martes, 8 de marzo de 2016

PERFUME 


Cuando estuvo en la escuela, esta vez en la otra posición, la atención se fijó en ella, en los sucesivo cada palabra estaría cargada de su femineidad, lo acompañaría casi hasta el fin del doctorado. Algo ocurrió, sus brazos rodearon otro cuerpo, la casa se llenó de ruidos, su encantadora imagen tornó violenta, el jardín sentía la ausencia, prefirió morir cuando se fue, aún sus palabras y su cuerpo cubren el leve espacio en que no está. 

ESTÍMULO

ESTÍMULO

Desde la tarima, detrás del compartimiento del Coaching, la mirada atenta del padre estimula perceptiblemente al jugador de béisbol, sólo él lo escucha, el niño trata de enfocar la atención en el entrenamiento, se siente perturbado, las gradas los desviaban de la pelota en juego. Concentrarse, concentrase escucha el niño, la voz está allí en el público, no se irá, está inscrita con lápiz de cuarzo en la estructura diamantina de su cerebro. Batea hijo, escucha de nuevo. De pronto reflejamente jira el bate y conecta un jonrón que cae en las manos del público; se escucha su aplauso. Eso hijo, se vuelve a escuchar. El niño siente que ha complacido a su padre quien podrá irse a cumplir la jornada que en su estado incorpóreo  le corresponde. Adiós papá, pronunció con amor. Esta vez no lloró.  


Edgar B. Sánchez B.  

GONZALO UN HABITANTE DE SAN ISIDRO

GONZALO UN HABITANTE DE SAN ISIDRO EN LAS CERCANIAS DEL MORRACHÓN


Cuando A Gonzalo Sánchez le tocó vivir solo, en la finca San Isidro en la ruta a la Popa, (para otros la vía que los lleva a las aguas termales de las minas de los Palmares), en a gran casona, de siete habitaciones,caballeriza, vaquereas y porqueras, creció repentinamente, se sentía diminuto habitante de un universo entero, sólo el silencio lo acompañaba, esto le aterraba, desde niño sentía pánico a la soledad. Cuando el arrebol se ocultaba y se dejaba arrebatar por la oscuridad: lo escuchaba, le temía, sentía la soledad. Muy cansado, desde los dominios mórficos, llamaba a la aurora, rogaba con queda voz que regresar pronto.

El temor lo hacía estar en vigilia, escuchaba el aullar de los perros con tétrica imaginación, construyendo fantasmas imaginarios que se hacían reales con el ronronear de un gato huraño y al ronquido de los cochinos que habían sido beneficiados para un sábado de mercado, precisamente en el patio de ladrillo frente a la habitación en la que solía dormir, al lado de la cocina, al que la familia, su familia, denominaba cuarto de Gonzalo. Muy temprano, en el primer canto aviar, regaba las hortalizas y ordeñaba para beber espuma blanca que brotaba en los mugidos del corral, solo diecisiete vacas formaban el ordeño, aun así era suficiente para saciar de leche, mantequilla y queso a todos los obreros que hacían labores de mantenimiento de la finca San Isidro y quedaba algo para canjearlos por huevos o carne roja.

La fargo, la camioneta 54, era su oportunidad para huir, para escapar de la soledad, para acercarse a San Pedro del Río la ciudad de los dulces caseros, en búsqueda de compañía. Lo hacía siempre, y cuando el sol ya tenía dos horas aproximadas en su acostumbrado descanso, regresaba al ruidoso silencio de la casona, cual fiel amigo de tejas, puertas ruidosas y balidos de viento.

Cuando la dama, su esposa, la madre de sus hijos llegó, él y el silencio dejaron de ser, ya no serian más entes sentidos. Todo entró en metamorfosis, en acuerdos de convivencia. Allí nació el primer manantial, primer bají, pronto se convertiría en mucubají, palabra cuica para signar lugar de manantiales, el primero de ellos se le dio el nombre de Liliana. Los arrullos de la niña llenó totalmente su corazón, la caña volvió a ser miel y el callejón vertió agua en abundancia.

Dr. Edgar B. Sánchez B.

EL ROBO 

Cuando el silbato sonó, mi hermana corrió presurosa.  Al fondo su amado le esperaba con sus brazos abiertos y una alforja que cargar, allí llevaba los preparativos que los alimentaría la primera semana de intenso amor. Ella radiante de juventud, él enérgico con brazos tallados por las faenas del campo. La montaña en la que vivirían es un mirador, las luces del pueblo lejano llegan exiguas. 

BUSCANDO A MAMÁ

Su madre ausente, estaba cerca, la podía tocar, no estaba allí; la niña con sus piernas destrozadas por el cuchillo, lloraba de pánico, no entendía que su madre presente estaba ausente. Sentía la ira de la ausencia cuando ella se acercaba a castigarle, siempre lo hacía y ella lloraba cada vez. Cuando llegó la otra mamá y la alejó, olvido todo. Al tiempo, cuando hubieron nacido varias lunas, regresó y lloró amargamente al sentir sus piernas destrozadas por el cuchillo. Se sentó al lado de la madre ausente y entendió que no era la madre presente la que le hizo daño, sino la madre ausente. La perdonó.
Edgar B. Sánchez B.  

MADRE ANGUSTIADA

MADRE ANGUSTIADA

Montada sobre  la mula, una noche tenebrosa, de torrenciales lluvias, en novilunio, mi madre Sotelia Briceño, recorrió los cangilones saturados de barro y ciénega, buscaba las luces, que a los lejos, indicaban el fin de la jornada, el pueblo, el hospital, allí encontraría un el médico, eso creyó;  su hija Consuelo, de tres años de edad moría acosada por la poliomielitis; cuatro largos kilómetros de agreste caminos separaba la oscuridad de su casa campesina, la gran casona de la finca San Isidro y el hospital Las Mercedes de su alejado Colón de las Palmeras,  como fiel amigo, cual centinela , caminaba Miguel, cargado de agua hasta  su  cintura y aterido de frío. Consuelo, luego del ataque de epilepsia y paralisis en medio cuerpo sólo lograba decir: mamá, mamá, a lo que su madre le contestaba aquí estoy hija, te llevo en mis brazos, estas acompañada, no temas, y la niña volvía a caer en su desmayo. 


Edgar B. Sánchez B. 

SUEÑO DE QUESO


Sentada frente a la olla, dormía;  sus manos, no; ellas exprimían el. Una a una, cada bola de queso, se coleccionaba en la alforja lateral; las manos iban y venían sin despertarla, tenían conciencia de la hermosura de la soñolienta; se despertaba cuando dejaba de sentir los grumos de la vaca. Iba a la piedra ahuecada y dormía de nuevo,  allí molía con otra piedra el preciado alimento; dormida aún, trillaba las musáceas (guineos) para crear, crear amasijo para sus hijos.