EL LIBRO
Cuando se lee un libro, no
sólo se lee las ideas que el autor trató plasmar, allí está reflejada su
temporalidad, su interioridad, su capacidad introspectiva y los conflictos que
enfrenta, en el momento de crear los contenidos, y que no desea mostrar. El
libro es una ventana al alma de la sociedad, la sociedad del autor, quien se
apodera de él y no pierde oportunidad de contarse, en definitiva pudiera ser la
planetaria, como las capturas de: Jorge Luis Borges, García Márquez, Edgar
Morín, Lev Tolstói. Incluso si lleváramos registro de lectores sabríamos, por
la profundidad de su selección, cual es la intención de búsqueda del
altruista.
El libro muestra rutas para construir nuevos saberes, en una biblioteca hay más resultados implícitos que explícitos, hay que descubrirlos entres las páginas de los que contiene. Por ello el maestro selector y organizador de textos, para recomendar lecturas, se le exige ser casi el modelo; ese que posee las divinidades, creadas por la sublime imaginación, representativas de las sociedad que queremos.
El libro no dice la verdad, por cuanto ésta no existe, no hay una verdad terminada, sino perfectible, construible, comprensible, ella se modifica y se mimetiza en la medida que se profundiza, y se trascienden los paradigmas. Es una herramienta con la que se comunica la incitación de búsqueda y plasma, en variados casos, la desesperación del comunicador, es un ente que transporta las interpretaciones sobre el ser, del ente que pretende llevarlo a palabras, sin lograrlo. Cuenta nuestro transitar y se resistirá a la quema que, en la práctica y en la denuncia, caso quijote, han hecho del él; es la máxima creación, es el motor que, sin el primer movimiento, mueve al mundo; es la palabra reveladora, la suprema teleología.
El libro muestra rutas para construir nuevos saberes, en una biblioteca hay más resultados implícitos que explícitos, hay que descubrirlos entres las páginas de los que contiene. Por ello el maestro selector y organizador de textos, para recomendar lecturas, se le exige ser casi el modelo; ese que posee las divinidades, creadas por la sublime imaginación, representativas de las sociedad que queremos.
El libro no dice la verdad, por cuanto ésta no existe, no hay una verdad terminada, sino perfectible, construible, comprensible, ella se modifica y se mimetiza en la medida que se profundiza, y se trascienden los paradigmas. Es una herramienta con la que se comunica la incitación de búsqueda y plasma, en variados casos, la desesperación del comunicador, es un ente que transporta las interpretaciones sobre el ser, del ente que pretende llevarlo a palabras, sin lograrlo. Cuenta nuestro transitar y se resistirá a la quema que, en la práctica y en la denuncia, caso quijote, han hecho del él; es la máxima creación, es el motor que, sin el primer movimiento, mueve al mundo; es la palabra reveladora, la suprema teleología.
Edgar B. Sánchez B.
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