerpos vivos para que nacieran de cada una un manantial que llevase agua a todas esas tierras de encanto y gracia. De rodillas oraron Mucumbarila, a la escarcha, al frailejón, a los alevines de los ríos y estos las escucharon, la tierra se abrió y las resguardó vivas, para que sus lágrimas de llanto eterno fuesen manantiales oferentes. Al lugar se le llamó Mucubaji, lugar de manantiales.

El que brota de la damisela mayor corre espumoso y el las cascadas emula el velo con el que las novias cubren sus cabezas como símbolo de pureza y entrega. La tradición lo denomina “Cascada el Velo de la Novia”.

Edgar B. Sánchez B.