NOCHES DE ESTUDIO Y
ORATORIA
Parte I, ambientes de estudio.
En la ciudad de Trujillo, Venezuela, capital del Estado Trujillo. En una antigua
edificación que ha funcionado como centro de formación para jóvenes, otrora sede del errante Colegio de Santa Ana, fundado en 1895, fecha en la que llegaron a la
ciudad capital, las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Inaugurado el
1 de octubre de 1955.
Numerosas habitaciones han sido configuradas como cubículos
de estudio para los profesores del Núcleo Universitario Rafael Rangel de la Universidad de Los Andes,
que en su pleno apogeo, fueron habitadas, hasta horas de la madrugada de cada
día por investigadores de distintas áreas del saber.
En tiempos en los que la universidad fue símbolo de
cambio social, los ambientes de estudio se hacían sentir por las luminarias que se encendían
luego que los trabajadores de la vigilancia apagaban los bombillos de los
pasillos. El murmullo de las conversaciones, diálogos para más precisión, en
variadas y profundas temáticas se llenaban en los pasillos del laberíntico
edificio de estudio.
Los profesores que se quedan llenan, con sus datos
personales, un libro de registros que lleva el equipo de vigilancia. En él es
obligatorio señalar: hora de entrada, ambiente que se ocupará, hora aproximada
de salida, enseres personales y documento de corresponsabilidad en caso de
tener algún invitado.
Este registro se usa para precisar las personas que
aún ocupan algún espacio en la edificación y también para informar al jefe de
vigilancia, que de seguro pasa a diversas horas, desde afuera, a realizar
varios chequeos y así garantizar que los trabajadores no se duerman durante la
jornada.
Uno a uno, en la medida que se entra o se sale del
recinto, ahora universitario, son asentados en el libro de registro. Ese
mecanismo de control funciona a la perfección. Como reloj suizo.
Por lo general, previamente, se estipula el tema a
estudiar a fin de que los participantes lo preparen con anticipación y así
lograr que el encuentro se lo más productivo posible.
Se ocupa uno de los espacios provistos por pizarras
acrílicas, iluminación suficiente y con conexiones indispensables para las
máquinas de preparar café.
Todos los que nos reunimos somos testigos que, no
importa cuál espacio se ocupe, en el del lados siempre habrá alguna actividad.
Todas las noches sentimos que en algunos momentos una extraña neblina ocupa el
pasillo y el zumbido del viento impregna nuestra piel y los oídos.
Siempre se escucha al lado del ambiente en el que
nosotros, los profesores, nos reuníamos
a estudiar matemáticas a otras personas, que no hemos conocido en los ambientes
diurnos de las aulas de clase, y que estudian temas, del antiguo testamento, en
voz alta, algunas veces acaloradas. Sus conversaciones son de convincente
elocuencia, tal como si fuesen maestros de oratoria, en las que eventualmente realizan
meditaciones con fines de descanso.
Mis amigos y yo, cuando caminamos el pasillo, por
curiosidad, vemos que, los reunidos allí, siempre estaban en posición penitente
y visten de negro intenso. Durante la noche entran o salen del recinto de reunión
en forma individual. Pasan por nuestro lado sin levantar el rostro y con majestuosa
elegancia al caminar.
La jornada de estudio con mis amigos las hacemos,
por lo menos por un año, Los vecinos, eso notamos, por la habilidad de usar los
pasillos, tendrán varios años en esa actividad.
Parte II, salida del recinto.
En 1986, cuando las computadoras comenzaron a ser
parte de las herramientas de la Universidad Rafael Rangel, disminuimos las
horas de encuentro y paulatinamente también la cantidad de interesados en los
temas que desarrollábamos. La nueva herramienta capturo la atención.
Sin embargo, para algunos, reunirse les era una
actividad necesaria, sin embargo una noche, que resultó ser la última, se
alejaron del ambiente de reunión, uno a uno, todos mis consuetudinarios
compañeros, aducían que sentían extraño temor sin origen alguno y frio interior
que les enfriaba el corazón.
Me quede solo, bueno eso creía. Era perentorio para mí, dejar sentado en la
libreta, las notas de posibles de publicación, resguardar las conclusiones a
las que habíamos llegado y las deducciones que lo permitieron. Sabía que
reconstruir resultados dialécticos, pasada la euforia, no es del todo fácil.
A eso de las 3 de la madrugada, consideré conveniente ir a casa para el
merecido descanso, recuerdo con precisión, que era viernes, Recogí todos los
enseres en mi bolso de cuero que acostumbro a usar. Al cerrar la puerta de la
sala de estudio, el viento, con neblina intensa, torno a tener un zumbido que
entristeció mi ser interior; extraña sensación de estar en un solitario mundo
donde solo el lamento se podía sentir, mi cuerpo comenzó a temblar, se hizo tosco
al caminar. Un miedo injustificable
invadió por completo toda mi consciencia.
Uno de los personajes del ambiente de al lado, totalmente vestido de negro,
creo que el líder, sin levantar el rostro, ofreció acompañarme hasta la salida
del edificio.
Agradecí sobre manera, con palabras que con dificultad salían de mis
entumecidas cuerdas vocales. Expresé que no era necesario, mentí, le indique
que prefería que continuara con sus interesantes conversaciones de tiempos
antiguos. No es bueno que dejes a tantos dialogantes sin su presencia.
Insistió. Me hizo entender que era necesario que recorriera acompañado el
ahora oscuros, largos y lúgubres pasillos del edificio. Me condujo, rumbo a la
salida, por un laberinto de extrema oscuridad, desconocido para mí. Ahora que escribo,
tengo la impresión que es una ruta de acceso a la parte lateral derecha de la
capilla, hacia lo más montañoso y luego al estacionamiento. Vi la carrocería abandonada
de un carro Fiat.
Allí, en el estacionamiento, nos esperaba una dama que pareció estar
encargada de la vigilancia, totalmente desconocida, hizo una reverencia como si
mi acompañante fuese de rango mayor.
Solicité el libro para registrar mi salida y fui informado que no era
necesario. Pretendí despedirme con el saludo de choque de manos acostumbrado; no
fue aceptado, lo hizo saber con una reverencia de respeto.
Ya en la calle, dentro de mi vehículo particular, una corriente de aire en
extremo hizo que temblara hasta llegar a
casa.
Dormí, aunque sin descanso. A las 8 a.m. del otro día, estaba de nuevo en
esa, ahora llamada casa Carmona.
El vigilante asignado me interpeló, quería que explicara, por escrito, por
donde había salido del recinto la noche anterior y por qué razón no había
firmado el registro de salida.
Relaté lo sucedido y fui convocado a una reunión de emergencia con la directiva
del recinto. Allí también estaban otros profesores que les había ocurrido lo
mismo. Palidecían al escuchar mi relato.
Para evitar posible elucubraciones negativas, acordamos no usar las
instalaciones después de las 12 horas de la noche.
Edgar B. Sánchez B. (Truillo 09/02/2024)