jueves, 7 de septiembre de 2017

EMBRUJO MUSICAL

EMBRUJO MUSICAL


Por circunstancias cónsonas con mi voluntad, me quedé fuera de mi residencia habitual, pues, deseaba hacerle un favor a un matrimonio amigo que vive en el extranjero. El favor consitia en buscar en un sin fin de carpetas sin codificar, valiosos documentos que necesitaban se les envíase a al país en el que ahora están residenciados. Estos documentos ayudarán a formalizar el ingreso a la universidad del menor de sus hijos.

La casa, en la que siempre estoy solo, es igual a cualquier otra que se conozca: tres habitaciones, tres baños, una cama king said, cuatro pequeñas, sin embargo, cómodas, cada una para dos personas, cocina empotrada, sala recibo con sus muebles respectivos y sobretodo, eso la diferencia de las demás, en sobremanera, instrumentos musicales por doquier: cuatros, guitarras, piano, mandolinas, bandolas, tambores, seis, maracas, tres, y por todos lados partituras de diferentes niveles y géneros. La biblioteca es un tesoro para quienes disfrutan de lectura de seleccionados libros.

Es una casa hábitat de personas dedicadas al arte de los sonidos, de la buena música. De lecturas y del compartir musical. Una particularidad de la casa es que tiene un vecino Yuruba, esa noche, la noche que me quedé, hubo ritual de espíritus hasta altas horas de la noche al ritmo de tambores jamaiquinos, aunque tenues llenaban el espacio sonoro y eventualmente un canto estremecedor de alguien poseído. Le tocaban a Olofi y a Olorun.  
Me considero afortunado de ser, para la familia dueña de la casa,  uno de sus incontables amigos, me siento especial. Creo que la naturaleza me premió con el mejor regalo posible, compartir y disfrutar con ellos variados paseos en los que siempre se escucha lo mejor del saxo, de la mandolina de Elio  Castellanos, la mandolina y las ocurrencias de Antonio Bencomo, del cuatro de Richard Rodriguez y de Roger Maríon, del bajo de Alejandro Carrillo, los violines de Romy, de Rosinni, de Romina Barrios, el tambor o maracas de Rafae Barriosl, en general el mejor compartir soñado y posible.

Se me olvidaba, acompañados de las mujeres más hermosas que ojos algunos hayan visto y conocido, no solo por su belleza externa, su buen trato que le son innatos, siempre con sonrisas para regalar y mejorar el ánimo, también por su talento y formación educativa. De verdad estar en su compañía es, sencillamente, sentirse con el dioses: Pan, de Apolo, de Jasón.
Pero esta no es la historia que deseo contarles, me desvié un poco. El caso es que me quedé en la casa de estos músicos y busqué con ahínco el material que se debe enviar. No lo encontré a pesar que quince días antes lo había visto, leído y guardado en algún lugar, bueno para decir verdad creí que verlo fue una alucinación. Soy de las personas que la soledad le aterra, cuando buscaba, precisamente a las once, escuche sonar el cuatro, no por un segundo, que se pudiera pensar que fue un pájaro que accidentalmente froto una cuerda, no, oí un pieza completa, apure en un viaje. El pánico se apodero de mí, no huí, no hay forma de hacerlo, la calle es más peligrosa que los espantos nocturnos, eso pensé. Al poco rato escuché la dulce melodía interpretada por un violonchelo, abrí la puerta trasera y corrí por el solar que tiene más de una hectárea, me refugié en un cocotero en plena producción, allí estuve más de una hora, acompañado por el silencio, por las estrellas, por lo ulular de los búhos y de de vez en cuando balidos, que también me aterran. No quería regresar, sin embargo el ruido del río cercano me produjo tal temblor que preferí entrar en la casa, con los fantasmas, y continuar la búsqueda.
La que más me sorprendió fue cuando escuché la dulzura de un violín, imaginé las manos de una mujer de cuerpo hermoso, sonrisa atrapante, vestir con sutil elegancia, debo decirlo, la mujer de mis sueños, la dama que, cuando la veo, se mueve el piso. No me dio miedo en el fondo, también, se sentía un adolescente tocando el bajo y, por ratos, estudiando matemáticas. Pensé, para darme ánimo, estos son fantasmas músicos y los músicos no hacen daño a nadie, más bien traen alegría y bienestar a todos los que se dejan influir. Como regalo, ya en el éxtasis que me produjo escucharlos, disfruté varias obras tocadas por todos ellos, dos horas casi de concierto sin parar, interpretaron una pieza del buen amigo, también músico, Alfonzo Rodríguez. Pararon y dijeron haremos la última, con esta advertencia, abandoné lo que hacía y me dispuse a disfrutarla. No pude escucharla, desperté de mi sueño de la una de la tarde.
Les cuento que después de dormir, cuando ya me iba, encontré los documentos, en la carpeta que usé para ello quince días antes y que Don Ramón y Doña Ramona también revisaron.
Dr. Edgar B. Sánchez B.

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