martes, 8 de marzo de 2016

GONZALO UN HABITANTE DE SAN ISIDRO

GONZALO UN HABITANTE DE SAN ISIDRO EN LAS CERCANIAS DEL MORRACHÓN


Cuando A Gonzalo Sánchez le tocó vivir solo, en la finca San Isidro en la ruta a la Popa, (para otros la vía que los lleva a las aguas termales de las minas de los Palmares), en a gran casona, de siete habitaciones,caballeriza, vaquereas y porqueras, creció repentinamente, se sentía diminuto habitante de un universo entero, sólo el silencio lo acompañaba, esto le aterraba, desde niño sentía pánico a la soledad. Cuando el arrebol se ocultaba y se dejaba arrebatar por la oscuridad: lo escuchaba, le temía, sentía la soledad. Muy cansado, desde los dominios mórficos, llamaba a la aurora, rogaba con queda voz que regresar pronto.

El temor lo hacía estar en vigilia, escuchaba el aullar de los perros con tétrica imaginación, construyendo fantasmas imaginarios que se hacían reales con el ronronear de un gato huraño y al ronquido de los cochinos que habían sido beneficiados para un sábado de mercado, precisamente en el patio de ladrillo frente a la habitación en la que solía dormir, al lado de la cocina, al que la familia, su familia, denominaba cuarto de Gonzalo. Muy temprano, en el primer canto aviar, regaba las hortalizas y ordeñaba para beber espuma blanca que brotaba en los mugidos del corral, solo diecisiete vacas formaban el ordeño, aun así era suficiente para saciar de leche, mantequilla y queso a todos los obreros que hacían labores de mantenimiento de la finca San Isidro y quedaba algo para canjearlos por huevos o carne roja.

La fargo, la camioneta 54, era su oportunidad para huir, para escapar de la soledad, para acercarse a San Pedro del Río la ciudad de los dulces caseros, en búsqueda de compañía. Lo hacía siempre, y cuando el sol ya tenía dos horas aproximadas en su acostumbrado descanso, regresaba al ruidoso silencio de la casona, cual fiel amigo de tejas, puertas ruidosas y balidos de viento.

Cuando la dama, su esposa, la madre de sus hijos llegó, él y el silencio dejaron de ser, ya no serian más entes sentidos. Todo entró en metamorfosis, en acuerdos de convivencia. Allí nació el primer manantial, primer bají, pronto se convertiría en mucubají, palabra cuica para signar lugar de manantiales, el primero de ellos se le dio el nombre de Liliana. Los arrullos de la niña llenó totalmente su corazón, la caña volvió a ser miel y el callejón vertió agua en abundancia.

Dr. Edgar B. Sánchez B.

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