CARTA A PAPA
Hola papá, no sé qué estás haciendo en este momento, es
imposible enterarme con certeza de lo ocurre a tu alrededor. He oído, sólo rumores,
que estás bien en salud y en espíritu, acompañado por quienes siempre te han
amado: Mamá, mis hermanos: Ciro, Fortunato y Gonzalo, Antonio, Lucrecia, Otilia
y algunos sobrinos que encontraron la forma de adquirir el pasaje para
visitarle.
Las empresas por la cual te envío estas misivas no son
seguras y tampoco sé, a ciencia cierta, la dirección exacta dónde vives,
tampoco la certeza de que mis hermanos y sobrinos, estén a tu lado; sería bueno para todos, los contactaras, tal vez por alguna estructura, que no conozco,
superior al internet. Dedico una parte de este parágrafo para sus nombres:
Nelvis, Rogelio, Lorena, Alexander, Wilmer, Guadalupe.
Me excuso por no haber ido a visitarle, enfrentar la
estruendosa experiencia de la terminal que vende los boletos de viaje; es, en
verdad, un calvario de ruidos, de llantos, de gastos ilimitados y de
revendedores de oficio que ofrecen, sin certificado de garantía, pasajes sin
retorno, aunque también hay amables luchadores de uniforme blanco o verde que
aconsejan y luchan para que los que acá estamos no emprendamos ninguna ruta
hacia ustedes, dicen que ninguna es segura.
Lo que más me preocupa es que no existe, para adquirirlo de
una vez, el pasaje de retorno; pues papá, dada mi forma de ser, podría ser así,
no me agrade donde cohabitas y desee regresar nuevamente hacia acá, donde he
adquirido tantos bienes materiales.
Imagino que donde vives hay buena organización, razón que
justifica porqué los que han ido no regresan. Suposición que fundamento con el
efímero e insólido argumento de no conocer a alguien que haya regresado; Será
que los prados allá están cultivados por siempreverdes o qué la terminal de
retorno está atosigada de viajeros y el transporte es insuficiente, o será más
bien, que hay tanto que hacer y se borró
la memoria los momentos acá compartidos.
Yo, que te conozco y conviví con usted; sé cómo eres, habrás
compadro un predio y hacha en mano
eliminarás las cizañas, cultivará caña, sembrará aguacates, naranjos, café,
yuca y tendrás una mula de silla, y junto a su yerno, Luis Alfonso Cárdenas,
habrás construido un ingenio para seguir elaborando panela.
Si ha aprendido el arte del arado con tractor, busca a
Andrés de los Santos, su yerno por parte de Flor María, él puede asesorarle con
la siembra de arroz, maíz y ajonjolí. Recuerdo papá, cuando Luis enamoraba a
Otilia en el hueco de la parrilla de molienda, y también aquel sonoro y
melódico silbido de Pablo Cárdenas que tanto gustó a Custodia, su hija; y
aquella camioneta veloz, que desde Morrones-Guanarito surcaba llanos y montañas
para pedir la mano de Flor en matrimonio.
Papá, le cuento que ahora vivo solo; Edgar Alexander, mi
hijo amado, animado por las historias de progreso contadas por mí sobre usted,
se animó en buscarle y, no sé por qué no se reporta conmigo; si está a su lado,
ruego para él, sé que la tiene, la paciencia que brindó para mí, cuando por mi rebeldía
decía: hijo, entiendo que lo suyo es estudiar libros impresos en pergamino, y
aunque yo no sé leer esos grafos, seguro estoy, sin embargo, que no sobrará
desentrañar directamente las montañas; es el mejor de los libros: tantos
colores, animales, árboles y sabores; es lo más abierto de todos textos, más
fecundo; desde la experiencia contemplativa de su alrededor, complementará lo
teórico, dará amplitud y hará, en usted, la comprensión de lo increado más
cómoda y extensa; eso que se ha dado a llamar ejemplos de la vida diaria.
Papá, si mi hijo está acompañándole, dile que venga por las
tarjetas telefónicas dedicadas a la naturaleza que tanto coleccionó y las
guardo con celo para tenerlo presente.
No sé contar más por el momento, nos veremos pronto, le amo
papá.
Su hijo Edgar B. Sánchez B.