CELEBRANDO CUMPLEAÑOS
lunes, 27 de junio de 2022
CELEBRANDO CUMPLEAÑOS
lunes, 2 de mayo de 2022
LORÍN
LORÍN
Lorín es el nombre de un loro encarcelado en la casa de
Maraya, su jaula es grande, sin embargo, para él, es estresante no tener
espacio para ejercitar sus alas ni la oportunidad de disfrutar de alguna que
otra conquista femenina.
En los momentos en que Lorín acumula gran cantidad de
energía, sin poderla liberar, que en libertad compartiría con alguna fémina de
su especie, vienen a su pensamiento las imágenes de los pájaros en conquista
que trinan alrededor de su jaula y que, por demás, furtivamente picotean las
frutas que Maraya le trae a diario. Frota su zona sexual contra la rama seca de
guayabo que está dentro de la jaula y emite un arrullo casi imperceptible. Los
pájaros aprovechan esos largos encuentros oníricos con la rama para robarle su comida.
De todos los alimentos que Lorín disfruta, la guayaba le es
especial, pues esta fruta hace que aumente la cantidad de su plumaje y sus
colores verde y rojo se tornan brillantes junto al amarillo que rodea sus ojos.
Los visitantes que vienen a disfrutar del festín servido en su jaula, para
distraerlo, trinan frases que sobresaltan la hermosura de su cuerpo, plumaje y
color; él se llena de vanidad y parlotea con fuerza para indicar gracias. Algunas
veces ulúlala, lenguaje que aprendió de un búho que se refugia en un árbol
cercano. Sin embargo, la dama de las mañanas, la que le dice: Lorín-Lorín-Lorín,
le trae arepas venezolanas, de harina pan; las recibe y las degusta como una
entrega de amor.
Lorín es único, de su especie, en el entorno. En alguna
oportunidad Maraya leyó, en voz alta, las aventuras de Saint-Exupéry, quien
indicó “pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona
mayor”, le encantó la arrogancia de la rosa de aquel planeta lejano, a la que Principito
le brindaba especial atención, por su hermosura y esplendido color rojo. Se
dijo para sí mismo – seré como ella--, --de seguro atraeré para mí la atención
de Maraya. En lo sucesivo la arrogancia se convirtió en su proyecto de vida, en
su finalidad primordial.
Lorín observaba que su jaula estaba incluida en otra jaula,
que a su vez contenía otra jaula, con techo de teja y sus respectivas rejas, a
los lejos como a veinte metros de distancia había otras vallas como las de su
casa, sólo que, de mayor anchura y grosor, en el espacio entre ellas podría
escapar, pensó para sí. Sin embargo, los tres perros: Horus, Ares y Mufasa no
podían superarlas a pesar de los intentos que hacían.
--Una jaula dentro de otra jaula, que feo es el mundo--
pensó Lorín,
--¿por qué habrá tantos encierros?
Por un momento sintió lástima por los perros que como él
estaban encerrados de por vida. También por Maraya,
--Ella se las ingenia para salir de la jaula con techo de
teja y de la reja circundante, por una hendija que luego cierra con sumo
cuidado para que otros, de afuera, imagino, los dueños de la jaula grande no se
enteren que ella, puede escaparse por horas y entrar de nuevo.
-- Que extraño Maraya retorna a voluntad propia el encierro
mayor— admiraba Lorín.
Lorín es buen observador, desde su claustro, nota que la cárcel
mayor no tenía rejas en la parte superior y por ahí entraban graznando las
guacharacas a engullir los frutos del guayabo que le daba sombra a su hábitat de
jaula. Él, por arrogancia las denunciaba con graznidos de desesperación. Maraya
salía con rapidez y las ahuyentaba. Todos los días, por la mañana, hacía lo
mismo, denuncia tras denuncia para lograr que su alimento no fuese consumido
por otros. De esta forma se ganó el desprecio de las guacharacas, ellas, nunca
más le volvieron a dirigir un graznido. Poco
le importó, estaba en la fase de ascenso en la arrogancia.
Lorín notó que él tenía ciertos rasgos que lo diferenciaba
de los demás, era multicolor, las guacharacas no, son marrones y feas, su cabeza
es mayor que a la de las demás aves, sin embargo, menor que la de los perros y
mucho menor que la de Maraya. Entendió que la inteligencia dependía de esa
proporción y del tamaño del cuerpo. Guacharaca de cuerpo grande, cabeza pequeña
es sinónimo de poca inteligencia; colibrí pequeño, cabeza pequeña y
proporcional, en número áureo, a su cuerpo equivalente a gran
inteligencia. Lorín se siente filósofo
por las comparaciones que es capaz de realizar.
Cuando Maraya le lleva arepas rellenas, los perros saltan
alrededor de su jaula, él comienza con los graznidos de denuncia y Maraya,
presta, se acerca, a ahuyentar el acoso de los perros. Ares, Mufasa y Horus
acordaron vengarse de Lorín en la menor oportunidad que se presentara. Se lo
anunciaron, sin embargo, estaba seguro que ellos no pueden traspasar el rejado
de su encierro residencia.
Cuando estaba en soledad, sin la presión de las guacharacas
y de los perros, sin la premura del hambre, y sin la bella visita del colibrí
que tanto admiraba, repudiaba la creación del hierro que hacía que los humanos
tuvieran derecho a mantenerlo a él en tan dolorosa condición inanimal,
inhumana, inverosímil, innatural. En esos momentos adiaba a Maraya por tenerlo
preso, sin derechos, repudiaba las migajas de comida que le traía.
Junto a Maraya, Lorín notaba, que habitaba otro animal,
parecido a ella, de su especie, con la cabeza del mismo tamaño, salvo que las
delgadas plumas de su cabeza son cortas y el resto del cuerpo totalmente desnudo
y sin protección, tiene la capacidad de quitarse el extraño plumaje y colgarlo,
cerca de mi jaula, en una cuerda, cuando radia el sol. Él, siempre se ve
triste, que extraño, sabe abrir la puerta de su encierro, lo he visto hacerlo,
y regresa de nuevo con la misma tristeza. Será que es mentira que existen otros
seres de cada especie, y yo estoy equivocado en pensar que hay alguien parecido
a mí, pensaba Lorín, y mi esfuerzo filosófico está totalmente infundado. Debo
salir de este encierro y averiguar que hay más allá de las rejas grandes.
Para Lorín salir de la pequeña reja, le era muy difícil,
aunque aprendió abrir la puerta. La última vez que lo hizo, se dio cuenta que
las plumas de sus alas estaban cortadas, no pudo emprender vuelo, Mufasa el
perro grande, lo capturó y lo cargo por todo el solar dentro de sus fauces,
Maraya se dio cuenta a tiempo y logró que lo soltara. Las heridas dejadas por los dientes en su
emplumado cuerpo duro más de ocho días para que sanaran, el miedo y la
depresión estuvo con él más de lo debido, no entendía por qué fue mutilado; Sus
alas, decía él, era su principal belleza. Se dio cuenta que estaba realmente
solo y que su encierro es permanente. Adiós ansias de libertad y compañía.
Recordó el momento en el que pudo ocurrir la mutilación y de
las manos de quien, supo que, gracias su capacidad de análisis filosófico, que
realmente no era amado, solo un objeto para aliviar algún tipo de depresión de
la cual no era culpable. Afiló su pico con las rejas aceradas y tomó la decisión
de no dejarse tocar más nunca. En lo sucesivo defendió su encerramiento con
tenacidad y orgullo. Lo podrán enrejar, concluía para su interior, pero nunca
le quitarán su libertad interior.
La decisión de no dejarse mutilar de nuevo, aunque decisiva,
decayó pocos días después. Maraya, la que lo mutiló, no volvió acercarse a su
entorno, el síndrome del apego del capturado con su captor hizo efecto
demoledor en él; vio cuando Maraya abrió de puerta mayor de la gran reja, esa que
en pocas oportunidades se usa, salió y no regresó jamás.
Su corazón se llenó de luto, el canto de Maraya, Lorín-Lorín-Lorín,
ahora sólo estaba en sus recuerdos. La arepa rellena no llegó más a su jaula,
el lavado matutino del envase de la comida ya no se realiza, las guacharacas no
son espantadas, los perros merodean permanentemente su jaula y le roban la
escasa comida que trae el humano de plumaje corto, un día sí, un día no; un día
sí, dos días no. El colibrí que tanto le encantaba no regresó.
Lorín obnubilado con tanta tristeza decidió escapar, revisó
el plumaje de sus alas y su cola y notó que las tenía completas. Planificó
escapar por sobre la jaula, por donde entraban las guacharacas, allí no había
rejas. No intentó, volar desde la puerta, la confianza en el vuelo de era su
fuerte, subió a la jaula y tuvo miedo lanzarse al aire y volar y volar. Recordó
que aún no sabía, nunca antes lo había hecho. En su empeño de libertad no
estuvo atento al movimiento de los perros, cuando se dio cuenta que saltaban
para capturarle, intentó volar, no pudo hacia arriba, lo hizo horizontalmente,
batió dos veces sus alas, no fue suficiente. Se sorprendió ver que un perro en
plena cacería puede saltar a gran altura, nuevamente las fauces de Mufasa lo
apretaba con rigor y los otros: Horus y Ares, competían por su cabeza. Por segundos
sintió que el mundo se oscureció en su totalidad, cuando la luz regresó vio que
a tres metros de distancia su cuerpo era destrozado por Mufasa.
Dr. Edgar B. Sánchez B.
domingo, 24 de abril de 2022
DUELO
DUELO
Todos hemos pasado por muchas etapas, y aún faltan un sin número
de ellas. Las etapas continúan después de la muerte física, pues creo en la
continuidad de los logros obtenidos por el ser y grabado en lo vital de la
esencia.
Los logros, en los que cada uno se esfuerce por obtener, serán
aprovechados por la naturaleza en su planificación lenta, continua a fin de proseguir
con la evolución hacia una globalidad integrada y equitativa.
Cada saber es necesario. Para usar una analogía común, somos
pendrive, guardamos gran cantidad de información, somos parte de una red concienciada
para el logro de la integración con seres de otros mundos con los cuales
interactuamos, sin que, la mayoría de nosotros, sepamos que lo hacemos.
Hay duelos que siempre están, entre ellos: Por la madre o
por un hijo que mueren, por la tierra en la que nacimos y ya no es nuestra, por
los amigos de la infancia feliz y estudios de primaria, por los compañeros de
bachillerato, por un amor que no se consolidó, por la casa que hubo que
venderse para contribuir en la salvación de una vida, por un matrimonio que se
desintegró, por lo que se perdió en una imprudencia vial, por lo que pudo ser, por la desaparición de un amigo, por
el rechazo de la familia, por el estilo de gobierno que merecemos y nos fue
arrebatado, por la pérdida del trabajo.
Los duelos se atenúan, que bueno que es así, nuestro cerebro
recibe el impacto de lo negativo, nos prepara para la rápida acción, contribuye
en distintas propuestas de solución y luego trata, resuelta la emergencia, de
volver al estado de comodidad que hubo tenido antes del impacto. No siempre el
retorno es sencillo.
El duelo de la muerte de un hijo deja una impronta casi
imborrable, años de duelo devienen, Heráclito, filósofo griego introdujo esta
última palabra: “proceso de nacimiento y desarrollo en que el objeto llega ser”,
en nuestro caso el duelo.
Tuve la desdicha de sentir un duelo en estos términos, mi
hijo de 20 años murió en un accidente, quince minutos antes estuvo en casa, yo
estaba dormido, no pude evitar que en su estado quisiera regresar a su ambiente
de fiesta. Veinte años después, aún mi interior reclama.
El duelo por muerte de la madre nunca se olvida, siempre
está ahí, cuando emprende el viaje, aunque sea de edad avanzada, su presencia
terrenal pareciera que se mudara en nosotros. Comienza el yo interior, el temor
de Dios, a hacer los reclamos por lo que no se hizo para llenarla de felicidad.
Se le recuerda. Sin embargo, nada es suficiente, en retorno, que iguale la
entrega de este extraordinario ser. Química y en conciencia la madre da, el
todo por el todo, para que sus hijos alcancen el máximo de felicidad posible. El
duelo por la madre, aunque se atenúe, siempre estará.
Yo tuve, aún lo tengo, duelo por un amigo músico, José Luis
Covarubios, requintista y guitarrista de máximo nivel, cantante de múltiples
canciones, acostumbraba dar conciertos de dos horas seguidas. Tuvo la
oportunidad de compartir con José-José en una tertulia que este músico internacional
promovió, para el encuentro, en una sala de fiestas de Caracas, capital de
Venezuela. A pesar de ser un caballero
del compartir murió y fue enterrado en soledad por causa del covid19. Aún me
hace llorar recordarlo.
La tierra también produce entornos de duelo, sobre todo en
aquellos en que el odio los condujo hacia otras latitudes del mundo, por no
encontrar oportunidades de trabajo en país su país de origen, como es el caso
venezolano y, más reciente: Ucrania. Por
la matanza a la que está siendo sometido. Es imposible que podamos escribir las
palabras adecuadas que pudieran acercarse a este sentimiento de duelo. La mayoría
de los habitantes del mundo no tienen remota idea de lo que puede sentir un
desplazado ucraniano. Todo por odio y ansias de poder.
En definitiva, los duelos, aunque son parte del diario
vivir, son acercamientos a la muerte, son cambios bruscos en lo que somos.
Algunos no lo superamos solos, requerimos de la intervención de los que nos
aman o un profesional. Creo que nadie puede orientarnos a conllevarse con un
duelo.
Dr. Edgar B. Sánchez B.
martes, 19 de abril de 2022
LA NATURALEZA DESDE LA VISIÓN DE LORENZO
LA NATURALEZA DESDE LA VISIÓN DE LORENZO
Donde vivo, es una urbanización incrustada en la montaña,
que nosotros, sus habitantes, la llamamos Villita, aunque su nombre de registro
sea otro de menor prestancia; Poblada de unos quinientos habitantes, dista del
centro de la ciudad unos cuatro kilómetros más o menos, y, de San Jacinto kilómetro
y medio.
Por cierto, en San Jacinto está el antiguo y sobreviviente
centro nocturno Miranday, que en lengua Kuika significa “donde reposan los
espíritus” el cual fue lugar de refugio de Laudelino Mejía y allí esculpió su
obra maestra musical: Conticinio, que, por demás, como palabra Kuika significa “la
hora nocturna de mayor silencio y tranquilidad”. Comparte protagonismo “El mesón
de Don Luis”, pues fue, para la mayoría de los trujillanos capitalinos, es un
refugio de escape de las faenas continuas. Lugar de ocio.
En el entorno de Villita, como si hubiesen perforado la
montaña, construyeron una casa a la usanza antigua, edificada y mejorada con el
pasar de los años, que sirve de vivienda para Lorenzo Cañizales (el negro Cañizales)
y sus descendientes.
El negro es, por lo general, una persona callada, su hablar demuestra que ha trajinado en el manejo de la madera; se revela cuando se le anima a conversar. Fue trabajador de aserradero por casi cuarenta años; en esa faena, su olfato aprendió a reconocer el olor del aserrín propio de cada árbol, las figuras de sus cortezas, las vetas que fomentan su elegancia, las hojas por sus formas alagadas o redondeadas con bordes dentados o lizos, sus anillos para calcular la edad y salud. En definitiva, su aprendizaje y sapiencia deviene de la práctica en el manejo diario de la madera y, por su puesto, lecturas para precisar nombres locales y nomenclatura científica.
Es un maestro de la Sierra y el tabloneo, los árboles lo ven lo reconocen y no se le esconden, por cuanto Lorenzo siente respeto por ellos, no los maltrata con ningún tipo de herramienta, los interviene y los transforma en materia prima para el primer arte, cuando su ciclo de vida ha terminado. Acostumbra, como aporte a la comunidad, reparar cachas de cuchillos, también llamados mango de cuchillo, cabo para barretones, escardillas, Palín y pala de albañilería.
Conocer a Lorenzo ha sido formidable, compartió con nosotros
las luchas y sancochos en tiempos en que Villita sólo residía como idea en los
sueños de quienes asumimos el reto de construirla, hoy luce con todos los
servicios necesarios para el buen convivir.
Los días, en los que la fortuna me acompaña y coincidimos, Lorenzo
y yo, en la hora del retorno a casa desde San Jacinto a dos kilómetros arriba, conversamos
de cada planta que dan sombra a la ruta: Mamón, samán, pardillo, indio desnudo,
yagrumo, guaduas, mijao y otros que agregaré en la medida que su enseñanza
mejore mi nivel. Son tantos los árboles y arbustos que he intentado conocer e
identificar, de acuerdo a sus características, gracias a su armoniosa y desinteresada
enseñanza.
Cuantos saberes hay en cada habitante que pueden ser
compartidos para el logro de un mundo mejor, para un mundo transdisciplinario,
sólo se requiere estar atentos a escuchar y compartir.
Se escuchan, a diario, discursos de cambiar el mundo y lo
que somos, pienso que lo mejor es conservar el mundo y lo que somos, sin
revoluciones violetas, más bien evoluciones como la naturaleza lo planifica: permanente,
sin pausa y sin violencia no anunciada.
Dr. Edgar
B. Sánchez B.
domingo, 27 de marzo de 2022
LA FLAUTA DE PAN
LA FLAUTA DE PAN
Dice el relato mitológico, que el dios Pan, era un músico
extraordinario; en todas las fiestas, las ninfas se acercaban a él para
solicitar atención especial y que el dios cantara algunas canciones a su
nombre. Sin embargo, el disfrute de su feminidad la degustaba quien las
bailara. Pan al final de las fiestas quedaba solo. Las ninfas salían, después
de la jornada, con aquellos que las bailaron.
Una noche dedicó todas las melodías a Siringa, hija del dios
Aqueloo, dios río, el que ahuyenta el pesar. El dios Pan tiene un aspecto que lo
hace ver feo, desde la visión de los humanos, no desde la de los sátiros; su
forma no es humana, pues posee cachos y patas de carnero, por ser un fauno. Sus
pies, más bien patas, le permite rápido desplazamiento.
Enamorado, de Siringa, la hermosa ninfa, la veía bailar
desde se escaño de músico con algún pretendiente de delicados pasos de baile
intencionados para capturar su atención, al terminar las fiestas ella,
aumentando se grácil feminidad, siempre se escabullía con el que había danzado,
con el que la había bailado, precisamente escuchando su música, se lamentaba
Pan.
La última noche, acabada la fiesta, él la siguió para
pedirle permiso para enamorarla, así era él, de modales ancestrales de la
elegancia; la ninfa se sintió acosada o tal vez, repudiaba el acercamiento, y
pidió a su padre, Aquelao, dios río, que la ayudara. El padre, de estruendoso e
impulsivo carácter, no pregunto la razón de la urgencia de una de sus tres mil
hijas, Siringa a la que algunos la llamaban Sampoña, como nombre social. Acto seguido, Aquelao, pidió a gea,
precipicios inexpugnables y fue escuchado, gea le ofrendó varios tepuyes, uno
tras otro; acto seguido se transformó en cristalina cascada e inició la caída
de agua más formidable que ojo humano jamás hubiese soñado ver o verá. La bella
ninfa se lanzó con osadía y desesperación, no se dio cuenta, por el apremio
psicológico que ella se formó, que la caída, cual Churumerú, aún no había
terminado de formarse.
Sus hermanas, náyades, desesperadas, se transformaron en
cañaverales, ella también se transformó antes al tocar el fondo y así minimizar
los efectos de su apasionada y poco madura, decisión de lanzarse al vació. En
su vuelo húmedo escuchaba, como un eco, que su padre Aquelao le decía, aún no. Cuando llegó a la sima (sima: lo más bajo de
un lugar) Siringa, agradeció metamorfosis.
Bastante rato después, Pan, enamorado como estaba, sin
reparar riesgos, de precipicio en precipicio, de vuelco en vuelco, de
deslizamientos incontrolados, logró llegar donde estaba el cañaveral. Sin
dudarlo, por la hermosura que resaltaba sobre las demás, distinguió a Siringa,
su amada, transformada en bambú. Al escuchar el hermoso zumbido que producía,
motivado por el suave viento, tocó respetuosamente su cuerpo desnudo, de
torneadas formas, con tal sutileza de caballero de la música y amor que Siringa,
en su estado irretornable, lamentó su desesperada decisión y quiso de nuevo
tener manos y cuerpo para manifestarle lo encantada que estaba de sentir la
sutiliza de esas caricias, nunca antes recibida.
Pan, por algunos momentos no supo que hacer, de lo que, si
estaba seguro, que no la abandonaría en esas profundidades en la que la visual
sobre el mundo es casi nula. Siringa,
era el encanto de las fiestas, su voz y danza encantaba a todos. Finalmente,
luego de varios días, con sus cascos y cuernos de fauno, oradó el suelo y arrancó
de raíz a la Rhapis excelsa con abundante tierra en su entorno que envolvió en
hojas que encontró.
Pan sabía que el retorno a la cima sería difícil, la sabía Gea
y el desesperado rio sabían que hacer para alegar al fauno de su amada. No lo
lograron. El amor trasciende toda dificultad. Siringa, desde su nueva forma,
aprovechaba al viento para producir música celestial pues sabía que su
enamorado la sentía cual magia.
Por semanas, Pan, con Siringa a cuestas, superó todas las
dificultades y llevó a la ninfa a las frías montañas donde vivía. Allí, sin salir, estuvo cerca de su amada con desolación
creciente, Siringa, inevitablemente se secaba al transcurrir el tiempo. Entre
ellos la conversación era fecunda, ella le manifestaba agradecimiento por los
cuidados que recibía y por haberla sacado de las profundidades, toda
comunicación se hacía a través de la música, ambos eran fuertes en ello.
Aunque la atención era fecunda y las caricias que a diario
se profesaban eran cada vez más sutiles y sinceras, al fauno le preocupaba el síndrome
de Estocolmo. Las hojas cada vez más secas, la muerte era eminente y Siringa no
deseaba retornar a lugar fondo de la cascada.
Lamento no escuchar tu amor, cuando tenía forma humana,
ahora que lo escucho y te expreso el mío con mis improvisaciones musicales te
pido, desde mi aliento agotado, que me transforme de nuevo, esta vez, desde lo
que tu ama, quiero estar contigo por siempre. Pan, totalmente obnubilado,
bañado en lágrimas de creación fecunda, cortó el tallo ya moribundo de Siringa,
perforó su cuerpo con sumo cuidado y medida, e hizo una hermosa flauta. La
flauta de Pan.
Siringa y Pan se unieron en abrazo eterno. Ella revivio,
desde la nueva metamorfosis, y lo amó por siempre. El como regalo por el amor
que recibía, la llevaba a todas las fiestas y escuchaba, en música cuanto era
amando.
Se juraron amor eterno.
Dr. Edgar B. Sánchez B.
jueves, 24 de marzo de 2022
CUSTODIA CON ANÁFORAS
CUSTODIA CON ANÁFORAS (retrato de la mujer venezolana)
La mujer venezolana posee temples personales arraigados en
su personalidad, producto de memorias ancestrales con las que han sido criadas,
formadas y educadas. Estoy seguro, que todas merecen que su transitar sea
escrito en las páginas de un recolector de cuentos que parecen fantasía o de
historias que, por alguna razón, no están en los libros y sin embargo llenas de
sabor, vida y culturidad.
Custodia, como persona, es una mujer andina, oriunda de la hacienda
San Isidro, productora de caña de azúcar y ordeño, ubicada en la aldea
Quebraditas, en el bello Colón de las Palmeras, protegida por una pronunciada
montaña denominada El Morrachón.
Aprendió, desde niña, las faenas del ganado y el
procesamiento de la caña de azúcar. Ordeñaba rápidamente y acostumbraba buscar
miel en el trapiche aledaño al corral de ordeño y desde la ubre apuntaba la
teta de la vaca para verter blanca leche en el jarro y, luego, consumía el
dulce néctar con placer digno de ser emulado. Placer que se notaba en su rostro
grácil, quinceañero.
Cuando tengan la oportunidad de estar en un ordeño y con
miel disponible, recuerden y hagan que se repita, para sí, la experiencia de
Custodia.
Los padres de Custodia vivían felices, ella llenaba con su alegría
y trabajadora presencia, todos los espacios de la gran casona.
Cuando Custodia decidió formar un hogar y su corazón fue
atrapado, trabajó en las labores de la casa paterna con tesón desesperado, para
que todo quedara en su lugar y la ausencia no se notara con dureza. Se marchó
con la decisión propia de una mujer que sabe cuál es el siguiente paso en la
búsqueda de la felicidad. Los primeros días, en la gran casa, estuvieron llenos
de un extraño silencio que ensordecía la estancia; el trino de los pájaros no
se oía igual, olvidaron la melodía que ella les había enseñado. No hubo
relinchos, ni mugidos, ni rebuznes, tampoco ronquidos y hasta el zumbido de las
abejas se aplacó, igual el graznar de los patos que competían con el croar en
la laguna y el bramar en el corral de las vacas. Que extraño el ronroneador,
que siempre usaba sus piernas para reposar, no maulló por largo tiempo.
La casa, a la que Custodia se mudó, en una cima angelical,
se vistió de gracia con su presencia y se llenó de jardines y felicidad. Desde
ese elevado mirador, las calles colonenses se notaban en su perfecta
demarcación y se escuchaba el tañer de las campanas llamando a los feligreses
para que asistieran a las misas planificadas, en especial las del día domingo.
Desde esa cima, para mejorar su nivel de vida, visionó otra
morada y nuevamente un trapiche para el procesamiento de la caña de azúcar
estuvo entre sus faenas, su esposo matarife usaba el techado del trapiche para
beneficiar semanalmente algunos porcinos o vacunos. De igual forma en la casa
nueva los jardines y la presencia femenina, fecunda, como en tierra de buen
abono, se hizo sentir a granel.
En la última mudanza cambió de región, de occidente hacia el
oriente y, con ella, se llevó toda su arraigada forma de ser. Es por eso, si la
desean encontrarla, sugiero seguir los detalles que a continuación indico en
forma corta y organizada.
Buscando la casa:
Si vas algún lugar, donde viva Custodia y te sientes
perdido, por cuanto la dirección no la tienes clara. Sugiero incorporar, en tu
estrategia de búsqueda, algunos elementos característicos de esta dama del
cuidado hogareño y otras labores. Todas llevadas, por ella, a la perfección.
Si crees que has llegado al sector donde habita, debes mirar por las ventanas
en dirección al solar mejor. Sin acercarse demasiado. Si lo haces es posible
que alguna llamada alerte a las autoridades de la zona y te lleven a dormir, en
frio piso y sin ropa alguna, detrás de alguna reja, cual si fueras fiera
peligrosa. Cuídense de eso, lo sé por experiencia. Te tratarán como un
delincuente y te quedará un dolor interno, ruidoso.
Bueno vamos a lo propuesto. Recuerda que la sugerencia
principal es que debes mirar hacia los solares. Sin más preámbulos, esto es lo
que debes tener presente: Si hay cantidad y variedad de plantas verdes, es casi
seguro que es la casa de Custodia; si el predio está limpio de maleza y hay
señas que una escoba estuvo paseando por él, puedes asumir, casi con seguridad,
que es el fondo de la casa de Custodia;
si ves jarrones de barro, algunos de adorno y otros con violetas, es buena señal
de que es la casa de Custodia; si observas un cuñete de pintura usado como remojador
de ropa con jabón, ayuda a pensar de que es casa de Custodia; si el viento
mueve un mantel blanco y limpio, colgado en una cuerda improvisada, es adagio de
que es la casa donde vive Custodia; si enfocas, casi de inmediato, un manojo de
leña y cerca la cocina de estufa, puedes estar seguro que has llegado a la casa
de Custodia; si además observas helechos colgantes que cubre toda una estancia,
es buena razón para pensar que es la casa de Custodia; si siente el olor
aprehensivo que te hace saborear recuerdos de algún hervido que se cuece a
leña, con el ramaje de hojas verdes amarradas con pabilo, no hay duda de que es
la casa de Custodia; y por su fuese poco, si logras mirar, un sembradío de
bijao, o cambur, puedes estar plenamente seguro que es el adelanto de hojas que
serán envoltorio de hallacas decembrinas, porque así las hace Custodia.
De todas estas categorías hay una que aún no ha sido anunciada
y es el indicador de mayor fuerza: el sonido arrullador, melódico del timbre de
mujer cantando con alegría desde el amanecer mientras que de su cocina se esparce
el delicioso aroma de café recién colado, no hay duda, has llegado a la casa de
Custodia.
Dr. Edgar B. Sánchez B.
domingo, 6 de marzo de 2022
EL TALLADOR Y GUIRIGAY
EL TALLADOR Y GUIRIGAY
Capítulo I
En un momento de mi remoto pasado, intenté escribir el
relato sobre un niño que habitó una de las más hermosas cimas trujillanas,
denominada Guirigay. Un amigo de porte contemplativo y artístico: Carlos Peña,
estuvo atento al desenlace y escritura, para el día que ofrecí hacerla pública
en un evento cultural, que ofrecía la Universidad de los Andes a la ciudad
capital del Estado Trujillo, denominado la “Voz y la Guitarra” y que luego
evolucionó al “Recital”. Confieso que la lectura realizada “Juan Pedro, el
tallador de madera”, no tuvo la aceptación que aspiraba, razón por la cual,
abandoné los manuscritos y ahora pretendo, con un poco de transpiración, volcar
mi memoria hacia el Guirigay y la vida de Juan Pedro, el tallador de madera.
En esa comarca, donde nació, Juan Pedro, el tallador: El
Guirigay, de gélido ambiente y frailejones centenarios, colinda Trujillo, con
los estados Mérida y Barinas. En él cohabitan, con los hombres de manos de
tierra y sembradío continuo, cuatro lagunas, que los habitantes del sector las
refieren como: Las Cuatro Lagunas Paridas. Merecen este nombre, como bien lo
explica uno de sus habitantes, el que me contó la historia de Juan Pedro, el
tallador; cada una está rodeada de pequeños pozos de agua cristalina, al
cuidado continuo de sus madres, Las Cuatro Lagunas Paridas.
Allí, en el Guirigay, ambiente de tradición y folklore,
nació el protagonista de este relato: Juan Pedro, el tallador de madera. Juan
había compartido hogar y jornadas de trabajo duro con varias familias, todas de
naturaleza noble, que por su pobreza extrema permitían en su hogar la pernota
del tallador, sólo por una semana. Juan Pedro tenía seis años cuando ocurrió el
rescate. Ahora a los doce recién cumplidos, casi un hombre para el trajinar de
la labranza, se ganó el derecho que las familias lo acojan por más tiempo.
Simultáneamente a la vivencia de Juan Pedro, el tallador,
ocurría en el Guirigay, un evento que a todos sorprendía: Aparecían en las casas
objetos de madera finamente tallados. En algunas: instrumentos para uso en las
cocinas; en otros juguetes para los niños, más allá, cabos para: hachas, escardillas,
hoces, barretones, periféricos para los herrajes del arado. Todos con imágenes
que las personas de la comunidad rendían devoción. Este extraño acontecimiento perduró, con autor
desconocido, por muchos años. Sorprendía que, al pasar del tiempo, la calidad
del tallado tomaba protagonismo, esplendor y belleza. Los motivos alusivos,
protagonistas de las tallas, recogía con sutileza perfumada las creencias de la
comunidad.
Los pequeños predios de labranza perdían eventualmente
segmentos de madera en las ramas de algún guayabo, de naranjo, de limón;
incluso del follaje de altos pardillos, sobre todo en los canjilones formados
por las recuas y aguas de lluvia. Los habitantes sospechaban que el tallador
era quien, hacia esas podas, con tal habilidad en el disimulo que nadie pudiera
decir con propiedad que lo había visto, es más agradecían la poda que, por lo
general, si fuesen ellos, los ramajes terminarían como alimento de una fogata
de preparación de alimentos.
Todos deseaban conocer al fabuloso creador de instrumentos y
decoraciones, que en abundancia recibían. Él, por considerar que tenía varias
madres, padres y hermanos, prefirió mantenerse en anonimato. Se sentía feliz
así. Lo que poseía, aunque poco, por la pobreza de sus cuidadores semanales, le
era suficiente para alimentar su alma bondadosa, llena de proyectos, tallas, llena
de necesidades de viaje y de nostalgias.
Recordaba a diario las circunstancias que siendo párvulo lo
condujeron a la comarca y los compromisos que, por él, hicieron las familias de
solidas palabras. La tragedia dejo profundas marcas en su carácter solitario
atormentado por su melancólico pasado familiar. Como refugio y desahogo buscaba
maderas duras para tallarlas sin cansancio, en silencio, con la sola compañía
de plenilunios y las escarchas caídas en el portal del pesebre donde dormía.
Capítulo II
Cuando llegó el vendedor de bisuterías se reunieron todas
familias en las cercanías de una de las lagunas paridas, en la que, según el
saber local, nace el rio Burate cuyas aguas viajan por tierras trujillanas para
ser parte del río Boconó. Hubo preparativos abundantes en yuca, hervido de
gallinas criollas, licor local y ritmo de vals andino. Allí el experimentado
viajero vendedor, saludó de mano a todos los presentes, siempre con la mirada
atenta a las grietas comunes de sus manos, sin embargo, le llamó la atención
las de Juan Pedro, las heridas ya sanadas por el abundante colágeno y hemoglobina
superficial común a personas niquitao: habitantes de las alturas, según lengua
Kuika. Las cortaduras de las manos de Juan Pedro tenían dibujos distintos
propios de direccionar, por inexperiencia, la punta de un cuchillo hacia el
cuerpo cuando se realiza algún tipo de trabajo. Le bastó las características de
las heridas para concluir que era un adolescente tallador de madera.
El vendedor de bisutería se había enterado, por personas de la
comunidad, que había, entre sus cohabitantes, un extraño, que dotó todas las
tallas que usaron en el festín: para mover la comida, para limpiar el lugar,
para consumir todos los líquidos. El licor no, por cuanto éste lo consumían
compartido a boca de jarro. Aún en la seguridad de haberlo identificado,
mantuvo discreción. Al momento de la entrega y recolección de los beneficios
por el intercambio producto exigió, como parte de pago, algunos objetos
tallados, recibidos como regalo del extraño tallador. Como había en abundancia
aceptaron troequear algunos.
Señores, dijo, como palabras de cierre y despedida. Sé que
ustedes, por prodigio de la creación, se han comprometido a cuidar y alimentar,
por turnos semanales, al joven acá presente de nombre Juan Pedro. Les propongo,
si Juan lo permite, ser parte de esos cuidados. Cómo no soy de aquí, propongo
llevarlo conmigo en mis viajes, para que me ayude en los oficios del vender. Como
recompensa por su bondad, lo induciré en el leer y escribir, le enseñaré el
arte de comprar y vender y, como si fuera poco, permitiré que en el taller que
tengo, realice lo que desee.
La frase última fue intencionada, fue dicha con el fin de
vencer cualquier resistencia que el tallador pudiera tener. Lo logro. Se
acordaron los pormenores y se autorizó que Juan Pedro lo acompañase, si él lo
deseaba. Juan Pedro, seguidamente regaló todos sus bienes, se reservó un
cuchillo corto como de una pulgada y soporte de amarillo vero, además, uno
trozo de hierro con punta filosa y curvada.
Ilusionado sugirió al vendedor, como ruta, que siguieran la corriente de
río Aracay, afluente de la represa Santo Domingo, hijo de una de las lagunas
paridas, para llegar, primeramente, al paso de Cañotal, un pueblo niquitao del
estado Mérida, que, por camino de recuas, lo lograrían en sólo dos horas, a
caballo, desde el lugar donde estamos: El Guirigay.
El vendedor aceptó la propuesta, puesto que su interés era
visitar la población de Calderas, pie de montaña andina con Barinas, ribera
lejana del rio Calderas que va hacia Barinas y cuya madre es una de las lagunas
paridas de la cima del Guirigay, limítrofe de los estados: Trujillo, Mérida y
Barinas. En las Calderas, paso de “Los Libertadores” se vendió la totalidad de
las tallas de Juan Pedro, recibiéndose por ello jugosas ganancias y bondadosos
comentarios. El vendedor se atrevió anunciar a los caldereños que el creador de
las tallas era su acompañante de viaje, Juan Pedro. El tallador recibió loas con rubor que no
podía evitar.
Capítulo III
Cuando llegaron a pueblo residencial del vendedor, éste se
aprestó a presentar al tallador a su familia y a los trabajadores del taller
fábrica, donde se elaboran los enceres de las ventas. Pronto se reinició la
jornada del taller para elaborar lo que se venderá en el próximo periplo. Juan
Pedro se sintió a sus anchas, sobre todo, porque su nuevo cuidador, le profesó
libertan para lo que deseara construir, sin embargo, centró su atención al
manejo de la maquinaría para él desconocida y a los diseños que sus nuevos
amigos realizaban con prontitud, precisión y belleza.
Juan Pedro mostró rapidez de aprendizaje en lo acostumbrado
en el taller. Gustó, a todos, la propuesta de mejoras en diseño práctico y
estética de los modelos, por lo que ahora habrá a disposición del cliente
variedad de elección. El vendedor comenzó a notar, en el taller, una tenue luz
en las horas de ensueño y descanso. Creyó saber cuál era la fuente y razón y,
por respeto al arte y al artista, mantuvo profundo silencio.
En la cocina de la casa del vendedor comenzaron aparecer
hermosos adornos colgantes que su esposa apreciaba y le dotaba lugar dominante para
muestren su esplendor en belleza. Los vecinos del taller también los recibían.
El viajero de las ventas sintió que se le acrecentó la aceptación de sus
vecinos y ahora recibía maderas envejecidas de gran dureza, entre ellas:
pardillo negro y palo rosa de color marrón purpura, muy difíciles de encontrar y
de traslado prohibido. El vendedor ubicaba estas ofrendas en la caja destinada
para que el adolescente del Guirigay guardara sus herramientas.
Algunos años después, motivado por los preparativos de otro
viaje al Guirigay, el vendedor invitó a Juan Pedro a una reunión privada con su
familia. Nunca quiso, anteriormente, entrar a la casa, trabajaba en el taller, descansaba
en el taller, comía allí y dormía allí. Su timidez y respeto profundo hacia el
otro era notable. Los ruegos para que aceptara el compartir venció finalmente
la frontera de lo que ha sido él y de lo que será.
Lo animaron a que hablara: Con diálogos sobre el taller,
propuestas de nuevos diseños, ampliación de la maquinaria, aceptación creciente
de la comunidad hacia al taller y sus ruidos rutinarios, historias de la
familia; tornaron un ambiente para que Jun Pedro se animara a relatar la
historia que lo llevo a ser el niño protegido por toda una comunidad.
̶ Juan Pedro—, dice el vendedor, —estoy preparando un
nuevo viaje hacia el Guirigay y es mi deseo que me acompañes. —Me gustaría saber sobre su familia para
llevarle algún presente, que se lo merecen, por haber criado un hijo, como
usted, lleno de valores de trabajo y respeto.
El vendedor el día que recibió la responsabilidad de Juan
Pedro, recibió información sobre su origen. Sin embargo, quería indagar de la
fuente principal.
—Cuando era muy niño, aún incapaz de orientarme en los
caminos de mi montaña, mi madre si vio obligada a dejarme solo en el rancho
para salir en búsqueda de mi papá y Juan Ramón que salieron en la oscuridad
hacia algún poblado por ayuda de salud.
El tallador, se le entrecortaba la voz: algunas veces por su
timidez notoria, otras, por el llanto que obnubilaba sus ojos y quería
ocultarlo.
— Mi hermano menor. Juan Ramón comenzó a sufrir de la fría y
no hubo forma que dejara de temblar con los remedios preparados en casa. Papá,
desesperado, decidió caminar sobre las congeladas aguas de una de las lagunas
paridas, para aligerar el camino, en aquel tiempo aguas duras y transitables.
Pedro, tomaba descansos, en superior esfuerzo para hilvanar
sus ideas a fin de que estas salieran cónsonas con lo factico del aterrador
suceso.
—Papá no regresó jamás. Mamá comenzó a mostrar signos de soledad
y falta de alimentación. Su afección nerviosa creció y daba signos de
incoherencia. Un día, de atardecer nublado, las ondinas de la laguna, que son
espíritus que viven en el agua, en presencia de nosotros, comenzaron su viaje
hacia el cielo, hacia otros planos de la naturaleza, en la que su presencia es
requerida. Mamá, vio en las ondinas una señal de presagio positivo para salir a
buscar a mi papá. La laguna transitada
por su esposo, la última vez que lo vimos, cristalizó sus aguas. Mamá intentó,
en estado alterado, rehacer la ruta y se perdió en la espesura de la montaña.
Un trago de desesperación profunda se escuchó en el
transitar por la reseca garganta del tallador, aun así, buscó fuerza para
terminar lo que inició.
—Dos días después, impulsado por la soledad y el hambre,
inicié el caminar hasta que una familia me encontró, al verme solo y famélico,
me acogió en su casa, me alimentó y con abrigos tejidos por ellos calentaron mi
cuerpo.
Sus ojos lagrimeaban sin descanso, el vendedor le
aprovisionó de un pañuelo que el tallador acepto con agradecimiento.
—Recuperado de los síntomas de la desnutrición y de las
llagas del frio y el caminar, me llevaron a una reunión comunitaria en la que
acordaron, dada la pobreza de todos y lo que representa la carga de uno más,
que rotarían el cuidado, de mi persona, a una semana por familia. Así viví
hasta que usted me acogió para el viaje.
Todos lloraron, escuchando en silencio el relato que Juan
Pedro desarrolló en forma admirable, dada su timidez. Al final las palabras de
aliento salieron a flote de su nueva familia, de sus nuevos hermanos. Juan Pedro
se sintió querido.
Dr. Edgar B. Sánchez B.
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