DANZA CON DROSOPHILA
Edgar y Luis, habitantes de
montaña, presbíteros ambos, Luis un poco más, estaban en plena crisis
psicológica, sus hogares se desmoronaban sin que hubiese nada por hacerse que
evitara la eminente caída. Siempre organizaban paseos por los Andes que
disfrutaban a plenitud. Su podría decir que la solides de la amistad que los
unía estaba centrada en los paseos que realizaban juntos, incluso prometieron
que si alguno de ellos compraba un transporte rústico invitaría al otro a
conocer los parajes venezolanos como; Guirigay, Ciénega, Cabimbú, Cristalina,
La Torre, Tuñame, Las mesitas, Tomón, Zumbador, Porqueras, Piñango, Tisure,
Mucuchache, Cendé; todos estos y otros tantos estuvieron en sus bitácoras hasta
que un amigo de lo ajeno robó el rústico que Luis había comprado, transporte
para las aventuras de montaña.
En una de tantas crisis de
hogar, y en el calor natural de la angustia que produce este tipo de eventos de
familia, improvisaron un paseo a las playas de Ocumare: Playón, Cata, Catica,
Ciénagas y Cuyagua. Llegar allí desde sus hogares habituales, fue realmente
digno de la astucia de Homero, y hubo, en muchas oportunidades que bajar a las
simas oscuras a consultar al sabio Tiresias, que por demás, ese deseado apoyo
odiséaco, no rindió el fruto, el presbítero de las profundidades no alcanzaba
entender las nuevas modalidades del delito que se vive en el mundo del siglo
XXI.
Rumbo a Maracay, en el paso
de Barquisimeto, el plateado vehículo automotor presentó deficiencias en el
sistema de enfriamiento del aire. Esto ocurrió a la una de la tarde, se buscó
el taller especializado, supuestamente, se hizo el intento de arreglarlo y fue
lo contrario, lo dañaron, los supuestos empíricos del acondicionamiento de aire
estaban en etapa de aprendizaje; en lo que si eran expertos, demostraron serlo,
en el abultamiento de la factura. Treinta minutos después, veinticinco
kilómetros de viaje, el automóvil estaba montado en una grúa rumbo a un
estacionamiento; Edgar y Luis buscando hospedaje de coste mediano. El gruero
recomendó un hotel en el que permitían entrar la grúa para dejar su contenido,
y cercano a este había un electroauto de reconocida solvencia.
Asignaron la habitación, los
viajeros llevaron a cabo los respetivos aseos corporales; ese día el fogonero
que alimenta la fogata para la luz natural parecía que lo hacía con el más
refinado coque. Escucharon risas y festejos de un salón del hotel desde el cual
también se oía música de alta fidelidad y con volumen de fiesta. Bajaron para
buscar algunas espirituosas, ambiente estaba colmado de hermosas mujeres con
atuendos de ocasión. Luego de algunos éteres, dos damiselas de apretadas
cinturas fueron invitadas a la mesa a compartir: danza, diálogo, caricias,
risas y costosos néctares. Luis diestro en la danza, disfrutó de la velada en
todas las oportunidades posibles, las damas de cuerpos esbeltos se movían al
compás de la música haciendo énfasis de conocimiento rítmico, propio de los que
ensayan a diario para lograr sutileza de movimientos que agradan a miradas
exigentes; ya libados Edgar y Luis prestaban atención a otras ofertas que
las féminas estaban dispuestas a brindar y solazar.
Edgar, casi en la hora del
cantar de gallos, consideró que era suficiente de festejo, y se dirigió a la
habitación, su cuerpo no aguantaba más trajín, la jornada del día había sido
tensa y llena de sobresaltos, además había que llevar el carro a un taller a
primera hora del día. En cambio Luis animado por el baile se mantuvo en el
escenario de fiesta hasta los primeros rayos de sol. Edgar despertó temprano,
pues debía llevar el carro para el arreglo respectivo. Fue a la habitación de
Luis y notó que dormía con placidez y que su habitación, por el desorden que
mostraba, había sido usado por más de una persona; la dama de la fiesta, la de
caderas abundantes y redondas había ofertados sus servicios. Al taller,
aproximadamente a las dos de la tarde, llegó Luis con profunda preocupación,
desaparecido su teléfono y otros enseres que le eran necesarios, esperaba que
estuvieran en el vehículo. En el teléfono estaba la data de cultivadores de
Drosophila Melanogaster, a quienes Luis le haría compras en Maracay, algunos
ejemplares del díptero. El teléfono móvil personal era vital recuperarlo.
Se inició la campaña de
recuperación. El proxeneta que atendió la mesa en la noche de farra se mostró
presuroso e inmediatamente se contactó a los plagiarios; exigían un monto que
superaba al de una unidad telefónica nueva, sin embargo para Luis aquella era
necesaria, hubo de hacerse el depósito por adelantado. Un problema
adicional se presentó, la extorsionista, , estaba fuera de la ciudad y
regresaría dos días después, Luis le rogó vía telefónica que le dijera algunos
números que estaban guardados en su unidad y ella los dictó con presta
atención, Luis anotó en una servilleta revestía de figuras de labios color carmín.
Con esta información viajamos a Maracay a disfrutar de tres días de playa. Para
el retorno deberíamos buscar el teléfono perdido en un quiosco que indicaron
los raptores. Pasaron por él. La dama del comercio ambulante exigió un monto en
bolívares adicional por los servicios prestados y entrego el aparato. Se
montaron el carro con premura, el nerviosismo invadía a Luis y a Edgar, sentían
que el lugar estaba cargado de morontianos malignos. Ya en terrenos de
seguridad Luis trató de encender en Cel, no funcionó, otra sorpresa, no era el
de él, pero si una unidad semejante.
Edgar B. Sánchez B.
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